El hecho de tener problemas de autoestima puede plasmarse en muchos aspectos de la vida social de una persona. Y uno de los que más se plasman en las conversaciones es la falta de asertividad: la capacidad de decir lo que se piensa, aunque moleste a otros, manteniendo un equilibrio entre el respeto por el interlocutor y la defensa del propio derecho a expresarse.
Las personas con baja autoestima, generalmente, presentan también problemas de asertividad. Veamos cómo es esta relación entre ambos elementos de la personalidad a través de un experto en el tema: el psicólogo Guillermo Orozco.
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Guillermo Orozco: la relación entre la autoestima y la asertividad
Guillermo Orozco es Psicólogo General Sanitario residente en Las Palmas de Gran Canaria, ciudad en la que atiende a muchos de sus pacientes desde su Centro de Atención Psicológica. En esta entrevista nos habla sobre la relación entre la autoestima y la asertividad, y cómo se abordan los problemas en estas dimensiones desde la Terapia de Aceptación y Compromiso.
¿De qué manera nos influye en nuestras relaciones el hecho de tener baja autoestima?
La autoestima es el valor, consideración y afecto que cada persona siente respecto de sí misma. Esta valoración es independiente de cómo seamos realmente o de cómo nos vean los demás. Cuando nuestra autoestima está equilibrada, nos percibimos de una manera realista y nos aceptamos con nuestros fallos y virtudes. Esto hace que nos podamos sentir personas valiosas y dignas de ser apreciadas por los demás. Por consiguiente, una baja autoestima influye, no sólo en cómo nos relacionamos con nosotros mismos, sino con el resto.
Las personas que sufren de baja autoestima suelen tener unos pensamientos distorsionados que les hacen estar convencidos de que todo lo malo que ocurre a su alrededor tiene que ver con su comportamiento, lo que les hace sentir culpables constantemente.
Esta distorsión del pensamiento les hace también creer que no merecen la consideración ni los halagos que sus amigos, familiares o, incluso su pareja, les hacen. Por ello se sienten incómodos cuando los reciben, les quitan importancia y, en ocasiones, sienten rechazo ante las muestras de afecto. Esto provoca un distanciamiento entre las personas, ya que no se consiguen los efectos deseados al reforzar las virtudes o comportamientos de un individuo con baja autoestima, provocando frustración y rechazo en amigos, familiares y, especialmente, en las parejas de las personas que la padecen.
Por otro lado, la inseguridad que sufren sobre su comportamiento les lleva a pensar que todo lo hacen mal, con lo que se esfuerzan constantemente en complacer y en no molestar a las otras personas. Esto puede llevar en muchos casos a relaciones personales muy desequilibradas y de gran dependencia emocional, ya que se olvidan de sus propias necesidades para cubrir las de los demás.
Para mantener la coherencia con sus esquemas mentales de poca valía personal, es muy habitual que se relacionen con personas que contribuyen a mantener su bajo nivel de autoestima. Su percepción de no merecer nada mejor hace que se sientan “cómodos” en ese tipo de relaciones a pesar del gran sufrimiento que conllevan, ya que suelen basarse en abusos y desequilibrios emocionales constantes.
¿Es frecuente que las personas con baja autoestima acumulen muchos problemas psicológicos simplemente por no ser capaces de expresarse con libertad?
Las personas con baja autoestima no se sienten respetadas. Obviamente si no valgo nada, no me respeto y, por ende, nadie va a respetarme. Las personas con baja autoestima miden sus palabras para no molestar, se adaptan a las necesidades de los demás y no tienen en cuenta las suyas propias ¿Qué ocurriría si no le dices a tu jefe que deje de gritarte? ¿Cómo te sentirías si tu pareja constantemente decide lo que hacéis juntos? ¿Cuánto tiempo aguantarías que tu madre controlase tus decisiones vitales? ¿Cuándo le dirás a tus amigas que no te gusta beber alcohol?
