Recientes descubrimientos de restos humanos femeninos, ataviados con ajuar funerario de guerrero, ha abierto el debate acerca del acceso de las mujeres a las actividades bélicas. Quizá desde nuestra perspectiva cultural, profundamente hollada por una tradición patriarcal, nos cueste aceptar que existieron pueblos en el pasado que aceptaban plenamente a las mujeres guerreras. En otras ocasiones, fueron realmente casos aislados, pero tan notables, que son dignos de mención. En cualquier caso, la historia no es nunca lo que parece a primera vista.
Algunas de las mujeres guerreras históricas más importantes
En el artículo de hoy te ofrecemos un repaso a 7 de las mujeres guerreras históricas más importantes, desde Boadicea, la temible caudilla britana que se enfrentó a Roma, hasta la casi desconocida Nakano Takeko, la última mujer samurái.
1. Boadicea (30-60 d.C.), la temible caudilla britana
Varias fuentes clásicas atestiguan su existencia. Por un lado, Dión Casio, historiador romano del siglo III, que nos procura, entre otras cosas, una extraordinaria descripción de la reina y una narración detallada de su guerra contra Roma. Por otro, Tácito, que afirma que, tras la derrota, se quitó la vida para evitar la vergüenza.
Que Boadicea (o Boudica, como era llamada por su pueblo) existió es una certeza. Otra cosa es que, como suele suceder, su historia se haya adornado de leyendas y añadidos, más cercanos al mito que a la realidad. Pero lo que sí sabemos es que fue la reina del pueblo britano de los icenos, afincados en lo que hoy es Norfolk, y que, tras sufrir una humillación por parte de los romanos (a ella la desnudaron y la azotaron y a sus dos hijas las violaron) aglutinó bajo su égida a todos los pueblos de Britania en una coalición que intentó acabar para siempre con los romanos.
Mientras Boadicea y su gente mantuvieron la guerra de guerrillas, los romanos estuvieron perdidos. El comienzo del desastre para Boadicea y los suyos vino con la idea de enfrentarse al ejército romano en campo abierto, algo para lo que su coalición britana no estaba preparada. La aplastante derrota ocurrió en un lugar llamado Watling Street. A partir de entonces, surgió la leyenda, y la temible caudilla britana se convirtió en un auténtico símbolo nacionalista, espoleado siglos más tarde por el Romanticismo.
2. La princesa Zhao de Pingyang (h. 600- 623), la Mulan histórica
La historia de Hua Mulan, la joven que se vistió de soldado para evitar que su padre sirviera en el ejército, es recogida en una serie de cantos denominados Balada de Hua Mulan, escritos probablemente durante la dinastía Tang (aunque pueden ser mucho más antiguos) y que los expertos concuerdan en considerar solo una leyenda.
Pero, si bien Hua Mulan no existió más allá del mito, sí lo hicieron una serie de mujeres que, en la China de los primeros siglos de nuestra era, consiguieron tomar las riendas de los ejércitos; unas historias verídicas en las que, probablemente, se basa la leyenda de Mulan.
Uno de estos casos reales es el de la princesa Pingyang, denominada formalmente princesa Zhao de Pingyang. Hija de Li Yuan, duque de Tang, ayudó a su padre en su rebelión contra la dinastía imperante (los Sui) e inaugurar la que sería la dinastía Tang, de la que Li Yuan sería primer emperador.
Cuando su marido, Chai Sao, se unió con Li Yuan en su levantamiento, la princesa Pingyang, lejos de esconderse o permanecer aguardando el regreso de ambos, repartió sus posesiones para asegurar la fidelidad de varios miles de hombres, y así juntó un enorme ejército para ayudar a padre y esposo. Las fuentes hablan de nada menos que 70.000 soldados a su mando, ejército que empezó a ser conocido como “Ejército de la Dama”. Con él, y una vez unido con el de Chai Sao, Pingyang conquistó Chang’an, la capital del imperio Sui.
