Michelangelo Buonarroti: biografía del gran artista del Renacimiento

Un viaje por la vida y las obras de Miguel Ángel, el gran genio de la historia del arte.

Michelangelo Buonarroti

Pocas discrepancias existen acerca de la genialidad de Michelangelo Buonarroti, más conocido en castellano como Miguel Ángel. Ya en la colosal obra de Charles de Tornay, su biógrafo principal, en el título el autor se refiere a él como “Pintor, escultor, arquitecto”. Y quizá a todo ello habría que añadir la palabra “ingeniero” y “poeta”. Casi nada.

Miguel Ángel fue un auténtico hombre del Renacimiento, culto, muy interesado en las artes y con un talento sin parangón. Porque existen pocos artistas que nos hayan dejado auténticas obras maestras en varias disciplinas, y ese es el caso de Miguel Ángel. En el campo de la escultura, su verdadera vocación, poco hay que decir. El David, la Piedad del Vaticano, el Moisés. En arquitectura, nada menos que la cúpula de la basílica de San Pedro de Roma. Y en cuanto a la pintura, campo en el que él mismo decía que no estaba suficientemente preparado, sólo hay que evocar los magníficos frescos de la bóveda de la Sixtina.

Acompáñanos a este viaje por la vida y la obra del gran genio no sólo del Renacimiento, sino de la historia del arte universal.

Breve biografía de Michelangelo Buonarroti

Decía Miguel Ángel (al menos, así lo recoge su biógrafo Ascanio Condivi) que su pasión por la escultura le vino porque su nodriza era la esposa de un cantero y, según él, le había administrado polvo de mármol con su leche.

Anécdotas aparte, lo cierto es que Miguel Ángel siempre se consideró a sí mismo, antes que nada, escultor. A pesar de ello, comenzó su formación en el taller de Domenico Ghirlandaio (1448-1494), uno de los pintores más notables de la Florencia del Renacimiento, donde su padre se había trasladado tras expirar el cargo de podestà que le había llevado a Caprese, localidad donde vino al mundo nuestro genio en marzo de 1475.

Los inicios: bajo la protección de Lorenzo de Medici

A Ludovico, el padre de Miguel Ángel, no le hacía ninguna gracia que su hijo quisiera dedicarse a las “artes manuales”, que era como se consideraban las bellas artes en la época. Recordemos que en el siglo XV todavía seguía vigente el concepto medieval del artista como un artesano más, que se ganaba la vida con el trabajo de sus manos. Ludovico, que a pesar de vivir con cierta estrechez provenía de una familia del patriciado de la ciudad, no podía consentir que uno de sus hijos se dedicara a un trabajo artesanal.

Sin embargo, así fue, lo que aumentó las tiranteces que el artista mantenía con su progenitor. Hemos comentado que Miguel Ángel se forma durante su primera adolescencia en el taller de Ghirlandaio, en Florencia. Son las últimas décadas del siglo XV, y la ciudad rebosa de esplendor cultural. La opulenta familia Medici se encontraba al mando del gobierno de Florencia y ejercía de importante mecenas, especialmente el cabeza de familia, Lorenzo el Magnífico (1449-1492).

Lorenzo de Medici fue el protector de Miguel Ángel y, en muchas cosas, se comportó como un padre para él. Cuando el Magnífico falleció en 1492, Miguel Ángel sufrió un duro golpe, pues había vivido durante los últimos años en su casa y se había educado en el famoso Jardín de Escultura que Lorenzo ponía a disposición de los jóvenes artistas. Allí, Miguel Ángel no sólo tuvo la oportunidad de cultivar su talento innato, sino que se introdujo en la vida intelectual florentina y se sumergió en la filosofía y el ambiente cultural de la ciudad, lo que sin duda supuso un importante bagaje que le ayudaría en su producción posterior.

La muerte de su valedor y la subida al poder de la ciudad del oscuro fraile Girolamo Savonarola (por cierto, proveniente del mismo convento donde el hermano de Miguel Ángel había profesado los votos) trastocaron la vida de nuestro genio y dejaron una huella permanente en su carácter.

La primera estancia en Roma

En la austera Florencia que Savonarola proponía, opacada la efervescente vida cultural por las arengas incendiarias del fraile, Miguel Ángel no podía encontrar sino un vacío intelectual y artístico que en nada podía ayudarle. Así que el joven Michelangelo puso rumbo a Roma, una ciudad que sería clave para su desarrollo como artista.

De esta primera estancia son el Baco, que realizó para el cardenal Riario (al que no gustó nada la obra por ser “demasiado sensual”), y la extraordinaria Piedad del Vaticano, que Miguel Ángel esculpió cuando tenía sólo veintitrés años. Encargada por un cardenal francés, la obra muestra un dominio perfecto, tanto de la escultura como de la composición.