Estas preguntas son fáciles de responder para personas con la autoestima equilibrada, pero las personas con baja autoestima toleran constantes abusos en su día a día, lo que se convierte en estrés laboral, ansiedad, angustia, aislamiento social, problemas familiares, abuso de sustancias o depresión, entre otros.
En mi consulta, por ejemplo, son innumerables las personas con baja autoestima que siguen queriendo, muchas veces sin ser conscientes, complacer a sus padres. Da igual la edad, los estudios o el nivel socioeconómico, la baja autoestima puede afectar a cualquiera. La mayor parte de las veces, cuando los pacientes acuden a consulta, no vienen por tener baja autoestima, sino por los problemas mencionados, pero tras una evaluación inicial, se detecta la falta de asertividad a la hora de relacionarse.
Una definición consensuada de asertividad sería la forma de comunicación consistente en defender tus derechos expresando tus opiniones y realizando sugerencias de forma honesta, sin caer en la agresividad o la pasividad, respetando a los demás, pero sobre todo respetando tus propias necesidades.
A las personas con baja autoestima les cuesta mucho expresarse así, por consiguiente, no defienden sus derechos, llevándolos a tener unas relaciones sociales muy desequilibradas en las que suelen terminar sufriendo y callando, en ocasiones, y en otras explotando y teniendo comportamientos agresivos desproporcionados.
En tu experiencia tratando a pacientes, ¿qué crees surge antes, los problemas de autoestima, o los problemas de asertividad?
Es difícil saber qué fue antes, si el huevo o la gallina, pero lo que está claro es que autoestima y asertividad están íntimamente relacionadas.
En mi experiencia, las personas con baja autoestima no se comportan asertivamente porque no se respetan, así que no necesitan hacerse respetar. De hecho, no conciben que otras personas les traten con respeto y las valoren ya que va en contra de sus esquemas mentales, por lo que son incapaces de asumir ese trato.
Por otro lado, puede ocurrir que durante nuestra infancia no aprendamos a tener un comportamiento asertivo, ya que es habitual fomentar en los niños conductas sumisas, en algunos casos, y agresivas en otros.
Con el tiempo, es habitual que estos patrones de comportamiento se vuelvan rígidos y podamos empezar a sufrir abusos o rechazo por parte de nuestros familiares y amigos, compañeros de clase o posibles parejas. Esto provoca que nuestra autoestima se vaya deteriorando hasta que empezamos a creernos que realmente hay algo malo en nosotros y que no nos merecemos el afecto, cariño y respeto de las demás personas.
A la hora de trabajar desde la psicoterapia para intervenir en casos en los que existan problemas de autoestima y de asertividad, ¿qué se suele hacer?
Como comenté anteriormente, los pacientes cuando llegan a consulta no suelen acudir por una baja autoestima, lo más habitual es que vengan por problemas de estrás laboral, ansiedad, depresión y, en ocasiones, con déficit de habilidades sociales y problemas para relacionarse.
Lo más importante antes de empezar una intervención psicológica es realizar una evaluación detallada del paciente mediante entrevista y, en ocasiones, utilizando instrumentos específicos para cada caso. Por ejemplo, el Test de Asertividad de Rathus o la Escala de Autoestima de Rosemberg son de gran utilidad en situaciones en las que sospechamos que en la problemática de la persona pueda subyacer baja autoestima o una actitud no asertiva.
Una vez terminada la evaluación y realizado el análisis funcional de las conductas problemáticas, la psicoterapia cognitivo-conductual comienza con psicoeducación. Es imprescindible que el paciente asocie su baja autoestima con la forma que tiene de relacionarse con los demás y consigo mismo, así como la implicación que esto tiene en su estado de ánimo.
Una vez que el paciente conoce las claves de su problemática, el siguiente objetivo es que la persona cambie sus creencias y pensamientos desajustados con la guía del terapeuta. Además de las sesiones en consulta, son de gran ayuda para este cambio de actitud los experimentos conductuales, los cuales consisten en que el paciente se exponga a diferentes situaciones de su vida cotidiana y practique comportamientos que previamente se han acordado en terapia.
