Qué alegría da cuando después de tanto esperar o buscar, por fin, hemos encontrado esa palabra que nada más nombrar, se nos llena la boca y se nos encoge el corazón, la palabra “amor”.
Una vez formalizada la relación y habiendo pasado por los tres vértices del triángulo de Sternberg (intimidad, pasión y compromiso), más o menos con éxito, sentimos que todo marcha según nuestros deseos (o al menos eso queremos creer).
¿Qué pasa entonces, cuando decidimos añadir una variante más a la ecuación de nuestro amor? Es decir, cuando decidimos convertir una ecuación simple de primer grado en una ecuación más compleja de segundo grado, complejizando por tanto, los problemas no resueltos con nuestra pareja, amén de juntarlos con los nuevos que de por sí conlleva cuidar de una personita recién llegada a este mundo y que pone “patas arriba”, toda nuestra planificación e idea de control que teníamos hasta ese momento.
¿Qué podemos hacer cuando nos sentimos desbordados, cuando este famoso triángulo equilátero de Sternberg se va rompiendo: perdemos la intimidad con nuestra pareja (o nuestras ganas de ella) y/o decidimos no seguir el compromiso y/o la pasión emite un gran brillo por su ausencia?
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Fases hasta la paternidad/maternidad
Retrocedamos en el tiempo al momento exacto en que veis a vuestra pareja por primera vez, o mejor, en el momento en el que sentimos esa flechita en el corazón y empezamos a ver a esa persona de una manera diferente a como hasta ese momento la veíamos.
Más adelante, cuando pensamos que la relación puede ir a mejor y decidimos ir a vivir juntos o casarnos o ambas cosas, la vida empieza a ser fantástica, salvando ese pequeño gran escollo como es en sí la convivencia. Una vez que nos hemos adaptado el uno al otro, de la mejor forma posible, seguimos disfrutando de la relación.
Tenemos nuestro espacio personal, nuestro espacio para la pareja, el sexo como si de un plato de judías con chorizo se tratase, lo saboreamos cuando nos apetece. Programamos qué día ir al cine, salidas con los amigos, nuestras escapadas de fines de semana, nuestras vacaciones e incluso dónde pasar la Nochebuena y Nochevieja. Pensamos que la vida es maravillosa y estamos en el Paraíso, y que nada ni nadie puede enturbiar este momento de la relación en el que nos encontramos.
Esta fase se caracteriza por la pasión y la búsqueda activa de la intimidad con nuestra pareja y parece ser también algo recíproco por la otra parte.
Como un videojuego… Avanzamos a la siguiente pantalla
Llega un momento en el que tras un tiempo en la fase anterior (pueden ser meses o años), uno de los dos (generalmente ella) o los dos, decide o deciden, pasar las cosas a otro nivel: romper la monotonía, pasar a la siguiente pantalla, en forma de aumentar el número de la unidad familiar con un pequeño vástago. El compromiso con la pareja es fuerte en este punto.
Puede ser que también la decisión de aumentar los integrantes de la familia se dé porque, tras la fase anterior, se den cuenta (uno de los dos o los dos) del desgaste de la relación y piensen (uno o ambos) que la solución es tener un bebé; porque eso será el pegamento que una los pedazos rotos que la convivencia y la monotonía han ido ocasionando.
Puede ocurrir que sea un accidente no previsto y de repente, todo cambia, todo ha sido un “bug” del videojuego y este “bug” nos arrastra a la siguiente pantalla, sin habernos preparado para este nuevo nivel de más dificultad a la que de forma inexorable nos hemos visto arrastrados.
Sea como fuere, el embarazo prosigue con normalidad, todo bien dentro de la madre gestante, gracias a Dios. Fuera del vientre, aún con los miedos típicos de los padres primerizos, se camina como se puede por los peldaños de la relación, discutiendo más o menos, pero avanzando.
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¡Hola! Soy el Caos personificado y he venido a quedarme
Finalmente, llega el día del parto, tenemos a esa personita encima de nuestros brazos. Tenemos mucho miedo, pero también es el día más feliz de nuestra vida.
La pareja no embarazada ha presenciado el parto y ha visto a la madre gestante sufrir, gritar, llorar, sudar. Ella ha vivido todo este sufrimiento del parto y la recuperación en primera persona, anteponiendo su dolor gracias al sentido que le ha dado el traer y conocer a su hijo/a.
Conforme va pasando el tiempo, vemos como cada vez tenemos menos tiempo para nosotros mismos, no tenemos tiempo para nuestros pequeños placeres diarios, ni para nuestros pequeños placeres de pareja.
Perdemos la intimidad, al no tener oportunidad de llevar a cabo las actividades que hacíamos de forma conjunta con nuestra pareja, (como el cine, las salidas, el sexo…).