La Piedad de Miguel Ángel

El triángulo que forman la madre y el hijo queda compensado por la figura en horizontal del Cristo muerto, que descansa entre los brazos de una María demasiado joven (recordemos que Jesús falleció con treinta y tres años). Con ello, Miguel Ángel quizá quiso subrayar la virginidad y pureza de María.

Acerca de la Piedad existe una anécdota que por curiosa debemos reseñar aquí y que recoge Giorgio Vasari (1511-1574) en su libro Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos. Parece ser que Miguel Ángel se enteró del rumor que adjudicaba la magnífica pieza a un tal Gobbio, escultor de Milán. Llenó de cólera, por la noche esculpió su nombre en el cinto de María. Verdadero o no, lo cierto es que la Piedad es la única obra del artista que está firmada y, si consideramos su carácter difícil y colérico, podemos considerar que en la anécdota puede haber alguna base de realidad.

Regreso a Florencia y ejecución del David

A pesar del éxito cosechado con su Piedad, la meta de Miguel Ángel era conseguir un encargo papal durante su estancia en Roma. Al no obtenerlo, regresó a la ciudad de su familia. Savonarola había caído en desgracia y había sido ejecutado en 1498, por lo que Florencia volvía a ser lo que antaño había sido: una urbe llena de efervescencia cultural.

Era el año 1501, y la ciudad necesitaba un elemento que expresara el carácter de la República. La idea era esculpir una figura de David, el héroe bíblico, a partir de un único bloque de mármol que se encontraba custodiado desde hacía años en el Duomo. La empresa era harto difícil, puesto que el bloque era muy estrecho, lo que dificultaba ejecutar correctamente las proporciones.

De todos es sabido que Miguel Ángel consiguió el objetivo, y con creces. El resultado fue la escultura del David, posiblemente la más conocida del artista y que pasó a ser un símbolo de la República florentina, al encarnar el valor y la fortaleza. Miguel Ángel no representa a David después de derribar al gigante Goliat, como sí lo hace Donatello en su escultura homónima, sino que lo presenta justo antes del enfrentamiento, concentrado en su misión. De ahí el ceño fruncido y la mirada intensa del joven, una verdadera proeza expresiva que nos da una idea de la genialidad de su autor.

Mucho se ha hablado de las deformidades anatómicas que presenta el cuerpo del héroe. Efectivamente, la cabeza es demasiado grande, así como sus manos y sus pies. Algunos expertos relacionan estas incorrecciones con la estrechez y el tamaño del bloque ofrecido al artista, sin contar que ya existía una figura medio esbozada, lo que no dio al artista muchas opciones a la hora de ejecutar el David.

Por otro lado, debemos tener en cuenta que la escultura se tenía que situar, en principio, a una altura considerable, en uno de los contrafuertes del Duomo, por lo que Miguel Ángel quizá quiso corregir las posibles deformaciones ópticas que ello provocaría. Esta teoría, sin embargo, no parece plausible, puesto que no explicaría la desproporción de los pies. Sea como fuere, el David representa uno de los cúlmenes creativos del genio florentino.

Segunda estancia en Roma: La Capilla Sixtina

La segunda estancia en roma de Miguel Ángel supuso la consecución del objetivo de la primera: la obtención de un encargo papal. El entonces pontífice, Julio II, encomendó al artista la ejecución de su tumba. Esa iba a ser la gran obra de Miguel Ángel, para la que trabajó concienzudamente con el adelanto monetario que había recibido. Se desplazó a la cantera de Carrara para supervisar personalmente, como hacía siempre, la elección del mármol, su traslado a Roma y su almacenaje.

Pero, imprevisiblemente, Julio II abandona la idea del sepulcro y decide encargar a Bramante (1444-1514) la reforma de la basílica de San Pedro. Miguel Ángel, enfurecido y endeudado por los preparativos de la tumba, huye de Roma, en un gesto dramático que ha hecho correr ríos de tinta acerca de la mala relación entre el papa y el artista.

Dejando de lado la leyenda, sí es cierto que las personalidades de estos dos personajes, aunque afines en muchas cosas, eran violentamente parecidas en cuanto al carácter y la determinación. Al final, Julio II acaba encargando al florentino los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina; según cuentan Vasari y Condivi, espoleado por Bramante, deseoso de potenciar la carrera del joven Rafael. Si hemos de creer esta historia, Bramante no creía capaz a Miguel Ángel de realizar los frescos, y deseaba que el papa le encargara la obra sólo para ver fracasar a su rival.

Sea como fuere, Miguel Ángel se hizo cargo de la magna empresa a pesar de sus protestas iniciales, pues él se consideraba escultor, no pintor. El proyecto inicial de Julio II era representar a los doce apóstoles, pero la iconografía que terminó imponiéndose fueron motivos del Antiguo Testamento: la Creación de Adán y de Eva, la expulsión del Paraíso, las sibilas y los profetas, entre otros.

