Psicología del alcoholismo: así funciona (realmente) la adicción al alcohol

Una explicación detallada de cómo funciona el alcoholismo.

Psicología del alcoholismo: así funciona (realmente) la adicción al alcohol
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Hablar de alcoholismo no es contar la típica historia de alguien que se toma unas copas de más un sábado y se va a casa tambaleando. No. Aquí hablamos de un monstruo mucho más serio, que se cuela poco a poco en la vida de las personas hasta que lo ocupa todo. Lo curioso –y lo peligroso– es que el alcohol está tan normalizado en nuestra sociedad que cuesta detectar cuándo la cosa ha pasado de ser “algo social” a convertirse en una adicción en toda regla. Spoiler: cuando el alcohol empieza a tomar decisiones por ti, ahí tienes un problema.

En este artículo vamos a desmontar el alcoholismo pieza a pieza, desde la perspectiva de la psicología basada en evidencia científica, que es la que realmente mete el bisturí en los patrones de pensamiento y comportamiento que sostienen esta adicción. Veremos cómo se engancha uno al alcohol (y no, no es solo por el placer), qué le pasa al cuerpo y a la cabeza cuando el alcohol manda, y por qué salir de ahí requiere algo más que fuerza de voluntad. Si te interesa saber cómo funciona de verdad la adicción al alcohol, estás en el sitio correcto.

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Qué es el alcoholismo

El alcoholismo, técnicamente llamado “trastorno por consumo de alcohol”, es, básicamente, cuando beber deja de ser una opción y se convierte en una necesidad. No hablamos de quien se toma un par de cañas los viernes; hablamos de quien no puede pasar sin su dosis diaria, aunque vea que su vida se está yendo por el retrete. Es una adicción, y como toda adicción, no solo atrapa al cuerpo, sino también a la mente. La persona empieza bebiendo para pasarlo bien o para relajarse, y acaba bebiendo porque no puede no hacerlo.

El alcoholismo tiene dos caras: la física y la psicológica. Por un lado, el cuerpo se acostumbra al alcohol y pide más y más para sentir el mismo efecto. Esto se llama “tolerancia”. Y, cuando se intenta dejarlo, llegan los síntomas de abstinencia: temblores, sudores fríos, ansiedad, mal rollo general. Por otro lado, está la parte mental: el alcohol se convierte en la “solución mágica” para todo. ¿Problemas en el curro? Copazo. ¿Discusión con la pareja? Otro copazo. ¿Aburrimiento? Pues venga, que no falte.

Lo peligroso es que esta dinámica se mete hasta la cocina en la vida de la persona. El alcohol empieza a mandar: afecta al trabajo, a las relaciones, a la salud física (hígado frito, corazón tocado, sistema nervioso hecho polvo) y a la salud mental (depresión, ansiedad, ataques de ira...). Es un pack completo, pero en plan desastre.

¿Y cómo se sabe si alguien tiene un problema serio con la bebida? Aquí no vale solo contar copas. El tema es ver si el alcohol controla la vida. Preguntas clave serían: ¿Has intentado dejarlo y no has podido? ¿Te ha traído problemas con la gente o en el curro? ¿Sigues bebiendo aunque sabes que te está jodiendo la salud? Si alguna de esas respuestas es sí, ojo, ahí hay lío.

Desde la psicología cognitivo-conductual, el alcoholismo no es solo “beber mucho”. Es un patrón aprendido y mantenido por el alivio inmediato que ofrece el alcohol. Como un parche rápido pero cutre. El truco está en desarmar ese círculo vicioso: identificar las situaciones que disparan las ganas de beber (los famosos “disparadores”), desmontar las ideas distorsionadas tipo “sin una copa no soy nadie” y aprender nuevas maneras de afrontar la vida sin recurrir al vaso.

El alcoholismo, en resumen, es una trampa que empieza como fiesta y termina como cárcel. No es falta de fuerza de voluntad, es una enfermedad compleja que requiere tratamiento serio. La buena noticia: se puede salir. Con ayuda, con curro personal y, sobre todo, con la convicción de que vivir sin alcohol no solo es posible, sino que merece la pena. Porque, seamos claros, estar bien de la cabeza y del cuerpo no tiene precio… y desde luego, no se vende en ningún bar.

