El alcohol es una sustancia incluida en la categoría de los depresores del sistema nervioso central. Su consumo está ampliamente aceptado en la sociedad y forma parte de momentos de celebración u ocio muy diversos.
Por este motivo, su uso entre la población se extiende hasta el punto de que casi todas las personas adultas lo han probado al menos en una ocasión a lo largo de su vida, y un porcentaje nada desdeñable lo consume con frecuencia.
Al igual que ocurre en el caso de otras sustancias con propiedades depresoras, el alcohol puede generar síntomas propios de los procesos adictivos, entre los que destaca la aparición de tolerancia y síndrome de abstinencia.
En este artículo repasaremos estos dos últimos conceptos, que son esenciales para definir la conducta asociada a la dependencia de sustancias, y ahondaremos en el fenómeno de la tolerancia inversa al alcohol.
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Aspectos básicos de la adicción a sustancias
Con anterioridad al abordaje del fenómeno de la tolerancia inversa al alcohol, que será el núcleo del presente artículo, es importante conocer los elementos básicos que constituyen la adicción a cualquier sustancia: la tolerancia y el síndrome de abstinencia. La presencia de ambos en un individuo suponen el criterio clínico a partir del cual el abuso (entendido como el uso de la sustancia en contextos donde produce un grave perjuicio) rebasa los límites de la dependencia.
1. Tolerancia
La tolerancia es el resultado de los cambios que se producen en el sistema nervioso central como resultado de la introducción de una sustancia que no se encuentra de forma natural en él. A través de la mediación de receptores concretos de los que el cerebro dispone, y la alteración en los niveles de determinados neurotransmisores (GABA y glutamato en el caso del alcohol), se genera un proceso de adaptación que implica tanto a la fisiología como a la morfología.
En términos estrictos, la tolerancia describe la necesidad de un consumo cada vez mayor de una sustancia concreta para obtener los mismos efectos que se lograban en las tomas iniciales; esto es, una reducción notable en el efecto de la sustancia (a múltiples niveles) que precipita el aumento de la dosis. Este fenómeno es uno de los que acaban erosionando la vida personal de quienes padecen un trastorno adictivo, pues implica pérdidas económicas y sociales muy profundas. Además, nos proporciona pistas sobre lo que es la tolerancia inversa al alcohol.
2. Síndrome de abstinencia
El síndrome de abstinencia es un fenómeno que habitualmente concurre junto a la tolerancia, y que describe una severa sensación de malestar cuando la persona no tiene acceso a la sustancia con la que mantiene una relación de dependencia.
En términos generales, la abstinencia desencadena los efectos opuestos a los que se observan durante la intoxicación. Por ejemplo, si una droga deprime el sistema nervioso central (como sucede con el alcohol), en esta fase la persona se sentirá irritable o agitada.
El caso del alcohol presenta una peculiaridad en cuanto al síndrome de abstinencia: la posibilidad de aparición de un delirium tremens. Los síntomas del mismo suelen ocurrir entre el segundo y el tercer día (48 a 72 horas) después del último consumo; e incluyen alteración de la conciencia, alucinaciones, delirios, sensación de miedo, temblor, inquietud, irritabilidad e hiperstesia en las distintas modalidades sensitivas (fotofobia o hipersensibilidad lumínica, agudización perceptiva de los sonidos y del tacto, etc.).
3. Conducta adictiva
Se entiende por conducta adictiva todos los cambios comportamentales que tienen lugar en el contexto de la dependencia, que resultan atribuibles a ella y que acaban deteriorando la calidad de las relaciones sociales e incluso la capacidad para lograr o mantener una vida laboral activa. Este fenómeno obedece a una serie de alteraciones en el sistema cerebral de recompensa, los cuales son comunes al mecanismo de acción de múltiples sustancias.
Para entender correctamente la conducta adictiva debemos comprender la función del citado sistema, que está conformado por un conjunto de estructuras (el núcleo tegmental ventral y el área accumbens) que se proyectan además hacia la corteza prefrontal. Lo que observamos tras el consumo agudo de la droga es un aumento abrupto del nivel de dopamina (neurotransmisor del placer) en esta región, superior al que se produce como consecuencia de los reforzadores naturales.
Como resultado de esta intensa sensación de placer, la persona buscará el uso de la sustancia con el fin de experimentarla nuevamente, abandonando de forma progresiva aquellas cosas de la vida que con anterioridad le generaban alegría o disfrute. El abandono puede incluir tanto relaciones personales como aficiones, reduciéndose la cotidianidad a una búsqueda compulsiva del alcohol y de las sensaciones asociadas (lo que supone invertir grandes cantidades de tiempo en su adquisición y consumo).