Si bien algunos historiadores afirman que la posterior propaganda Tang magnificó el papel de la princesa, es indiscutible que Pingyang tuvo un rol destacado en el derrocamiento del emperador Sui y la entronización de su padre Li Yuan como primer emperador de la dinastía Tang. De hecho, cuando la princesa falleció, en 623, se le dieron honras fúnebres de militar y héroe nacional.
3. Juana de Arco (1412-1431), la Doncella de Orléans
Cuando se trata de hablar de Juana de Arco sobran las palabras. La figura es enormemente conocida, en parte gracias a las numerosas películas que se han hecho sobre su historia, así como a la gran devoción que su figura inspira en Francia.
¿Quién fue Juana de Arco, más conocida como la Doncella de Orléans? Nacida en el pueblo francés de Domrémy, el seno de una humilde familia campesina, parece ser que, desde muy joven, escuchó voces celestiales que la instaban a luchar por Francia. Para comprender estas visiones debemos hablar del contexto en el que nació y creció Juana: la denominada Guerra de los Cien Años, un conflicto larguísimo que enfrentó a las coronas inglesa y francesa y que, en la época de Juana, impedía al rey legítimo, Carlos, ostentar la corona de Francia.
Las fuentes narran como una adolescente Juana se entrevista con Carlos y le propone liderar a su ejército. Consciente de las numerosas leyendas que corren por el país, en las que se dice que una joven doncella daría la victoria a los franceses, Carlos acepta la propuesta. Así, Juana de Arco, de apenas diecisiete años, se pone al mando del ejército y conquista la ciudad de Orléans, que en aquel momento estaba en manos de los ingleses.
Es gracias a su triunfo que Carlos puede coronarse finalmente en Reims como Carlos VII. Sin embargo, la muchacha será víctima de un complot entre ingleses y borgoñones, que la mandarán a la hoguera en Ruán tras juzgarla y condenarla por herejía. Actualmente, los historiadores apuntan dos posibilidades que explicarían las supuestas “visiones” de la chica: o bien sufría una enfermedad mental o bien, simplemente, era una mujer ambiciosa, capaz de inventar cualquier argucia para hacerse con el poder. Quién sabe.
4. Catalina de Erauso (h. 1585 – h. 1650), la “monja alférez”
Como sucede con la mayoría de las mujeres que ostentan roles masculinos, alrededor de la vida de Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga existen muchos añadidos que desvirtúan su figura histórica. De hecho, existe una supuesta autobiografía, inédita hasta el siglo XIX, que todavía añade más misterio al asunto.
Parece ser que Catalina nació hacia 1585 en Guipúzcoa, aunque su partida de bautismo data de febrero de 1592; un lapso demasiado grande que indica que una de las dos fechas es errónea (a no ser, por supuesto, que fuera bautizada con siete años). Sea como fuere, su padre era un respetado militar, con el que una joven Catalina se entrenó en las artes de la guerra, así como con sus hermanos.
Obligada a profesar votos (cosa que no casaba con su impetuosa naturaleza), Catalina se fuga del convento, a los quince años y vestida de hombre, la víspera del día de San José de 1600. Empieza entonces una trepidante vida que asombró a la sociedad del momento. Siempre disfrazada de hombre y bajo diversos nombres, Catalina trabajó como paje para varios señores y, en 1603, con dieciocho años (y todavía vestida de varón), la vemos partir hacia América. En Chile ejerció de conquistador y mostró una faceta terrible con la que masacró a muchos nativos.
Catalina no tuvo más remedio que confesar que era mujer para no ser ajusticiada como consecuencia de una de sus (muchas) refriegas. Lo más extraordinario fue que, a su regreso a España, el rey Felipe IV mantuvo el grado de alférez que había conseguido y, además, la apodó la monja alférez, lo que evidencia que el reconocimiento de su condición de mujer no fue un obstáculo para que le rindieran honores de militar. No solo eso; el monarca le permitió seguir usando su nombre masculino, Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, y el papa, Urbano VIII, le dio venia para que siguiera usando las ropas masculinas.