El resultado de estas prácticas suele ser diferente al previsto por los pacientes, ya que estos prevén situaciones negativas y desagradables para ellos, que finalmente no ocurren, contribuyendo a romper sus esquemas mentales previos.
Este trabajo con los pensamientos del paciente es transversal a toda la terapia, hay que aprovechar todas las oportunidades que se den en consulta para confrontar las creencias distorsionadas que las personas con baja autoestima tienen.
Es muy habitual que estas personas hagan atribuciones internas, globales y estables sobre las cosas malas que les ocurren (suspendí el examen porqué soy un inútil y nunca sacaré la carrera), y atribuciones externas, específicas e inestables para los éxitos (me han aprobado el examen porqué ese día tuve suerte). También es importante que el paciente sea consciente de sus fortalezas y que, poco a poco, las vaya interiorizando.
Por último, es de gran importancia hacer un entrenamiento en asertividad y habilidades sociales, ya que es muy habitual que las personas con baja autoestima presenten carencias en estos campos. El concepto de asertividad se ha convertido en una moda actualmente, parece que si te conviertes en una persona asertiva serás exitoso en los negocios y un triunfador.
No muy lejos de esta idea, y siendo realistas, la asertividad nos ayuda a relacionarnos con los demás de igual a igual, sin quedar por debajo, pero tampoco por encima de nadie. Hay numerosas técnicas que ayudan a pasar de un comportamiento sumiso, o agresivo, al tan deseado comportamiento asertivo.
¿En qué se diferencian las Terapias de Tercera Generación en el tratamiento de estos problemas?
Las terapias de tercera generación consideran los pensamientos como una conducta más, así que se centran en la funcionalidad de estos más que en su contenido. Dicho de otro modo, no es necesario cambiar los pensamientos sino su función y el sufrimiento que éstos nos provocan.
La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT por sus siglas en inglés), principal representante de este grupo de terapias utiliza una mezcla ecléctica de metáforas, paradojas y habilidades de mindfulness. Al igual que la terapia cognitivo-conductual, también aplican una gran variedad de ejercicios experienciales e intervenciones conductuales, la diferencia aquí es la importancia que ACT da a los valores de cada persona. Es por ello por lo que el objetivo principal de estas terapias es el de conseguir una vida con sentido y plena, aceptando el sufrimiento inevitable que esta conlleva.
Muchas personas llegan a consulta con su vida en pausa, esperando a “curarse” de sus problemas emocionales para empezar a vivir. Las terapias como mindfulness y ACT se esfuerzan en que la persona empiece a construir la vida que desea desde ese mismo instante, a pesar de las dificultades y sufrimientos que el trastorno les produce. Focalizarse en los valores individuales, no evitar las experiencias negativas, aceptar el inherente sufrimiento de la existencia vital, experimentar todos los acontecimientos sin evaluarlos como buenos o malos, o devolver la atención al momento presente, son algunas de las claves de las terapias de tercera generación.
Algunas técnicas de la terapia de aceptación y compromiso, como es la “defusión cognitiva”, es de especial utilidad en los casos de baja autoestima, ya que nos ayuda a debilitar el control que los pensamientos ejercen sobre nuestra conducta, de manera que, aunque éstos sigan en nuestra mente, no continúen siendo una barrera para la actuar en base a nuestros valores.
Es decir, cuando el paciente piensa, por ejemplo, “soy un inútil en mi trabajo”, puede llegar a quitarle la importancia a esa afirmación distanciándose de su significado y darse cuenta de que no es la realidad, simplemente un pensamiento basado en su baja autoestima. Esto provoca que el paciente pueda enfrentarse a su trabajo a pesar de esos pensamientos.