Cómo funciona el alcoholismo

Vamos a destripar cómo funciona el alcoholismo desde la perspectiva de la psicología cognitivo-conductual (TCC) y el conductismo puro y duro, para entender qué demonios pasa en la cabeza y en el comportamiento de alguien que lidia con esta adicción.

Para empezar, el alcoholismo se sostiene por un círculo vicioso en el que entran en juego varias piezas clave: refuerzos, condicionamientos, pensamientos distorsionados y, por supuesto, emociones. La TCC lo explica como un combo entre lo que hacemos (conducta), lo que pensamos (cognición) y lo que sentimos (emoción), y todo eso se retroalimenta que da gusto.

1. Condicionamiento clásico

Seguro que te suena el experimento de Pavlov: aquel de los perros que salivaban solo al oír una campana porque la asociaban con la comida. Bueno, con el alcohol pasa algo parecido. Al principio, la persona bebe en ciertas situaciones: para relajarse después del curro, en una fiesta para soltarse la melena, o cuando está triste. Poco a poco, el cerebro empieza a asociar esos momentos (el estrés, la tristeza, la celebración) con el alcohol. Resultado: cada vez que aparece ese estímulo (por ejemplo, agobio laboral), el cuerpo pide su dosis, casi como un perro salivando ante la campana.

2. Condicionamiento operante

Ahora metemos en la ecuación al señor Skinner, otro de los grandes del conductismo. Aquí hablamos del refuerzo, que es lo que hace que una conducta se repita. Cuando una persona bebe y siente alivio (menos ansiedad, más alegría, lo que sea), ese alivio actúa como un refuerzo positivo.

También puede ser refuerzo negativo: bebes para quitarte algo desagradable, como un mal rollo emocional o la incomodidad social. En ambos casos, el cerebro aprende rápido: “Oye, esto funciona. Repite”.

Y, claro, cuanto más lo repites, más arraigado queda. Esta es la base del mantenimiento de la adicción: la conducta (beber) se refuerza una y otra vez, tanto por lo que añade (placer momentáneo) como por lo que quita (malestar).

3. Tolerancia y abstinencia

Cuando una persona empieza a beber, con un par de copas ya nota el efecto: relajación, euforia, desinhibición... Lo típico. Pero si sigue bebiendo con frecuencia, el cuerpo –que es muy listo para adaptarse– empieza a necesitar más cantidad para conseguir ese mismo “subidón”. Eso es la tolerancia: un proceso por el cual el organismo se vuelve menos sensible al alcohol y obliga a aumentar la dosis para conseguir el mismo efecto que antes se lograba con menos.

Imagina que tu cuerpo es como un colega al que le cuentas siempre el mismo chiste. La primera vez se parte de risa, la segunda se ríe un poco menos, y a la cuarta ya está mirando el móvil. Para hacerle reír otra vez, necesitas algo más fuerte o diferente. Con el alcohol, pasa igual: el sistema nervioso se adapta y deja de reaccionar como antes, así que necesitas más y más para notar algo. El problema es que esto no solo aumenta el riesgo de emborracharse más rápido, sino que también daña el cuerpo: hígado, cerebro, corazón… todos pagan el pato.

La otra cara es el síndrome de abstinencia, que aparece cuando la persona reduce o deja de beber de golpe después de haber desarrollado esa tolerancia. Aquí ya no estamos hablando de la típica resaca molesta tras una noche de fiesta. No, esto es otro nivel.

El síndrome de abstinencia incluye síntomas físicos y psicológicos bastante serios: temblores, sudoración, ansiedad, insomnio, náuseas… y en casos más graves, alucinaciones, convulsiones o un cuadro llamado delirium tremens, que puede ser incluso mortal si no se trata a tiempo. El cuerpo, acostumbrado a tener alcohol circulando, entra en pánico cuando de repente le quitan su “droga de cabecera”. Es como si las alarmas saltaran por todas partes porque algo vital ha desaparecido.

Desde la perspectiva de la psicología conductual, este malestar brutal actúa como un refuerzo negativo: la persona bebe otra vez no para colocarse, sino para no sentirse tan mal. Aquí es donde el alcoholismo muestra su peor cara: la persona ya no bebe para disfrutar, sino para evitar el sufrimiento. Es el clásico “pan para hoy, hambre para mañana”.