El proceso creativo de Miguel Ángel no siempre fue satisfactorio. El artista comenzó los trabajos en la Sixtina en enero de 1509, con la ejecución de El diluvio universal, y continuó trabajando en los frescos hasta octubre de 1512, para desesperación del papa, que deseaba que Miguel Ángel pintara más rápido. La posición de trabajo del artista, tumbado de espaldas sobre el andamio, fue fatal para su salud física, y el hecho de que trabajara de noche, a la luz de las velas, agravó sus problemas de vista. La gran obra de Miguel Ángel le había devorado por completo.

Trabajador incansable hasta la muerte

El proyecto de la tumba papal no quedó del todo abandonado. Una vez fallecido Julio II ascendió al trono de San Pedro un Medici, que tomó el nombre de León X, un pontífice también amante del arte pero que prefería la obra del gran rival de Miguel Ángel, el joven Rafael Sanzio.

Sin embargo, León X consiguió que los della Rovere, la familia a la que pertenecía el difunto papa, encargaran un nuevo proyecto a Miguel Ángel. En esta ocasión sería un monumento funerario de dimensiones más reducidas y, a diferencia del templete exento proyectado en vida de Julio II, este estaría adosado al muro de la iglesia de San Pietro in Vincoli.

Para esta nueva tumba Miguel Ángel esculpió su otra obra maestra, el Moisés, que adquirió fama inmediata y sirvió de modelo para muchos escultores europeos de la época. También para este proyecto empezó a trabajar en sus esclavos. La mayoría quedaron inconclusos, lo que aún los dota de un aura más misteriosa y fascinante, pues parece que las figuras intentan “escapar” del bloque.

Aquellos años fueron convulsos para el artista. En 1534 falleció Ludovico, su padre. Dos años antes, Miguel Ángel había conocido a Tommaso Cavalieri, un noble mucho más joven que él que despertó una profunda e intensa pasión en el maduro escultor, si tenemos en cuenta su correspondencia. Se sabe que Miguel Ángel no tuvo ningún amorío (conocido, al menos) hasta entonces, lo que suscita algunas preguntas: ¿era Miguel Ángel homosexual? Conocida es también su relación intelectual con Vittoria Colonna, para la que llegó a componer hermosos sonetos. ¿Quizá era bisexual, o Vittoria representaba sólo un ideal? Sea como fuere, tenemos que recordar que, en aquella época, la homosexualidad estaba penada con la muerte, por lo que, en caso de serlo, Miguel Ángel debía tener mucho cuidado con que no trascendiera.

Las últimas grandes obras de Miguel Ángel iban a ser la Capilla Medici, en la Sacristía Nueva de la iglesia de San Lorenzo, la Biblioteca Laurenciana y el colosal Juicio Final de la Sixtina, ejecutado más de dos décadas después de los frescos de la bóveda. Miguel Ángel pinta varios grupos como suspendidos en un espacio sin forma ni tiempo, que preside en el centro la espectacular figura de Cristo, con un cuidadísimo y contundente estudio anatómico, tal y como era característico en la obra del florentino. A su derecha, La Virgen se retrae en un gesto que parece de pena o de temor. Tal y como comenta Charles de Tolnay, su cuerpo recuerda al repliegue de las Venus clásicas acurrucadas. En conjunto, la pintura tiene tanta fuerza que el espectador queda subyugado al instante ante lo que parece una visión sublime.

Trabajador constante e incansable, perfeccionista incorregible, Michelangelo Buonarroti estuvo creando hasta el final de su vida. Se sabe que, pocos días antes de morir, se encontraba ocupado con la Piedad Rondanini, su última obra maestra, que quedó inacabada. El genio falleció en Roma en febrero de 1564, cuando estaba a punto de cumplir ochenta y nueve años, y fue enterrado en Florencia, la ciudad de su juventud. Ese mismo año, la Congregación del Concilio de Trento mandó cubrir los “pecaminosos” desnudos de la Sixtina.

  • Colaboración especial de Hugo García (Vitruvio Arte), especialista en arte del Renacimiento y Miguel Ángel.
  • El David de Miguel Ángel, video de Vitruvio Arte: https://www.youtube.com/watch?v=5UeVV0GO9XQ&list=PLLQi_EwLZk9vRZXIRNB4GVJywK9qTIFSH&index=3
  • Tolnay, C. (1992). Miguel Ángel. Escultor, pintor, arquitecto, Alianza Forma.
  • Llorens, T. (1993), Miguel Ángel, dentro de la colección El arte y sus creadores, Historia 16
  • VV. AA. (2014), Miguel Ángel, obra completa, ed. Taschen

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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