El mindfulness es también de gran utilidad en los casos de baja autoestima, ya que nos ayuda a focalizarnos en el momento presente, y no en los acontecimientos pasados que nos hacen sentir tristeza, ni en los futuros que nos provocan ansiedad. La mayor parte de los rechazos que sienten las personas con baja autoestima no se ajustan a la realidad, y en muchas ocasiones, evitan exponerse a esas situaciones para no sufrir. Con mindfulness aprendemos a centrarnos en el aquí y ahora, sin evaluar ni enjuiciar la experiencia presente.
¿Qué consejos crees que es importante seguir para no caer en situaciones que lastren nuestra autoestima?
Algo que parece muy sencillo pero que es de gran importancia, y que subyace a casi todos los trastornos psicológicos es que, en ocasiones, lo que piensas no se corresponde con lo que sientes. En el caso de la autoestima es muy evidente, por un lado, está el autoconcepto, que es la opinión que cada uno tiene de sí mismo, es decir, qué pienso de mí. Por otro lado, está la autoestima, que es la valoración afectiva o emocional sobre mí. Es decir, qué siento sobre mí.
Las personas con baja autoestima pueden tener un autoconcepto adecuado sobre ellas, por ejemplo, pensar que son inteligentes, pero a la vez sentirse estúpidos. Los psicólogos llamamos a esto “razonamiento emocional”, y es una de las claves para el cambio. Darse cuenta de que, aunque te sientas de esa forma, no tiene por qué ser cierto.
Otra clave para prevenir lastrar nuestra autoestima es no caer en la constante comparación con otras personas, ya que la valoración que haremos será siempre negativa para nosotros. Esto nos llevará inevitablemente a sentirnos más desgraciados. Lo importante es marcarte unas metas realistas y mejorar constantemente como persona en los ámbitos que desees, recompensándote cada día con tus avances.
Enfocarnos en actividades que nos hagan felices es también de gran utilidad, ya que nos ayuda a desarrollar habilidades en las que podemos superarnos y evolucionar sin sentirnos demasiado presionados. Disfrutar del tiempo libre también hace que la vida tenga sentido y nos motiva para enfrentarnos a todas las situaciones que nos hacen sufrir.
Aunque suene a tópico, hacer ejercicio es una de las fórmulas infalibles para mejorar nuestra salud mental, y en el caso de la autoestima por más razones. Ya no solo el bienestar que sentimos cuando hacemos deporte, gracias a la secreción de endorfinas, sino a la satisfacción personal de estar haciendo algo por y para nosotros, y los efectos positivos en nuestra salud.
A veces es necesario curar heridas del pasado que nos lastran emocionalmente. Hablar de ello con amigos, familiares, o con un profesional, tiene un valor incalculable. El aprender a expresar nuestras emociones y darnos a conocer provoca que nos sintamos más íntimamente conectados con otras personas importantes para nosotros.
A las personas con baja autoestima les cuesta decir que no, ya que están muy centrados en ser aceptados y valorados por todo el mundo. Poner límites a nuestros familiares, jefes, amigos o parejas es muy importante para empezar a ser respetados, y, por consiguiente, respetarnos a nosotros mismos.
Estar criticándonos constantemente con frases del tipo “no valgo para nada”, “soy un desastre”, “nunca conseguiré nada en la vida”, “siempre estoy molestando”, van minando nuestra autoestima cada vez más. Ser conscientes de esta voz interior y ponerle remedio, siendo realistas con nuestras capacidades, es de vital importancia para mejorar nuestra autoestima.
Estos son solo algunos pequeños consejos que ayudan a prevenir la baja autoestima, e incluso a mejorarla en gran medida. Hay casos en los que está tan deteriorada que ya forma parte del mantenimiento de un trastorno psicológico, por ejemplo, la ansiedad, depresión, incapacidad para relacionarnos, problemas de pareja o estrés laboral. Es en estos momentos cuando la ayuda de un profesional de la salud mental se hace imprescindible.