¿Por qué es importante entender esto? Porque la tolerancia y la abstinencia son los dos pilares que mantienen la adicción en marcha. Entender cómo funcionan ayuda a explicar por qué no es tan fácil “dejarlo” sin más, y por qué muchas veces hace falta ayuda médica y psicológica para romper ese círculo vicioso. Además, desmonta el mito de que el alcoholismo es solo una cuestión de “fuerza de voluntad”. No, es un problema complejo donde el cuerpo y la mente están atrapados en un bucle que se retroalimenta.

¿Quieres que incluya consejos para afrontar la abstinencia o algo más técnico sobre la parte médica?

4. Distorsiones cognitivas

La parte “cognitiva” del TCC se centra en cómo pensamos. En el alcoholismo, hay un montón de distorsiones cognitivas que sostienen la adicción. Por ejemplo:

  • Minimización: “No bebo tanto, hay gente peor.”
  • Racionalización: “Me lo merezco después del día de mierda que he tenido.”
  • Catastrofismo: “Si no bebo, no voy a ser capaz de hablar con nadie en la fiesta.”

Estas ideas, aunque suenen lógicas en el momento, son engañosas y alimentan la dependencia. La persona se convence de que el alcohol es su única salida, su único medio para enfrentarse a la vida.

5. Evitación experiencial

Otra joya de la TCC es el concepto de evitación experiencial. Básicamente es cuando intentamos a toda costa no sentir emociones desagradables. ¿Y qué hace el alcohol? ¡Bingo! Anestesia esas emociones. El problema es que, al evitar enfrentarse a ellas de manera saludable (como gestionar el estrés o la tristeza con otras herramientas), la persona se queda sin recursos reales. El alcohol tapa la emoción por un rato, pero no la resuelve, así que vuelve… y vuelta a empezar.

6. Desencadenantes y hábitos

El alcoholismo también se engancha a los desencadenantes (o triggers, si te gusta más en inglés). Estos pueden ser externos (un bar, un grupo de amigos) o internos (sentimientos de soledad, estrés). El problema es que estos disparadores se convierten en señales automáticas para beber. Además, beber se transforma en un hábito: algo que hacemos casi sin pensar. La TCC trabaja mucho en identificar esos patrones automáticos y romperlos.

En resumen: el alcoholismo es una bestia de múltiples cabezas. Funciona porque: Se aprende y se refuerza a través de la experiencia. Está anclado a pensamientos que lo justifican. Se alimenta de la evitación emocional y la comodidad a corto plazo.

El ciclo del alcoholismo

El ciclo del alcoholismo es como esa historia que empieza con risas y acaba en tragedia, pero que nadie ve venir hasta que está bien metido en el lío. No es algo que ocurra de la noche a la mañana; es un proceso que se va construyendo poco a poco, casi sin darte cuenta, como cuando metes la rana en la olla y vas subiendo la temperatura sin que note que se está cociendo. La cosa arranca de forma bastante inocente y va escalando hasta que la persona se encuentra completamente atrapada.

Todo suele comenzar con la fase de uso experimental o social. Aquí es donde el alcohol aparece como el invitado simpático: fiestas, celebraciones, una copa después del trabajo… la típica historia que nadie ve como un problema. En esta etapa, el alcohol se usa para disfrutar, integrarse socialmente o simplemente por curiosidad. La persona aún tiene un control total sobre lo que bebe y puede decir “no” sin mayor drama. El problema es que este primer contacto abre la puerta a algo más.

Después llega la fase de uso regular. Aquí, el beber empieza a convertirse en costumbre. Ya no es solo en fiestas o eventos especiales; ahora aparece en el día a día: la copita cada noche, la cerveza que no puede faltar al llegar a casa, ese “solo una para relajarme”. En este punto, el alcohol empieza a asociarse con aliviar tensiones o escapar un poco del estrés. Aunque sigue habiendo control, se va formando un patrón donde beber empieza a ser la respuesta automática a ciertas situaciones. El terreno está abonado para que crezcan problemas.

