El 4 de agosto de 1789 se producía un hecho histórico: se promulgaban los conocidos como Decretos de agosto, con los que se terminaba, de un plumazo, el feudalismo en Francia. Y aunque estas leyes fueron fruto de la Revolución Francesa, no es menos cierto que en su ejecución tuvo mucho que ver un fenómeno conocido como El Gran Miedo (La Grande Peur en francés), una serie de altercados del campo que enfrentaron a aristócratas y campesinos y que sembraron el terror y el caos en toda Francia.
Hoy te contamos qué fue El Gran Miedo, cómo surgió y cuáles fueron las consecuencias que tuvo este episodio en el posterior desarrollo de la Revolución Francesa y en la historia de Francia en general.
¿Qué fue El Gran Miedo y por qué aceleró la Revolución Francesa?
La historia conoce como El Gran Miedo (La Grande Peur, en francés) a las tres semanas comprendidas entre finales de julio y principios de agosto de 1789, durante las que campesinos de toda Francia se levantaron contra sus señores.
A pesar de que este levantamiento no fue tan sangriento como a menudo se ha señalado, sí que es cierto que mantuvo en vilo al estado y a la población y aceleró el proceso revolucionario, hasta el punto de que la Asamblea Nacional abolió el feudalismo ese mismo mes.
Un ambiente muy caldeado
Por supuesto, los hechos de julio y agosto de 1789 no surgieron porque sí. Francia arrastraba un historial de hambre y miseria que todavía se hizo más preocupante a partir de 1770, cuando la demografía creció como nunca: en pocos años, el país aumentó su población en unos 3 millones de habitantes. Sin embargo, la producción de alimentos no acompañaba.
A pesar del extraordinario crecimiento demográfico, las malas cosechas se sucedían desde 1760. Esta hecatombe rural llegó a su máximo apogeo en 1788, un annus horribilis para el campo francés, puesto que, a un terrible granizo que destruyó cosechas enteras, se sucedió una no menos demoledora sequía.
Las consecuencias fueron, como se puede esperar, nefastas. Entre otras cosas, el precio del pan subió a límites desorbitados, y la población apenas podía pagarlo. En 1775, por ejemplo, explotó la ‘guerra de las harinas’, una revuelta contra el precio del pan que hundió en el caos a toda la región parisina.
La hambruna arrojó a muchos campesinos a rodar por los caminos en calidad de mendigos. Recorrían las sendas de Francia y pedían limosna en las granjas que se iban encontrando; pero, por supuesto, no siempre eran bien recibidos. Muchos campesinos desconfiaban de aquellos vagabundos; mucho más tras la proliferación de bandidos que ejercían el estraperlo y la extorsión, y que también merodeaban de casa en casa.
Los habitantes del campo, asustados, dirigieron sus ojos hacia el estado, con vistas a recibir una cierta protección. Sin embargo, en París las cosas ya estaban suficientemente revueltas, y de la capital solo llegaba el silencio. En consecuencia, los campesinos se vieron obligados a armarse y organizarse para defenderse.
“El Pacto del hambre”: la supuesta conspiración de los nobles
En la primavera de 1789, todo el campo estaba armado. Los granjeros no solo se defendían de los bandidos, sino también de los gabelous, los recaudadores de impuestos, que no siempre eran pacíficos en el cometimiento de su trabajo. Ante la mínima sospecha de haber comprado en el mercado negro, no dudaban en pegar una paliza al campesino de turno y llevarlo a la cárcel.
Pronto, empezaron a correr los rumores más bizarros. Se decía que los mendigos vagabundos derribaban las vallas y accedían a la fuerza a las granjas, para llevarse todo lo que pudieran acarrear. También se comentaba que estos mismos mendigos incendiaban los campos y se dedicaban a cortar los tallos de la siembra para abortar una futura cosecha. También se empezó a rumorear que los mismos habitantes de la ciudad, hambrientos, acudían a las granjas para llevarse los alimentos por la fuerza. En suma: el nerviosismo crecía de día en día.
La paranoia colectiva llegó hasta el punto de señalar como incitadores de todo el caos a los aristócratas. Empezó a correr el rumor de que habían sido los nobles los que habían puesto en marcha todo aquel engranaje de miedo y miseria, con el objetivo de “mantener a los campesinos a raya”. Esta supuesta conspiración aristócrata recibió incluso un nombre: El pacto del hambre.
Y ¿qué ganaban los señores feudales con todo ello? Por supuesto, se decían los campesinos, frenar la revolución, que ya había empezado a tomar forma en París. Algunos incluso situaban al monarca, Luís XVI, como el cerebro de toda la operación, aunque otros sostenían que el rey era demasiado ‘bondadoso’ y que, simple y llanamente, lo habían engañado.
