**¿Alguna vez te ha resultado imposible salir de una relación que te estaba causando sufrimiento? ** Eso es lo que le ocurrió a Marina, la viva imagen de una mujer independiente.
Dirigía de forma impecable una gran empresa que heredó de sus padres. Sin embargo, era incapaz de dejar a su pareja. Esa fue la razón por la que decidió venir a terapia.
Y es que aunque parezca que la sociedad nos impulsa a ser cada vez más independientes, de alguna forma todos deseamos sentirnos amados y acompañados.
La raíz de la dependencia emocional
El caso de Marina puede ser el de muchas mujeres (y también el de muchos hombres). Ella nunca pensó que su marido le sería infiel, hasta que un día le cogió su móvil para consultar algo y leyó conversaciones cargadas de contenido “erótico” con una chica bastante joven.
Ella había dejado de lado su prometedora carrera como periodista para dedicarse de lleno a cuidar de la familia, hasta que hace poco, al morir su padre de forma repentina, tuvo que tomar las riendas de la empresa.
Marina era la típica “madre helicóptero”, sobrevolando todo el día alrededor de sus hijos, por los que se preocupaba en exceso. Ahora se lamentaba de que sus hijos no hubieran estudiado nada, de que estuvieran aún en casa esperando que ella se lo diera todo hecho.
Ella había sido incapaz de ponerles límites y su marido nunca estuvo en casa para educarlos. Esto la llenaba de culpa, pero siempre sintió que lo hizo por su bien, no quería que pasasen por lo mismo que ella.
Mientras tanto, Paco, su marido, había ido escalando en su trabajo. Iba a jugar al paddle casi a diario con sus amigos y se conservaba en perfecta forma física. Marina, por el contrario, se había aislado cada vez más y se había descuidado físicamente.
Ahora no sabía qué decisión tomar. Veía imposible vivir sin Paco. En terapia no paraba de llorar y de decir que todavía lo quería mucho, no se veía viviendo su vida sin él.
Muchas veces confundimos el amor con la dependencia emocional
El amor es algo sano: hay reciprocidad, hay un interés genuino por contribuir a que la otra persona sea feliz y se sienta realizada.
La dependencia emocional es otra cosa. Lo que domina es el miedo a la ruptura. Esto nos hace sentir ansiosos y vulnerables. Caemos en una forma de relacionarnos en la que no podemos vivir sin la otra persona, de la que esperamos su aprobación y reconocimiento de forma constante.
Sin duda, esta es una de las peores adicciones, como podemos ver tantos terapeutas en nuestras práctica diaria. Y no solo puede darse en la pareja, sino también en la familia, con amigos o con compañeros de trabajo.
En una relación de dependencia hay dos partes. Por un lado está la persona sometida, en la que va a dominar la inseguridad y el sentimiento de inferioridad. Tendrá dificultades a la hora de tomar decisiones y se pondrá siempre en un segundo plano en el que nunca prevalecerán sus deseos. Hay una tendencia a idealizar a la pareja, en la que vuelcan la razón de su existencia, produciéndose una pérdida de la identidad propia.
Esto fue lo que le ocurrió a Marina. Ella adoptó un rol materno, erigiéndose como la gran salvadora y cuidadora de Paco, volviéndose imprescindible en su vida. De esta forma sentía que sería más difícil que él la abandonara. Descubrió en terapia que había repetido de forma inconsciente el mismo rol de sumisión hacia los hombres que había visto en su madre.
Por otro lado está la persona dominante, que puede tener rasgos narcisistas, posesivos o manipuladores, aunque de “cara a la galería” puede ser una persona encantadora. Así era Paco, un hombre poco comunicativo en casa, mientras que en la calle era hombre rebosante de buen humor, lo que se viene a ser un “candil de casa ajena”.
Marina había encontrado en Paco la figura de su padre. Fue un hombre autoritario, al que temía de pequeña. Con solo una mirada bastaba para que obedeciera. Fue alguien que nunca mostró demasiados afectos. Su foco de atención se centró siempre en el trabajo, por lo que había que estarle eternamente agradecido. En terapia pudo ver esos aspectos más oscuros de su padre, que nunca antes se hubiera atrevido a reconocer.
¿Por qué esa necesidad de permanecer en una relación en la que no se está realmente bien?
Pues parece ser que la clave está en la infancia, donde tenemos la imperiosa necesidad de tener vínculos fuertes con nuestras figuras cuidadoras: nuestros padres.
Si tuvimos un apego seguro, con padres emocionalmente disponibles es difícil que desarrollemos dependencia emocional. En este caso al niño se le dota de las herramientas necesarias para ser autónomo e interaccionar con los demás de forma sana, desde una base de confianza.
En el caso de un apego inseguro, en el que el niño no ha contado con el apoyo emocional suficiente, se puede desarrollar un miedo terrible al abandono y aparece la ansiedad por separación.
Por otra parte, hay estudios que relacionan el apego ansioso con la dependencia emocional. Esto ocurre cuando los progenitores no están siempre disponibles y ofrecen un cuidado intermitente o tardío. El bebé en estos casos desarrollará emociones ambivalentes, que oscilan entre la seguridad e inseguridad e incluso entre el amor y el odio.
Marisa Grueso López
Marisa Grueso López
Psicóloga y Psicoanalista
En definitiva, no podemos seguir ignorando que cada vez hay más estudios que relacionan la dependencia emocional con las carencias afectivas de la infancia. Por eso es tan importante la salud mental de los padres: sin duda, el mejor regalo para los hijos.
Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad