“¿Debo dejarle salir con los amigos, o decirle que se quede en casa?”. Cuando los hijos se acercan a la adolescencia, es normal que los padres se sientan en un tira y afloja constante entre cuán permisivos o estrictos ser frente a las típicas demandas del ya-no-tan-niño. Estos debates internos se deben a que los padres se esfuerzan por cumplir su rol de la mejor forma posible, con el objetivo de acompañar a su hijo o hija en esta etapa de transición.
Lo que sucede es que suelen perder las directrices, ya que los problemas a los que se enfrentan los adolescentes dan un salto cualitativo respecto a las situaciones de la niñez. Estas últimas solían ser más controlables para los padres, pudiendo mantener a sus hijos a resguardo de los posibles peligros. En cambio, como bien sabemos, la adolescencia conlleva cada vez más independencia respecto al núcleo familiar, los vínculos con las amistades adquieren un valor significativo, y los peligros del mundo adulto parecen cada vez más próximos al del niño.
Una de esas amenazas son las adicciones, en el sentido amplio del término, abarcando desde el abuso de sustancias hasta el internet. Y prevenir las adicciones en los hijos supone un desafío de crianza para los padres cuanto menos amenazante.
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Consejos para prevenir que tus hijos desarrollen adicciones
Nadie ha nacido sabiendo cómo ser padre o madre. Tampoco hay un manual a seguir a rajatabla que garantice una crianza ideal para los hijos. Sin embargo, sí existe una serie de claves de crianza que pueden servir como pautas para prevenir las adicciones y así cumplir con el cometido de «facilitarles el camino» (¡aunque no demasiado!) a los adolescentes. Veámoslas a continuación.
1. Hablar del tema
Toda prevención tiene como requisito básico que la problemática sea enunciada. A pesar de que ha cambiado en los últimos años, algunos temas como el consumo problemático, el suicidio o la sexualidad continúan siendo tabú, y muchos padres aún creen que hablando de ellos sólo conseguirán darles ideas a los chicos; pero nada más lejos de la realidad. Es necesario abrir un espacio de diálogo con ellos cuando lo consideren oportuno, aunque si son los adolescentes quienes proponen el tema, todavía mejor. De hecho, es posible que esto suceda, ya que es un tema que los atravesará: si bien los datos varían de uno a otro, en general, los estudios coinciden con que la edad en la que la mayoría de personas tomaron su primera bebida alcohólica se sitúa entre los 12 y 15 años de edad. Es importante que sepan al respecto.
Además, la información que deben proporcionarle los padres a sus hijos ha de ser lo más precisa posible, de modo que los adolescentes comprendan los motivos profundos por los cuales las adicciones son problemáticas. En cuanto al consumo de alcohol, una posibilidad es explicarles que más allá de las consecuencias para la salud física, el consumo trae consigo un deterioro de la salud mental propia, pero también así afecta al entorno social que rodea a quien consume.
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2. Brindarles apoyo
Si bien es de suma importancia hablar específicamente de las adicciones para prevenirlas, otra pauta orientadora para los padres en esta tarea es promover un espacio de diálogo y apoyo general. Esto implica involucrarse en las problemáticas cotidianas del adolescente, prestando el oído si éste lo necesita. Se debe tener cuidado con no ser invalidante con los conflictos y emociones que envuelven a los hijos, evitando frases como «no es para tanto» o "en dos días ni te acordarás".
Es mejor permitir que el adolescente se exprese y manifestarle nuestro apoyo y cariño. De acuerdo con esto, en un estudio llevado a cabo por un grupo de investigadores de la Universidad de Salamanca se llegó a la conclusión de que los chicos y chicas que percibieron un mayor afecto por parte de sus padres se implicaron en menos conductas de riesgo asociadas al consumo de drogas que aquellos que percibían menos afecto. Otros estudios indican que los vínculos entre padres e hijos caracterizados por la proximidad, calidez, apoyo y afecto, conllevan menores riesgos para la salud de los chicos. Estos datos podrían servirnos para pensar la importancia de brindarles un espacio de contención a los adolescentes, privilegiando momentos de diálogo y confianza mutua.
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3. Supervisión
En línea con el estudio anterior, como así ocurre con la percepción de apoyo por parte de sus padres, los jóvenes que se perciben supervisados tienen menos conductas de riesgo que quienes no lo hacen. Todos los padres podrían deducir la importancia de supervisar a sus hijos. El punto está en que "supervisar" no se trata de una práctica tiránica, sino que implica promover que el adolescente aprenda a autorregularse, para así favorecer el proceso propio de esta etapa en el que se volverá más autónomo paulatinamente.
La supervisión de la infancia, en la que los padres debían tener siempre puestos unos binoculares ante cualquier catástrofe que pudiera ocurrir, ha quedado atrás. No se trata del establecimiento de normas rígidas, sino que puede ser buena idea abrir la posibilidad de que el adolescente las discuta. Es una negociación. Además, de esta manera es posible favorecer un diálogo asertivo con los hijos y, asimismo, que estos se sientan escuchados.
Fromm Centro De Desintoxicación Y Tratamiento De Adicciones
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Centro terapéutico especializado en adolescentes y familias
4. Acordar límites
Quizás es un poco confuso leer la palabra acordar en lugar de establecer, pero, como el ítem anterior, esta propuesta también fomenta el intercambio entre padres e hijos. Se ha demostrado que ciertas conductas, como acostarse a una hora fija por la noche, constituyen uno de los factores de protección más significativos contra el consumo de drogas en adolescentes. El otro, casualmente, es tener una buena relación de vínculo con los padres.
De tal manera, el arribar a acuerdos con los adolescentes sobre los límites a los que acatarán (por ejemplo, el establecimiento de una rutina de sueño, o determinar cuántas horas permanecerán en la computadora) es una tarea flexible, sujeta a discusiones, de modo que el adolescente pueda comprender los motivos por los cuales los padres consideran importante que él o ella cumpla con dichos límites; pero en simultáneo, que los padres puedan reevaluar sus decisiones en función al diálogo con sus hijos.