Afortunadamente, cada vez hay más interés por comprender de forma completa los cambios que se acontecen en las mujeres durante la gestación, el parto y el puerperio. No hablamos únicamente de los cambios físicos, sino de los cambios que implican a todo su organismo incluyendo hormonas y cerebro.
Se tiende a asociar la maternidad con la ternura, el amor, la calma y la felicidad puesto que son los ideales que están arraigados en el imaginario colectivo. Sin embargo, si observamos la naturaleza, vemos que esto no es siempre así. Las madres —sean de la especie que sean— pueden sacar un lado feroz si sienten que tienen que proteger a su cría.
Gracias a un nuevo estudio publicado recientemente comprendemos mejor por qué sucede esto. Parece ser que la maternidad no produce cambios que activan únicamente los cuidados, sino que también se activa un mecanismo biológico que favorece la protección activa. A lo largo de este artículo te explicamos los detalles del estudio.
Un nuevo estudio pone el foco en el cerebro maternal
Un grupo de investigadores de la Universidad de Estocolmo y del Instituto Karolinska han estado trabajando con ratonas para poder observar y analizar los cambios que se producen en el cerebro de estas hembras durante el periodo de lactancia.
El principal objetivo de este estudio, publicado en la revista Nature Communications, era poder explicar por qué las ratonas —que normalmente no son agresivas— empiezan a comportarse de esta forma. Se ha observado que, tras dar a luz, muchas de estas hembras se vuelven sorprendentemente hostiles ante la presencia de intrusos, incluso frente a otros miembros del grupo.
Este fenómeno es conocido como la agresividad materna y los investigadores querían comprender mejor a qué se debe y qué circuitos cerebrales están implicados en el proceso. Una de las observaciones de los científicos fue que las hembras que mostraban esta respuesta agresiva tendían a aumentar dichos comportamientos a medida que eran expuestas a “intrusos”.
Por otro lado, se sometió a la misma situación a un grupo de hembras que no habían sido madre. En este caso, no se registró ningún tipo de conductas agresivas significativas, como podrían ser mordiscos o persecuciones.
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El circuito dormido que despierta con la maternidad
Usando técnicas de neurociencia avanzada como la opotogenética y el trazado neuronal, los investigadores pudieron identificar que había un grupo de neuronas que enviaban o recibían señales en la región del cerebro conocida como la hormona premamilar ventral.
Esta zona juega un papel clave en los comportamientos instintivos relacionados con la supervivencia y la reproducción. De hecho, ya se conocían estas células por participar en la respuesta de agresión en los ratones macho.
El hallazgo sorprendente y novedoso de este estudio fue descubrir que en la hembras estas neuronas permanecen inactivas hasta que se convierten en madres. Tras dar a luz se producen los cambios hormonales necesarios para que este circuito se active en las hembras. Las hormonas implicadas en este proceso son la oxitocina y la prolactina.
Desde una perspectiva evolutiva, estos cambios tienen mucho sentido. Si bien es cierto que las conductas agresivas no serían útiles ni adaptativas en la vida de las hembras no gestantes, esta respuesta se vuelve crucial cuando hay crías indefensas en el panorama.
La madre es la encargada de garantizar la supervivencia de sus crías y el cerebro se adapta generando los cambios necesarios para poder garantizar que, en este caso, las hembras se comportan de la forma necesaria para garantizar la supervivencia en ese momento vital.
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La oxitocina, mucho más que la hormona del amor
La oxitocina es comúnmente conocida como la hormona del amor puesto que está fuertemente implicada en los vínculos afectivos, el apego y las conductas de confianza y empatía. Además de participar en la excitación sexual y los lazos sociales, juega un papel clave en el parto y la lactancia.
Muchas personas la conocen como la hormona de los abrazos o besos porque, entre otras situaciones, se segrega en nuestro día a día en los momentos en los que tenemos muestras de cariño, afecto y confianza. Sin embargo, la oxitocina tiene otras funciones que quizá son menos conocidas.
Tal y como se demuestra en este estudio, esta hormona también puede facilitar la agresion. En contextos maternales, la oxitocina —junto con otras hormonas como la prolactina— promueve una agresividad que está orientada hacia la defensa y la protección de las crías.
Es importante comprender que este mecanismo es adaptativo a nivel evolutivo y que no promueve la agresividad de forma indiscriminada. De hecho, los investigadores comprobaron que cuando silenciaron este grupo de neuronas, las hembras madre dejaron de atacar a los intrusos que entraban en la jaula.
Al fin y al cabo, no se trata de etiquetar la oxitocina como una hormona “buena” o “mala” en función de si activa respuestas de “amor” (prosociales) o de agresividad. Lo importante es comprender que esta sustancia actúa como un modulador emocional que permite ajustar el comportamiento de forma adaptativa para poder responder a las demandas y las necesidades biológicas del momento.
¿Pueden aplicarse estos resultados en las humanas?
El estudio mencionado en este artículo fue llevado a cabo con hembras de ratón, tal y como se ha expuesto. Este detalle es importante puesto que nos lleva a tener una actitud cauta si lo que queremos es extrapolar los resultados para comprender determinadas respuestas en los seres humanos.
Lo que es innegable es que este estudio abre una nueva ventana para motivar y fomentar la investigación que nos permita comprender mejor los cambios hormonales, emocionales y conductuales que se dan en las mujeres madres humanas. De esta forma se podrán diseñar mejores planes de intervención y acompañamiento para las madres.
El posparto es un periodo de tiempo —que va mucho más allá de las 6 semanas iniciales, conocidas como la cuarentena— en el que las mujeres experimentan una mezcla de emociones muy intensas que no siempre son agradables. Esto, en muchas ocasiones genera confusión, incomprensión e incluso culpa y, como consecuencia, incrementa el malestar y pueden llevar al aislamiento social.


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