Con el tiempo, se cruza la línea hacia el uso problemático. Aquí empiezan a notarse las consecuencias: resacas más duras, olvidos, discusiones familiares, problemas en el trabajo… pero, a pesar de todo, la persona sigue recurriendo al alcohol. Aparecen las primeras señales de alarma: intentos fallidos de reducir la cantidad, excusas para justificar la bebida y esas mentiras que uno se cuenta a sí mismo, tipo “no es para tanto” o “lo dejo cuando quiera”. La tolerancia empieza a hacer acto de presencia: ya no se siente el mismo efecto con la misma cantidad, así que hay que subir la dosis. En esta etapa, también se empiezan a ver cambios en la relación emocional con el alcohol. Ya no es solo para divertirse, sino que se convierte en la muleta emocional: se bebe para calmar la ansiedad, para lidiar con la tristeza o para poder dormir. Esto es clave porque marca el momento en que el alcohol deja de ser una opción y empieza a verse como una necesidad. La persona todavía puede pensar que tiene el control, pero la realidad es que el alcohol ya manda más de lo que parece.

Finalmente, se llega a la fase de dependencia, o lo que llamamos alcoholismo grave. Aquí es donde el ciclo se convierte en un círculo vicioso implacable. La persona necesita beber para funcionar, ya no solo para sentirse bien, sino para no sentirse horriblemente mal. El síndrome de abstinencia hace que cualquier intento de dejarlo sea una tortura: temblores, sudores, ansiedad brutal, insomnio… todo eso empuja a seguir bebiendo para “estar normal”. La tolerancia sigue creciendo, lo que significa que cada vez se necesita más cantidad para conseguir el mismo efecto. La vida empieza a girar exclusivamente alrededor del alcohol: problemas legales, pérdidas de empleo, rupturas familiares, deterioro físico y mental… la lista es larga y fea.

Desde la psicología cognitivo-conductual, todo este ciclo se explica por cómo se van reforzando las conductas de beber y cómo el alcohol se convierte en la solución rápida a problemas emocionales o situaciones incómodas. Cada vez que la persona bebe y experimenta alivio, ese comportamiento se refuerza. Además, los pensamientos distorsionados (“yo controlo”, “todo el mundo bebe igual”) alimentan la rueda y dificultan el cambio.

También juegan un papel los disparadores: situaciones o emociones que automáticamente despiertan las ganas de beber. La persona empieza a asociar de manera muy fuerte ciertos momentos con la necesidad de alcohol, y esto hace que romper el ciclo sea cada vez más complicado.

En resumen, el ciclo del alcoholismo es un proceso progresivo que engancha tanto a nivel físico como psicológico. Se empieza bebiendo por placer, se sigue por costumbre, luego por necesidad emocional, y finalmente por pura supervivencia química. Cuanto antes se detecte y se actúe, más fácil es romper ese ciclo antes de que se cierre del todo. Porque una vez la rueda está girando a toda velocidad, pararla cuesta mucho más.

Cómo superar el alcoholismo

El ciclo del cambio de Prochaska y DiClemente es, básicamente, un mapa que explica las fases por las que pasa una persona cuando intenta dejar una adicción como el alcoholismo. Ojo, no es un camino recto ni limpio, más bien es como un laberinto lleno de idas y venidas. Pero entenderlo es clave para saber dónde está cada persona y qué necesita en cada momento. Primero, para situarnos: este modelo identifica seis fases principales. Y lo importante aquí es que el cambio no ocurre de golpe; es un proceso que requiere tiempo, recaídas y un buen puñado de altibajos. Vamos con cada fase, sin tonterías.

La primera es la fase de precontemplación. Aquí la persona no ve el problema. Puede que todo el mundo a su alrededor esté harto de sus borracheras, pero ella no lo percibe como algo grave. Su pensamiento es más bien: “¿Problema? ¿Qué problema?”. A veces hay negación directa (“no bebo tanto”) o minimización (“todos mis amigos beben igual”). Desde la perspectiva cognitivo-conductual, esta fase está cargada de distorsiones cognitivas: racionalizaciones, excusas y un montón de autoengaño. Intentar que alguien cambie en este punto suele ser inútil si no se trabaja primero la conciencia del problema.

Después viene la fase de contemplación. Aquí ya hay una semillita de duda. La persona empieza a reconocer que quizás, solo quizás, el alcohol le está trayendo problemas. Piensa algo tipo: “Vale, puede que tenga un problema… pero no sé si quiero o puedo hacer algo al respecto”. Aquí hay ambivalencia: una lucha interna entre seguir como siempre (porque cambiar da miedo) o empezar a plantearse alternativas. Este es un momento clave para trabajar las creencias limitantes y explorar pros y contras reales. La persona aún no está lista para la acción, pero está pensándolo, que no es poco.