5. Nakano Takeko (1847-1868), la mujer samurái
En la muy masculinizada sociedad samurái destacaron, sin embargo, un pequeño grupo de mujeres denominadas onna-musha, que fueron entrenadas en las artes bélicas para poder defender su hogar en caso de ataque. Entre estas mujeres samurái destaca principalmente Nakano Takeko, una de las protagonistas de la guerra que enfrentó a este colectivo con las fuerzas imperiales durante el siglo XIX.
Hija de un importante jefe militar samurái, Nakano Heinai, la joven fue adoptada posteriormente por su instructor, Akaoka Daisuke. Con él se formó intensamente en la disciplina guerrera, hecho que la convirtió en una de las onna-musha mejor entrenadas.
En la famosa batalla de Aizu, enmarcada en la conocida como Guerra Boshin (que enfrentó a muchos señores feudales japoneses contra el aperturismo del emperador), Nakano Takeko defendió con ferocidad la fortaleza de Wakamatsu. Durante la refriega fue herida de muerte en el pecho. Su honor era incapaz de permitir que su cuerpo fuera asaltado por los atacantes, por lo que la joven samurái pidió a su hermana pequeña que la decapitara. Tenía veintiún años. Su cabeza fue sepultada en un templo, con todos los honores, y su sepelio fue más tarde lugar de conmemoración.
6. María Pita (1565-1643), la heroína gallega
María Mayor Fernández de Cámara y Pita fue la gran heroína de La Coruña (Galicia, España), aquel año de 1589, en el que, tras la derrota de la Invencible, y como terrible venganza por la afrenta, Isabel I de Inglaterra envió a las costas gallegas una flota al mando de Sir Francis Drake (1540-1596), el ex capitán corsario protegido de la reina.
De nuevo, la historia real de María Pita queda velada por un hálito romántico que se encargaron de enaltecer los literatos del siglo XIX. Sin embargo, es cierto que esta heroína participó bravamente en la defensa de la ciudad; especialmente, tras la muerte de su marido a manos de los invasores ingleses.
La leyenda cuenta que María, llena de ira y sed de venganza, arrebató la bandera inglesa y, con la lanza que la sujetaba, mató al mismísimo hermano de Francis Drake. Luego, al grito de Quen teña honra, que me siga (Quien tenga honor, ¡que me siga!), se enfrentó a los corsarios con extrema valentía. Pita no fue la única mujer que defendió La Coruña del ataque; Inés de Ben fue otra de estas valientes mujeres, que, según las fuentes, cayó herida en la contienda.
7. Njinga Mbandi (h. 1583-1663), la reina africana que resistió a los portugueses
Se trata de una de las ngola (reina) africanas más famosas, que resistió bravamente durante el siglo XVII a las incursiones portuguesas, que caían sobre las poblaciones indígenas en busca de esclavos. Njinga Mbandi fue la gobernante de los territorios de Ndongo y Matamba, situados en la actual Angola, nombre que, por cierto, le fue dado por los portugueses a partir del apelativo ngola.
Los primeros registros que poseemos de la reina nos narran que fue enviada como embajada de paz ante los portugueses, para lo que se bautizó con el nombre de Ana de Sousa. Una de las historias acerca del acontecimiento nos cuenta que, irritada al ver que el gobernador portugués estaba instalado en una butaca y que a ella le habían reservado el suelo, indicó a una de sus sirvientas que se arrodillara para que ella pudiera sentarse encima y quedar a la misma altura que el portugués.
A pesar de la aparente convivencia, el tratado de paz pronto se rompió, y Njinga, ya como reina, tomó las armas para defender a los suyos. La causa del fin del tratado es incierta; lo único que sabemos con certeza es que las huestes de Njinga Mbandi atacaron ferozmente a los portugueses durante décadas, con algún breve periodo intermedio de cese de hostilidades.
La invencible reina guerrera no murió, sin embargo, en la batalla. Falleció a la edad de ochenta años, de muerte natural, tras haber firmado un enésimo tratado de paz con los portugueses. Poco más tarde, Portugal se hizo con la mayor parte del territorio. Empezaba la colonización de África, que vería su punto álgido en el siglo XIX.