El caos se extiende
La destitución de Jacques Necker (1732-1804), ministro de finanzas y considerado un auténtico ‘defensor del pueblo’, el 11 de julio de 1789, no ayudó para nada a la figura del rey, que pronto empezó a ser denostado. Tampoco ayudó a detener el caos el hecho de que el hermano menor de Luis XVI, el conde de Artois (que, irónicamente, reinaría mucho más tarde con el nombre de Carlos X), huyera del país con destino desconocido.
Todo ello no hizo sino corroborar las sospechas de que todo era un enorme complot contra el Tercer Estado para arrancar la mala hierba revolucionaria desde sus cimientos.
Así las cosas, los ciudadanos de toda Francia (que, recordemos, ya estaban armados) se agruparon en milicias con el objetivo de defender a la recién creada Asamblea Nacional y, por supuesto, a la Revolución. Por otro lado, y como la idea del Pacto del Hambre todavía persistía, los campesinos empezaron a asaltar los castillos de sus señores.
Los asaltos fueron generalizándose, especialmente tras la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789. Ahora bien: no existió la violencia extrema que a menudo se ha achacado al Gran Miedo. Los campesinos se ‘limitaban’ a hacer prisioneros a los habitantes del castillo y (eso sí) brindarles algún que otro maltrato, como golpearlos o arrojar sus carruajes al río. Aun así, esas tres semanas de verano de 1789 mantuvieron en vilo a toda Francia.
Los saqueos se intensificaron a raíz de la famosa explosión del castillo de Quincey, en el Franco Condado, apenas cinco días después de la toma de la Bastilla. Al parecer, fue un accidente (provocado por un aristócrata borracho), pero los campesinos lo interpretaron como una maniobra de los aristócratas para reducirlos. La mecha prendió por todo el Franco Condado, una de las regiones más maltratadas por El Gran Miedo.
Rumores, rumores… que terminan con sangre
Prácticamente todos los reactivos del Gran Miedo tuvieron su base en rumores. Por ejemplo: a partir de las revueltas del Franco Condado, cundió el bulo de que el rey, que ya había aceptado la revolución, instaba a su pueblo a asaltar e incendiar los castillos de los nobles y a obligarlos a renunciar a sus derechos feudales. En algunas ciudades, los habitantes se negaban a pagar el pan, amparándose en que el rey ‘deseaba que todos sus súbditos estuvieran alimentados’…
La difícil comunicación con París, debido al auge revolucionario, complicaba aún más las cosas. En cierta manera, las regiones periféricas estaban prácticamente aisladas, por lo que en cada una de ellas circulaban noticias de diverso calibre que, demasiado a menudo, no tenían ninguna raíz real.
Uno de los bulos que exasperó más a los campesinos fue el que contaba que el huido conde de Artois, el hermano del rey, pensaba atacarlos con un nutrido ejército, lo que aumentó el pánico y, sobre todo, la inquina contra la casa real. ¿Ya no podían confiar ni siquiera en el rey que, supuestamente, estaba de su lado?
La revuelta que abolió el feudalismo en Francia
Fueron apenas tres semanas de caos y miedo generalizado, pero que tuvieron grandísimas consecuencias para el país. Desde París, la Asamblea Nacional decidió que lo mejor para detener las revueltas campesinas era abolir definitivamente los derechos señoriales, es decir, el feudalismo, el odiado símbolo del Antiguo Régimen.
Y así, un tema que podría haber llevado muchísimo tiempo, se zanjó en apenas unos días: el 4 de agosto de 1789 se aprobaban los Decretos de Agosto. Oficialmente, el feudalismo dejaba de existir en Francia. Dos días después, como por arte de magia, El Gran Miedo se desvaneció, y todo quedaba como un efímero episodio de la Revolución.
Pocos campesinos fueron represaliados por todo lo sucedido. Las únicas excepciones fueron las zonas donde había tenido que intervenir el ejército, como el caótico Franco Condado. Sin embargo, y en general, la nueva realidad política francesa hizo la vista gorda y el episodio se dio por cerrado.
Conclusiones
El Gran Miedo o La Grande Peur fueron una serie de revueltas campesinas ocasionadas por la carestía de alimentos, la inestabilidad política y social y, sobre todo, por la serie de rumores que surgieron en las periferias francesas, estimulados por la prácticamente nula comunicación con la capital.
De cualquier forma, y a pesar de que fue un episodio efímero (apenas tres semanas del verano de 1789), los hechos del Gran Miedo son cruciales para comprender el curso que siguió la Revolución Francesa y, por ende, la historia de Francia.
En primer lugar, los acontecimientos son un claro reflejo de la situación del país, un barril de pólvora a punto de explotar. No en vano, los asaltos se recrudecieron a partir de la toma de la Bastilla, el 14 de julio.
En segundo lugar, El Gran Miedo consiguió de un plumazo lo que probablemente habría sido más costoso de alcanzar: la abolición definitiva de los privilegios feudales, el símbolo esencial de lo que los revolucionarios llamaban ‘el Antiguo Régimen’. De hecho, los Decretos de Agosto fueron uno de los hitos de la Revolución (junto con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano), y marcan el paso a la época contemporánea francesa.