Durante siglos, la cultura occidental ha albergado, entre su repertorio de ideas y creencias sobre el más allá, el supuesto de que la esencia de los seres humanos se encuentra en una sustancia inmaterial a la que solemos llamar alma.
El alma es un concepto tan misterioso como impreciso y confuso, y es por eso que es tan desdeñado por la ciencia, encargada de describir la naturaleza a partir de pequeñas observaciones y asunciones prudentes, como utilizado por las religiones, que de manera muy ambiciosa apelan a los grandes misterios que desde un mundo inmaterial parecen guiar el orden del cosmos.
Alma, un concepto en disputa
Sin embargo, a principios del siglo XX un médico llamado Duncan MacDougall se propuso romper con esta lógica al buscar pruebas sobre la existencia de la esencia incorpórea de los seres humanos en un simple experimento fundamentado en el uso de balanzas. La idea desde la que partió este investigador era que si el alma dejaba algún tipo de huella en el cuerpo que la había albergado, esta debía encontrarse en el momento de la muerte, que es cuando esta abandona el cuerpo para pasar a otro plano de la realidad. Por eso, sostuvo que la muerte de las personas no sólo supone la desaparición de los movimientos voluntarios y el cese de la actividad mental, sino que tenía repercusiones en el peso del cuerpo.
Un cuerpo al que le faltaba la esencia que lo definía como algo humano, con intenciones y voluntad: el alma.
MacDougall quiso pesar el alma, comprimir milenios de afirmaciones sobre el más allá en el discreto movimiento de una aguja. Esto fue lo que le llevó a sostener que la plasmación física de la existencia del alma podía encontrarse en, más o menos, 21 gramos de diferencia.
¿Cómo se realizó el experimento de los 21 gramos?
Duncan MacDougall quiso recoger sus pruebas acerca de la existencia del alma humana utilizando como instrumento un complejo sistema de balanzas incorporadas a una especie de cama. De este modo, convenció a seis personas que agonizaban para pasar sus últimas horas en ese tipo de estructura, lo que le permitió ir registrando el peso de sus cuerpos desde unas horas antes de sus muertes hasta justo después.
A partir de estos resultados, MacDougall concluyó que el alma pesa aproximadamente 21 gramos, que es la variación que pudo observar a través de su investigación. Esta afirmación tuvo un impacto considerable en la prensa, que a través del New York Times se hizo eco de la noticia incluso antes de que apareciera una versión de la misma en la revistas académicas. De este modo, la idea de que el alma podría pesar unos 21 gramos ha enraizado fuertemente en la cultura popular, lo cual explica que aparezcan referencias a este experimento en piezas musicales, novelas y películas, siendo la más notoria 21 gramos del director Alejandro González Iñárritu.
La controversia
Si bien es cierto que el artículo del New York Times sobre Duncan MacDougall y el peso del alma tuvo mucha repercusión, también lo es cierto que no fue acogido positivamente de manera unánime. La comunidad científica de aquella época ya desconfiaba enormemente de las incursiones experimentales en el reino de lo sobrenatural, y el experimento de los 21 gramos se basaba en unas ideas que atentaban directamente contra el principio de parsimonia, usado en ciencia para señalar que las explicaciones a un hecho objetivo deben ser lo más sencillas posibles. Es por eso que los resultados obtenidos por este médico dividieron al público en dos posturas polarizadas.
Para reforzar sus resultados, MacDougall realizó una variante del experimento utilizando perros, para llegar a la conclusión de que no se apreciaba un cambio en el peso de estos animales antes y después de morir, lo cual indicaría que tal y como sostienen ciertas creencias religiosas los animales no humanos carecen de alma. Como es de suponer, esto no hizo más que añadir leña al fuego.
¿Suena esto razonable?
MacDougall confiaba en aprovechar los (por aquel entonces) recientes avances tecnológicos y el refinamiento del método científico para acceder a un tipo de conocimiento que durante milenios había sido inalcanzable para la humanidad, pero que está relacionado con un plano de la existencia asociado a lo eterno, la esencia de los seres humanos y, en general, entidades que habitan lo que hay más allá del reino de lo físico. Teniendo en cuenta eso, no resulta extraño que las conclusiones a las que llegó fuesen tan incendiarias.