Podemos observar aquí, cómo de manera inversamente no proporcional, van aumentando los reproches, las discusiones y los gritos, entre otras cosas, con la pareja, y todo esto con una melodía de fondo en forma de llanto continuo en unas ocasiones e intermitente a intervalos irregulares (que es como más desespera), en otras ocasiones.
Nuestra idea de control, la planificación que teníamos pensada antes de la llegada de nuestro bebé se ha ido al traste, nos sentimos desbordados, no sabemos qué hacer, estamos más irascibles, todo nos molesta más.
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¿Por qué sucede esto?
Tener un hijo/a conlleva una multitud de responsabilidades para las que una persona no está preparada, y menos siendo padres primerizos. Contar con el apoyo de la pareja es algo muy importante, pues parafraseando a Donal Winnicott, el sostén (holding) físico y psicológico de la madre gestante al hijo es muy importante, pero también lo es el sostén de la otra parte de la pareja a la madre, para que ésta pueda desempeñar mejor la función de sostén con el hijo.
Aquí suele ser donde surgen estos problemas que pueden acabar desencadenando, entre otras cosas, la renuncia a seguir manteniendo esa relación de pareja, o mantenerla, pero buscar relaciones paralelas, y un largo etcétera que no hacen más que añadir otro clavo al ataúd de la relación.
El cuidado de esa personita que llegó al mundo por mutuo acuerdo entre la pareja, ya conlleva un gran desgaste para la relación: la división de las responsabilidades del nuevo integrante familiar y de las tareas del hogar, la falta de sueño, el aumento del cansancio…
Este tipo de desgaste, si se da en una pareja, como si de una barca se tratara, que ya echaba aguas por diversos lados, si incluimos este gran peso, hará que se hunda más fácilmente.
Cuando uno de los dos era quien quería tener al bebé es más probable que surjan los reproches, las respuestas pasivas-agresivas y, finalmente, acabar estallando en forma de gritos y discusiones constantes; pues todo esto está bien regado con un agua en forma de llantos y demandas constantes del pequeño infante a la madre gestante, que no hace otra cosa que socavar más esta relación ya de por sí desgastada.
Lo mismo sucede cuando se trata de arreglar una relación que estaba rota y se tiene un hijo/a con la intención de mantenerse ocupados y así olvidarse de las discusiones habituales. ¿Qué suele suceder aquí? Pues que esos problemas que la pareja “olvida” se van “enquistando” como si de un tumor se tratara, y al final, la relación acaba herida de mortalidad (si no lo estaba ya antes de decidir quedar embarazados); estallando como un volcán en erupción, gritándose a la cara, insultándose con rabia, y todo esto en presencia del infante, que, aunque no entienda, sí siente la energía que emanan esas discusiones y afectan a su desarrollo, entre otras cosas.
¿Y ahora qué?
Lo fundamental a tener en cuenta, para que una relación de pareja funcione, es que haya una buena comunicación, hablar todas las dificultades y/o problemas, apoyarse mutuamente, y tener confianza en la otra persona.
Buscar algo que a uno le satisfaga y le ayude a airearse, para así disminuir los niveles de agobio y saturación producto del estrés (tomar café con amigos, comprar algo que guste…), buscar algo para hacer en pareja para así fortalecer nuestra relación, aumentando la intimidad, pues es la que se lleva los mayores golpes del día a día y es necesario fortalecerla para que pueda resistir con holgura las embestidas de la paternidad/maternidad (disfrutar de una película juntos, comer fuera…).
Sería muy bueno no caer en el error de anularse uno mismo y de “secar” la relación de pareja, todo por el bien del pequeño, porque lo que aquí se consigue es hacer crecer un malestar que al final acaba volcándose contra el hijo o hija.
Se acaba responsabilizando y culpabilizando a esa personita por no tener tiempo para uno mismo, ni de hacer nada juntos en pareja. Ese repudio va creciendo con el paso del tiempo en nuestro interior, cuando la responsabilidad es nuestra en todo momento al decidir ponernos en un segundo plano y anteponer al pequeño/a.
Lo más saludable, una vez cubiertas las necesidades básicas del vástago, es buscar nuestros pequeños placeres que nos sirvan para “respirar” y enfrentar con fuerza y resistencia el siguiente día, sin vernos cada vez con menos fuerzas y sintiéndonos como “zombis” en vida.
Es por esto que hay que mimarse a uno mismo, y regar la relación de pareja como se riega una planta, sin que todo esto tenga que ir en detrimento del cuidado del menor o la menor.
Recomendaciones
Como he mencionado, encontrar algo que ayude a disfrutar y desconectar a uno mismo y a la relación de pareja es fundamental: técnicas de relajación, aumento de la comunicación en la pareja, solucionar conflictos parentales de una forma eficaz y eficiente…
Si sientes que no puedes o no sabes cómo comprometerte o comprometeros entre la pareja, si no sabes cómo hacer para volver a tener intimidad con tu pareja, ni sabes cómo hacer algo de lo mencionado al principio de este apartado, acudir a un profesional es una alternativa altamente recomendable.
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