Luego pasamos a la fase de preparación. Aquí la cosa se pone más seria: la persona ya ha tomado la decisión de que quiere cambiar y empieza a hacer planes. Puede ser algo sencillo como buscar información sobre terapias, hablar con un médico o comentar con alguien de confianza que está pensando en dejar de beber. El paso fundamental aquí es transformar la intención en un plan concreto. En TCC se trabaja mucho en identificar disparadores, pensar estrategias de afrontamiento y establecer objetivos claros. No es que ya haya dejado la bebida, pero está afilando las herramientas para hacerlo.

Después viene la acción. Este es el momento en que la persona pasa de las palabras a los hechos. Empieza a reducir o eliminar el consumo de alcohol. Aquí es donde todo lo que se ha trabajado antes se pone a prueba: resistir las ganas, enfrentar situaciones difíciles sin recurrir al alcohol, manejar el síndrome de abstinencia si aparece… Es la fase más visible y la que muchas veces la gente cree que es todo el cambio, pero en realidad es solo una parte del proceso. La TCC mete aquí toda la artillería: reestructuración cognitiva, técnicas de manejo de ansiedad, entrenamiento en habilidades sociales… lo que haga falta para mantener el cambio.

Pero no se acaba ahí. Luego viene la fase de mantenimiento, que es probablemente la parte más difícil. Aquí la persona ya ha conseguido mantenerse sobria durante un tiempo, pero la amenaza de recaída sigue acechando. Y esto es importante: el riesgo nunca desaparece del todo. La clave está en consolidar los nuevos hábitos y en aprender a identificar y gestionar las tentaciones antes de que se conviertan en un problema real. Muchas veces, la persona empieza a bajar la guardia (“ya lo tengo controlado”) y ahí es donde puede aparecer la recaída.

Y, hablando de recaídas, hay que decirlo claro: la recaída no es un fracaso, es parte natural del proceso de cambio. Muchísima gente pasa varias veces por las fases antes de lograr un cambio estable. La idea no es castigarse cuando se recae, sino analizar qué ha fallado y ajustar el plan para la próxima vez. En TCC se trabaja mucho este aspecto para quitarle el dramatismo y convertir cada caída en una oportunidad de aprendizaje.

Por último, está la fase de finalización o resolución, aunque hay debate sobre si realmente se llega a un “fin” definitivo. En esta fase, la persona ha interiorizado completamente los nuevos patrones de vida y el riesgo de recaída es muy bajo. Pero la mayoría de especialistas coinciden en que, en adicciones, la vigilancia siempre debe mantenerse al menos de forma mínima, porque la vulnerabilidad nunca desaparece del todo.

En resumen: el ciclo del cambio es un viaje en espiral, no una línea recta. La persona puede estar en contemplación, pasar a acción, recaer y volver a contemplación. No hay un camino único ni un tiempo exacto para cada fase. Lo fundamental es entender en qué punto está la persona para ofrecer la ayuda adecuada: no sirve empujar a la acción cuando aún está en negación, ni dejar sin apoyo cuando está en mantenimiento. Y lo más importante: tener claro que, aunque sea jodido y largo, el cambio es posible y cada paso cuenta.

Luis Miguel Real Kotbani

Luis Miguel Real Kotbani

Psicólogo | Especialista En Adicciones

Profesional verificado
València
Terapia online

Soy Luis Miguel Real, psicólogo especialista en adicciones, y he ayudado a miles de personas a superar sus problemas de adicción. Ponte en contacto conmigo y empezaremos a trabajar en tu caso lo antes posible.

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Luis Miguel Real. (2025, mayo 5). Psicología del alcoholismo: así funciona (realmente) la adicción al alcohol. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/drogas/psicologia-del-alcoholismo-funciona-adiccion-al-alcohol

Psicólogo

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Terapia online

Luis Miguel Real es especialista en adicciones, trabajando sobre todo con personas con problemas con el alcohol, la cocaína o las apuestas. También trabaja con otros trastornos, como la depresión y variantes de ansiedad. Ofrece terapia individual o de pareja, tanto presencial en su consulta privada en el centro de Valencia como online, atendiendo tanto a adultos como con adolescentes, y organiza programas de formación para empresas y organizaciones que lo soliciten.

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