Un experimento mediado por creencias irracionales
Por un lado, el experimento de los 21 gramos habla sobre los dogmas, cuestiones de fe, la esencia de lo humano y ciertos elementos relacionados con el ámbito de lo sagrado. Por el otro, parecía ser un instrumento para difuminar los límites de lo que puede y debe ser estudiado a científicamente. El simple hecho de que MacDougall quisiera investigar sobre el alma a través del método científico era una provocación, y muchos investigadores se apresuraron en señalar una gran cantidad de fallos metodológicos en los procedimientos que siguió Duncan.
Sin embargo, más allá de la consideración de los muchos errores que se cometieron durante los experimentos, quedaban otras cuestiones filosóficas fundamentales: ¿No es el aprendizaje sobre el mundo inmaterial y del misterio el tipo de conocimiento más ambicioso al que puede llegar la ciencia? ¿Acaso el hecho de que durante milenios se haya discutido sobre la naturaleza del alma humana no convierte esta materia en un tema especialmente interesante para la comunidad científica?
La respuesta es... no
En retrospectiva, y por lo que se sabe acerca de los experimentos realizados por Duncan MacDougall, resulta evidente que la gran cantidad de fallos metodológicos hacen que ni siquiera nos podamos tomar en serio la afirmación de que los cuerpos pierden unos 21 gramos al morir. Sin embargo, lo que hace que estas investigaciones sólo tengan valor como curiosidad histórica no son estos errores, sino los objetivos hacia los que apuntaban.
El alma no pesa 21 gramos
Para dar una explicación acerca de un proceso ligado al mundo de lo físico no se puede apelar al mundo de lo inmaterial sino buscar las respuestas en la naturaleza que nos rodea.
Es lo que hizo, por ejemplo, el médico Augustus P. Clarke, que relacionó la pérdida de peso con un aumento de la sudoración justo después de la muerte, debido a su vez al calentamiento general del cuerpo al no funcionar los órganos encargados de la ventilación, es decir, los pulmones. A su vez, Clarke señaló el hecho de que los perros no tienen glándulas sudoríparas repartidas por el cuerpo, lo cual explicaría por qué no se registró un cambio en su peso después de morir.
Desde luego, la propia definición del concepto de alma es muy plural, conflictiva y encierra muchas contradicciones (¿cómo puede algo incorpóreo habitar dentro del cuerpo de los seres vivos?). Sin embargo, lo que hace que su estudio no sea tarea de la ciencia es el hecho de que cuando hablamos sobre el alma estamos hablando sobre algo que no tiene entidad física y, por tanto, ni puede ser medido ni puede ser modificado por lo que le ocurre al cuerpo.
Si asumimos que una afirmación extraordinaria necesita sostenerse a partir de pruebas igualmente extraordinarias, veremos que hay un salto de fe evidente que va desde la constatación de un cambio en el peso hasta la idea de que esto se debe a que el alma ha abandonado el cuerpo. De hecho, en el caso de concluir que los 21 gramos sirven como evidencia de que existe una entidad sobrenatural que habita en las personas, más que ofrecer una explicación al hecho observado estaremos haciendo justamente lo contrario: crear una cantidad prácticamente infinita de preguntas que no pueden ser contestadas a partir de más comprobaciones empíricas.
Después de la muerte, ¿qué nos queda?
La diferencia de 21 gramos que registró Duncan MacDougall pretendía ser mucho más que una justificación de lo que llevó a realizar el experimento (detectar un cambio de peso antes y después de la muerte) sino que fue planteada como una ventana hacia el mundo del más allá. La hipótesis que se quería poner a prueba sólo podía sostenerse sobre un sistema de creencias religiosas acumuladas durante siglos, y perdía todo el sentido al ser separada de éste para colocarse bajo la lupa del método científico.
Sin embargo, si bien es cierto que el experimento de los 21 gramos no tiene valor científico, ha mostrado una extraordinaria robustez a la hora de pervivir en el imaginario colectivo de la sociedad. Esto se debe, probablemente, a que las creencias acerca del alma que tenía MacDougall cien años atrás siguen muy vigentes hoy en día.
Nuestro poso cultural hace que le prestemos más atención a un artículo aparentemente científico que confirma nuestras creencias que a un libro de 200 páginas escrito décadas atrás en el que se hable de por qué la ciencia sólo se ocupa de hablar acerca de los procesos basados en lo material. Puede que la mentalidad científica tenga muchas herramientas para perpetuarse, pero sigue sin ser tan seductora como ciertas ideas sobre el más allá.
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