Todos tenemos esa amiga o ese amigo que nos dice: “esta sí es mi persona”. Ya sabes, “el amor de su vida”, el corresponsable del “juntos para siempre”, el o la coprotagonista de su película de amor.
De pronto, pasan meses o años y se da cuenta de que no, de que no era para siempre. Que, lo que pasaba, era que había un cóctel químico en su cerebro haciéndole creer que estaban destinados, pero luego las incompatibilidades hicieron presencia.
Pero, ¡a ver!, ¿quién dice que todas las historias tienen que terminar así? ¿Acaso el amor puede durar toda la vida o siempre tiene una fecha de caducidad? Quédate, que sobre eso vamos a hablar hoy.
Amor: lo que se dice… y lo que dice la ciencia
Cuando hablamos de amor, nos viene a la mente esa sensación que acelera el corazón, que no te deja dormir y que te hace pensar todo el día en alguien. Pero si le preguntamos al cerebro, lo que ocurre ahí dentro es más técnico de lo que parece.
Durante la fase de enamoramiento, nuestro cuerpo se pone en modo “obsesión controlada”. Suben los niveles de cortisol, una hormona relacionada con el estrés, y bajan los de serotonina, lo que explica por qué nos sentimos tan alterados. La dopamina, por su parte, se dispara: es la que hace que todo parezca emocionante y que ver a esa persona se sienta como una recompensa.
El cerebro entra en una especie de modo “solo pienso en ti”, similar al que se activa con ciertas sustancias adictivas. Por eso el amor, en ese comienzo, se siente tan intenso y hasta un poco irracional.
Pero este estado no dura para siempre. De hecho, si lo hiciera, nuestro cuerpo no lo aguantaría. Lo que ocurre después, si la conexión continúa, es una transformación: el cerebro se estabiliza, y la relación se vuelve menos intensa, pero más sólida. Empiezan a aparecer la oxitocina y la vasopresina, dos hormonas que están más ligadas al apego, al cariño profundo y a ese “estoy contigo” que no necesita fuegos artificiales.
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Después del enamoramiento: ¿qué viene?
Una vez pasa esa etapa de alta intensidad, muchas personas se asustan. Creen que si ya no sienten mariposas todo el tiempo, es que algo se rompió. Pero no es así, lo que cambia es la forma en la que se expresa el amor.
El enamoramiento es solo el inicio. Lo que viene después es una oportunidad para construir una relación basada en otras cosas: admiración, cuidado, respeto, complicidad. La pasión puede seguir ahí, pero ya no está cargada de ansiedad ni de idealización.
Y claro, no es algo que pasa por arte de magia. Aquí sí entra en juego la decisión consciente de cuidar el vínculo. De elegir a esa persona cada día, incluso cuando no es fácil.
¿Cómo mantener una relación después del subidón inicial?
Hablen con sinceridad, aunque no siempre sea cómodo. La confianza se construye hablando de lo que duele, lo que se desea, lo que preocupa.
- No den por sentado los gestos de afecto. Abrazos, palabras amables, pequeños detalles… todo suma.
- Tengan un proyecto en común. Puede ser una meta, un estilo de vida compartido o incluso una rutina que disfruten juntos.
- Respeten el espacio del otro. Estar juntos no significa perder la individualidad.
- Cultiven la admiración. Ver lo bueno en la otra persona, incluso cuando hay diferencias, sostiene el vínculo.
Entonces… ¿El amor dura toda la vida?
La respuesta, como muchas cosas en la vida, no es un “sí” o un “no”, así que sí esperabas respuestas basadas en “siempre” o “nunca”, no te las daremos nosotros, ya que todo depende de muchas variables: biológicas, emocionales, sociales, personales. Sin embargo, lo que sí podemos decirte es que el amor no se sostiene solo con el impulso inicial.
Muchos estudios, como el que lleva más de 80 años en Harvard analizando lo que nos hace felices, coinciden en algo importante: las relaciones de calidad, las que se sienten seguras y con sentido, son clave para una vida plena. No necesariamente deben durar toda la vida, pero sí aportar bienestar mientras existen.
Y, ojo, eso no significa que la pasión desaparece por completo. Hay parejas que, después de años, siguen sintiendo ese deseo por el otro. ¿La clave? Mantener la conexión, tener conversaciones honestas, seguir tocándose, mirarse a los ojos, cuidarse mutuamente. Como dice el investigador Arthur Brooks, el cuerpo puede seguir ayudando si seguimos activando esos circuitos cerebrales con cariño y presencia.
También hay que considerar que vivimos en una época donde todo es rápido y reemplazable, y eso incluye las relaciones. La cantidad de opciones allá afuera puede hacer que dudemos, que pensemos “¿y si hay alguien mejor?”. Pero el compromiso, en realidad, no depende de que no haya opciones, sino de elegir a alguien a pesar de que las haya.
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¿Estamos pidiendo demasiado al amor?
Otro punto importante es que a veces esperamos que una sola persona cumpla demasiados roles: pareja, mejor amigo, cómplice, confidente, apoyo emocional, compañero de vida… y eso puede generar una presión difícil de sostener.
Una propuesta interesante es aprender a repartir esas expectativas. No todo tiene que venir de la pareja. Otras personas, como amigos, familia o terapeutas, pueden ayudarnos a sostener aspectos importantes de nuestra vida emocional. Eso no debilita la relación, al contrario: la alivia.
¿Y si no dura para siempre?
También es válido aceptar que hay amores que no están hechos para durar toda la vida, y eso no los hace menos valiosos. A veces, una relación cumple su ciclo, deja aprendizajes, buenos recuerdos, incluso crecimiento personal, y luego se transforma o se cierra.
La idea de que “si no fue para siempre, fracasó” puede ser muy dañina. No todo amor necesita tener un final épico o eterno para ser real y significativo.
Pero, ¡vamos!, ¿puede existir el amor eterno sí o no?
La respuesta corta (y esperanzadora, para muchos) es: sí, puede ser que sí. Pero no como una emoción constante que te arrolla todos los días, sino como algo que evoluciona. Que empieza con fuegos artificiales, sí, pero que puede volverse una conexión más profunda y estable con el paso del tiempo.
Lo que está claro es que ese amor no se sostiene solo con deseo ni con suerte. Para hacer que siga vivo hace falta presencia, cuidado, decisiones conscientes y flexibilidad para atravesar las etapas que vayan apareciendo.
Y si en el camino descubres que no era para toda la vida, eso también está bien. Porque a veces, lo más importante no es cuánto dura un amor, sino cómo lo vivimos mientras existe.

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