Una de las preguntas estrella acerca de la creación artística es “¿Qué es el arte?”. La cuestión se ha formulado hasta la saciedad, especialmente ahora que la postmodernidad ha establecido que cualquier objeto puede considerarse una obra de arte. Pero existe otra pregunta no menos importante, y que deriva de la primera: “¿Para qué sirve el arte?”.
En este artículo intentaremos dar respuesta a esta última pregunta. Os presentamos 10 de las funciones de la creación artística.
¿Para qué sirve el arte?
Definir qué es el arte es complicado, ya que cada cultura, cada comunidad e incluso cada individuo posee un concepto diferente acerca del mismo. Sin embargo, sí que encontramos una cuestión esencial: el arte es una expresión exclusivamente humana y transmite los valores, ideas y creencias de una comunidad o de una persona.
Sentado esto, vayamos a la siguiente pregunta. ¿Para qué sirve el arte? A continuación, encontraréis 10 funciones básicas de la expresión artística, explicadas con detalle.
1. Es un vehículo de expresión
Esta función es, posiblemente, la más conocida: el arte sirve para expresar ideas, creencias, emociones, pensamientos. De hecho, no existe ninguna cultura en el mundo ni en la historia que no tenga una expresión artística propia. El arte supone, por tanto, fundamento básico para la construcción cultural del grupo.
Desde que el ser humano existe, encontramos testimonios de su expresión artística. Últimamente, incluso se ha barajado la posibilidad de que nuestros parientes más directos, los neandertales, fueran capaces también de crear arte. Polémicas aparte, lo que está muy claro es que el arte es inseparable de la humanidad.
El arte como expresión puede darse a nivel colectivo o individual. No es lo mismo una creación artística grupal, como podrían ser por ejemplo las vírgenes theotokos románicas (es decir, las representaciones de María como madre de Dios), que expresan el sentir religioso de una comunidad, que la expresión personal de un único artista. A pesar de que encontramos el sentir individual a lo largo de la historia del arte, no es hasta la llegada de la contemporaneidad que podemos hablar de una expresión artística estrictamente individual.
Por ejemplo; tanto Rafael Sanzio (1483-1520) como Leonardo da Vinci (1452-1519) convivieron en el tiempo y compartieron artísticamente aspectos del Cinquecento italiano; sin embargo, no se puede negar que la obra de uno y la de otro difieren considerablemente. Cada uno de ellos ha impregnado sus creaciones de su propio sello personal.
En la actualidad, sin embargo, prima ante todo la singularidad, expresión fiel de la sociedad individualista en la que vivimos. Por tanto, y a pesar de que existen algunas (y difusas) corrientes, no encontramos en el arte contemporáneo características estilísticas definidas, como sí podrían ser las del ya citado Cinquecento italiano. Los artistas contemporáneos, pues, expresan su manera personal de sentir, sin vincularla (en principio) a ninguna expresión colectiva. Por supuesto, esto es una generalización y, como siempre, se debe estudiar cada caso con detalle. Lo que sí está claro es que una de las principales funciones del arte es ser un vehículo de expresión, tanto del artista a título personal como de la comunidad en la que está inscrito.
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2. Refuerza la identidad y el vínculo al grupo
Muy relacionada con la anterior, esta segunda función del arte implica la integración, a través de la creación artística, a un colectivo. Si previamente hemos afirmado que el arte es un vehículo a través del cual un grupo o cultura expresa sus creencias, entonces el arte también representará un reforzador de esa identidad cultural.
Por ejemplo; si yo soy una persona occidental, me sentiré poco o nada identificada con una estampa japonesa. Me podrá gustar, por supuesto, e incluso podré sentir verdadera pasión por este tipo de arte, pero en ningún momento me sentiré “en casa”. Sin embargo, si contemplo una Virgen barroca, muy probablemente la sienta cercana, aún cuando no sea una persona católica. ¿Por qué? Porque desde pequeño he visto imágenes como esa, ya sea en libros, documentales, museos o iglesias. La imagen se convierte, pues, en un reforzador de mi identidad occidental.
Si soy occidental, pero de origen alemán, me será más difícil identificarme con la ya citada Virgen, puesto que mi cultura luterana difiere considerablemente de la imaginería de la Contrarreforma, de la cual la Virgen barroca es representación. Así, vemos cómo se encadenan arte e identidad, y cómo a través de la creación artística podemos sentirnos (o no) pertenecientes al grupo.
3. Despierta emociones e invita al cambio
La creación artística es una forma extraordinaria de sacudir al espectador y movilizar sus emociones. Y, cuidado, porque estas pueden ser agradables o no tanto. O sea, que el arte sirve también para despertar en nosotros aquello que “no está del todo bien” y que, más que probablemente, deberíamos examinar. En otras palabras: el arte ayuda a conocerse a sí mismo.
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4. Es un vehículo de denuncia
A lo largo de la historia del arte hemos comprobado que la creación artística puede ser una forma muy adecuada para denunciar una realidad. Tenemos multitud de ejemplos al respecto, especialmente los más cercanos en el tiempo.
Así, las vanguardias de principios del siglo XX tenían como (casi) único objetivo la denuncia social. Movimientos como el expresionismo alemán, el surrealismo y, especialmente, el dadaísmo, fueron vehículos a través de los cuales los desencantados artistas protestaban contra un mundo herido por la Gran Guerra. Y en el pasado más reciente, encontramos otros tantos ejemplos, ya sea en el arte urbano (los graffiti, por ejemplo, se iniciaron como denuncia social), o los modernos “artivistas”, que usan el arte para protestar contra la política y la sociedad de consumo.
5. Es un vehículo de propaganda
Pero cuidado, porque el arte también puede servir para ejercer la propaganda ideológica de un grupo determinado. Un ejemplo muy claro lo encontramos en el cartelismo soviético, cuyo último objetivo era transmitir a las masas una imagen tergiversada y debidamente reconstruida del régimen. Otro tanto sucedía con la propaganda franquista en España y, por supuesto, con la de Hitler en la Alemania nazi.
Pero no hace falta acudir a la imaginería totalitarista del siglo XX para encontrar arte como propaganda. Si viajamos al siglo XVI, veremos que los retratos de los reyes y emperadores estaban cuidadosamente diseñados para transmitir al espectador una idea concreta de monarquía. Lo mismo sucedía con los emperadores romanos, y también con la figura de Napoleón. En Los Inválidos de París, un colosal y desmesurado edificio erigido como panteón del Gran Corso, encontramos una profusión de relieves que representan a Napoleón como un nuevo Zeus y como César de los franceses. ¿Se puede decir, pues, que Los Inválidos de París es un vehículo de propaganda? Sí.
E incluso si nos centramos en nuestra época actual, miremos donde miremos, encontraremos vestigios de propaganda en cualquier manifestación artística. Hasta cierto punto es natural; en el momento en que el arte sirve como expresión, es inevitable que esto conlleve un mínimo de “publicidad” por parte del emisor. Pero debemos tener mucho cuidado, porque de la expresión natural de una idea a la propaganda ideológica hay solo un pequeño paso. No todo iba a ser bonito en el arte, claro.
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6. Es creador de belleza
Sí; la mayoría de las veces, el arte es, simple y llanamente, un creador de belleza. Nada más. En cualquier manifestación artística encontramos un ideal estético que se desea transmitir.
Son pocas las excepciones (por ejemplo, el movimiento Dadá, que era, de hecho, una negación del arte y de la belleza como tal). Así, una Venus de Praxíteles está manifestando el ideal de belleza femenino de una cultura, que se basaba, sobre todo, en la devoción al cuerpo humano. Un fresco románico, por el contrario, nos remitirá a la belleza de las ideas más allá de la belleza de la forma. Un cuadro flamenco del XV nos transmitirá el amor por el detalle y la minuciosidad, así como un retablo gótico nos hablará de la belleza de los colores y de la creencia de que Dios es luz. Una escultura de Miguel Ángel nos remite al culto de la perfección anatómica… y así con un largo etcétera.
Si bien, como ya hemos dejado claro, toda manifestación artística tiene su ideal de belleza, existen movimientos que refuerzan esta idea y recogen el concepto del “arte por el arte”. Así, por ejemplo, el movimiento esteticista del XIX, que se bifurca en diversas corrientes como son el simbolismo y el decadentismo, preconizaba que el único fin del arte era la expresión de la belleza. Así, sin más.
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7. Es una representación de la realidad
El arte es, a menudo, un retazo congelado de la realidad. Si en el mundo actual agradecemos contemplar la pintura de un paisaje o de un rostro, imaginémonos por un instante cómo era esta sensación cuando no existía la fotografía. Entonces, la única forma que se tenía para plasmar la realidad era el arte. Y no solo se trataba de captar un paisaje bello, sino de recoger las facciones de un ser querido, por ejemplo. Un ser querido que desaparecería con la muerte, pero que seguiría estando entre nosotros a través de su retrato.
Esta representación de la realidad, sin embargo, trata ambas vertientes: la “bonita” y la “fea”. Porque la realidad no siempre es bella. Esto es así, y los artistas lo saben. Así, si un artista representa el momento exacto de un asesinato, cuando el cuchillo se clava en la carne, estará representando la realidad, por supuesto; pero una realidad escabrosa y tétrica que nadie quiere recordar.
8. Tiene una función didáctica
Por supuesto, el arte también sirve para enseñar. Lo encontramos con profusión en las representaciones religiosas, donde aparecen escenas bíblicas y de vidas de santos, pero también en los manuales escolares, donde a menudo los dibujos sirven para que el niño o niña comprenda la lección. Sin ir más lejos, hasta hace poco los libros de historia se ilustraban con cuadros de pintores historicistas, que pintaban escenas de historia y que resultaban muy útiles a los estudiantes para comprender un pasaje en concreto del pasado (aunque, a menudo, estos cuadros tenían un enorme componente subjetivo, cuando no propagandístico).
Con la función didáctica hay que tener el mismo cuidado que con la propagandística. Porque, como sucede a menudo, de la enseñanza al adoctrinamiento hay un paso, y no siempre es fácil percatarse de ello.
9. El arte como terapia
En los últimos años se ha popularizado la llamada “arteterapia”, que consiste en usar la creación artística para tratar trastornos psicológicos o, simplemente, alcanzar un mayor bienestar emocional. La arteterapia es también una herramienta importante para desarrollar un mayor grado de expresividad en el individuo, que le ayude a desbloquear miedos e inhibiciones.
Como tal, esta actividad no tiene como objetivo la creación de obras de arte, sino que se trata simplemente de facilitar a la persona un vehículo de expresión que le permita mejorar su calidad de vida. Cada vez se ven con mayor claridad los beneficios de esta terapia, especialmente en niños y personas con dificultades cognitivas.
10. El arte como necesidad humana
Este último punto es, en cierta manera, un resumen de todos los anteriores. Porque el arte es, simple y llanamente, una necesidad humana. No existe ningún ser humano que no tenga necesidad de crear. Es algo que llevamos intrínseco y que forma parte de nuestra humanidad; lo vemos en el niño pequeño que coge un rotulador y garabatea en un folio y en la persona anciana que teje cenefas en una colcha. Porque el arte es una de las pocas cosas que es exclusivamente humana, y no podemos prescindir de ella.
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