4. Deseo de consumo o craving
Como consecuencia directa de la pérdida de motivación respecto a los reforzadores naturales, la persona experimenta en paralelo un acuciante deseo de consumo que aumenta de forma proporcional cuando se encuentra ante estímulos que se asocian a él. Por ejemplo, sentirá la necesidad de beber cuando acuda al establecimiento en el que lo ha hecho durante muchos años, dado que se expone a personas y claves ambientales con las que se ha forjado una estrecha asociación a la bebida.
Por otra parte, múltiples estudios sugieren que la privación de incentivos sociales es un elemento fundamental para que el consumo evolucione del uso esporádico a la adicción propiamente dicha. La carencia de apoyos sólidos o los entornos en los que predomina la marginalidad y el aislamiento contribuyen a la formación de los trastornos adictivos, por lo que el diseño de programas terapéuticos que incorporen el refuerzo de este componente es absolutamente necesario.
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Qué es la tolerancia inversa al alcohol
Una vez repasados los principios elementales de la adicción, podemos adentrarnos en un conocimiento más exhaustivo sobre el fenómeno de la tolerancia inversa al alcohol, también conocido como sensibilización etílica.
Como se ha señalado, el consumo crónico de alcohol incrementa la tolerancia al mismo, así como a otros químicos con efecto depresivo sobre el sistema nervioso central (tolerancia cruzada). Sería el caso de las benzodiacepinas, que bajo ninguna circunstancia deben combinarse con alcohol, pues aumentan sustancialmente el riesgo de sobredosis (coma y muerte en última instancia). Es por este motivo que las personas tienden a beber cada vez más a medida que transcurre el tiempo.
No obstante, tras un consumo de muchos años de duración en el que se ha podido fraguar una adicción, muchas personas desarrollan tolerancia inversa al alcohol. En este caso el efecto de la sustancia sobre el cerebro tiene lugar incluso a dosis muy pequeñas, mostrándose signos y síntomas característicos de la embriaguez con un consumo reducido. Este efecto resulta diametralmente opuesto al observado en la tolerancia general.
Pese a que la tolerancia convencional y la tolerancia inversa puedan parecer dos fenómenos antagonistas, en realidad mantienen una relación estrecha. En personas que consumen alcohol, lo más habitual es que debute en primer lugar una tolerancia química común. A medida que el tiempo transcurre y se mantiene un uso continuado de esta droga, se produciría un daño concreto sobre la función renal que reduciría el metabolismo etílico y aumentaría sus niveles en la sangre.
Afortunadamente, el efecto de la tolerancia inversa se extiende únicamente a los síntomas iniciales de la intoxicación etílica (la desinhibición conductual y la euforia), pero no precipita una aparición más temprana de la disnea (esfuerzo respiratorio) y del coma que caracterizan a los estadios más avanzados.
Conductas que propician el desarrollo de la dependencia al alcohol
La sensación de euforia que acompaña al consumo (en bajas dosis) de alcohol es engañosa, y puede conducir a determinadas personas a usar esta droga como una estrategia de automedicación para trastornos ansiosos o depresivos. La evidencia científica indica que con ello se produce el efecto contrario, facilitando una serie de alteraciones sobre las emociones y la conducta (así como sobre la neuroquímica cerebral) que acentúan el problema por el que la persona decidió empezar a beber.
Por otra parte, el consumo en binge, conocido popularmente como botellón (en el que llegan a ingerirse más de 100 gramos en un periodo brevísimo de tiempo), supone también una conducta de riesgo para el desarrollo de conductas adictivas, incluso en el supuesto de que no se consuman otras sustancias durante el transcurso de la semana.
Tampoco resulta recomendable en absoluto beber alcohol para reducir la resaca del día anterior, ni combinarlo con otras sustancias. El uso simultáneo de alcohol y cocaína, por citar un ejemplo común, produce etileno de cocaína. El resultado de esta reacción química aumenta la toxicidad de ambas drogas por separado, y se ha relacionado de forma sistemática con episodios de violencia interpersonal.
El alcohol es una droga de extenso uso, debido especialmente a que se trata de una sustancia socialmente aceptada e incluso integrada en tradiciones y fiestas. Lo más común es que el inicio de su consumo se dé en contextos recreativos y de ocio, en la compañía de otras personas, pero la evolución hacia la adicción implica que se reserve progresivamente a los espacios de soledad. La información sobre sus efectos es clave para prevenir los trastornos adictivos en la población.
Referencias bibliográficas:
- Tran, S. y Gerlai, R. (2017). Zebrafish Models of Alcohol Addiction. Addictive Substances and Neurological Diseases, 3(2), 59-66.
- Becker, H. (2008). Alcohol Dependence, Withdrawal and Relapse. Alcohol Research and Health, 31(4), 348-361.
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