“Las personas no cambian” es un dicho muy extendido. Sin embargo, la realidad es que esta frase encubre la posibilidad de que alguien aprenda a comportarse de una forma diferente a lo largo de su vida. Los seres humanos no somos máquinas rígidas que replicamos una y otra vez las mismas palabras, pensamientos y emociones ante cualquier situación.
Aunque cada quién posee su propia personalidad, que mantiene cierta estabilidad a lo largo del tiempo, los contextos ante los que nos exponemos cambian y también nos cambian. Una circunstancia frente a la cual una persona puede comenzar a comportarse de forma distinta es la relación de pareja: quizás, al principio, de forma atenta, disponible, amable, y una vez transcurridos algunos meses o años de relación, más bien irritable o molesta.
Por este motivo, muchos pacientes llegan a los consultorios planteando la siguiente pregunta a sus psicoterapeutas: “¿Por qué ahora mi pareja se enfada conmigo y no antes?”. En este artículo ahondaremos en una posibilidad común por la cual una persona puede tender a enfadarse de repente con su pareja, cuando antes no se comportaba de tal modo.
- Artículo relacionado: "¿Cómo saber cuándo ir a terapia de pareja? 5 razones de peso"
El “lado B” del enamoramiento: cuando uno da más de lo que puede
Al principio, suele suceder que cuando dos personas se unen en un vínculo de pareja todavía se encuentran en un período de enamoramiento intenso, casi ofuscado; también están quienes le llaman, simbólicamente, el momento de “luna de miel”. Durante este período, es habitual que las parejas deseen compartir muchas experiencias y tiempo juntas; que deseen agradarle a la otra persona a toda costa; a atender más que de costumbre a los detalles, etcétera.
Sabemos que estas son algunas generalidades, pues cada quién vive el enamoramiento de forma distinta. Sin embargo, un punto en común cuando las relaciones de pareja aún están en pañales es que existe una tendencia —esperable— a dar lo mejor de sí para poder llevar este nuevo proyecto compartido de la mejor manera posible. Esto está muy bien, ya que la idea de que las relaciones de pareja no requieren de flexibilidad ni negociación es tan sólo otro mito más acerca del amor romántico. Por lo tanto, es lógico que las personas intenten dar de sí mismas lo mejor ni bien embarcadas en una relación, pero, en algunas ocasiones, lo mejor supone brindarle al otro más de lo que uno puede; más de lo que dispone para ofrecer en un momento específico.
En el corto plazo, esta estrategia puede funcionar para conservar la armonía durante los inicios de la pareja. No obstante, de levantar la mirada hacia el horizonte, será posible vislumbrar que en el mediano y largo plazo esa necesidad de complacer a la otra persona de forma excesiva podría resultar problemática. Veamos esta posibilidad en detalle.
- Quizás te interese: "12 consejos para gestionar mejor las discusiones de pareja"
El principal motivo por los enfados repentinos con la pareja
En un segundo momento, en el cual la pareja ya lleva un buen tiempo y ha compartido tanto experiencias placenteras como desencuentros, es decir, ha vivenciado ciertos altibajos, es cuando más probable es que uno de los dos, de forma imprevisible, se enfade con el otro. De tal modo, la pareja de esa persona podría preguntarse: “¿Cómo es posible que, habiendo sido una persona tan atenta, amable y asequible al inicio de la relación, ahora actúe de esta forma?”; “¿Cómo han sido reemplazados los cumplidos por los reproches?”.
Pues bien, es imposible determinar una única respuesta a esta pregunta, pues cada sujeto y cada pareja es un mundo. No obstante, hay muchas posibilidades de que tal cambio de conducta se deba a que uno de los dos no puede sostener esa forma de actuar complaciente, híperpositiva y siempre disponible para su pareja que desempeñaba al inicio de la relación. En otras palabras, por temor al rechazo de la pareja, estuvo tan atenta a las necesidades ajenas que acabó siendo incapaz de identificar y alzarse por las suyas; no puede decir “no” ni poner límites saludables por buscar insaciablemente la aprobación del otro.
- Artículo relacionado: "¿Qué hacer cuando hay una crisis de pareja?"
¿Por qué tenemos la necesidad de agradar al otro?
Contrario a lo que el común de la gente cree, el hecho de que tendamos a querer agradarle a los demás no es intrínsecamente negativo. En verdad, la búsqueda de la aprobación de los demás es el resultado de miles de años de evolución como especie. Orientar nuestras conductas con el objetivo de agradar a quien tenemos enfrente ha servido para asegurar la supervivencia, ya que la cercanía con el otro supuso, en determinado momento de nuestra historia filogenética, la posibilidad de idear estrategias eficaces para cazar, recolectar alimentos, reproducirse, resguardarse de las temperaturas extremas o de los depredadores.
Hoy en día conservamos aquella huella que nos conduce a buscar el aval de los demás en nuestras decisiones, opiniones, gustos, etcétera. Por esa razón, muchas personas se comportan del modo que describimos cuando recién están amoldándose a la vida en pareja. Es esperable que así sea. Sin embargo, también en muchas ocasiones las personas tienden a sobreestimar las consecuencias de la desaprobación del otro; éstas cobran la ilusión de ser siempre negativas, devastadoras o incluso catastróficas. Por ese motivo, acaban desplegando un repertorio de conductas sumamente evasivas, evitando cualquier tipo de conflicto y recorriendo vericuetos para pedir algo que —presume— a la otra persona podría desagradar.
Cuando una persona, de pronto, comienza a enfadarse con su pareja incluso por nimiedades de la cotidianeidad, es probable que se deba a que no encuentra otra forma más saludable para manifestar su descontento hacia determinadas situaciones en relación a la otra persona o a la convivencia. Por ejemplo, el enojo puede ser una vía poco eficaz para expresar el desacuerdo frente a una decisión, cuando, quizás, en el pasado simplemente habría asentido, consensuado o aceptado la opinión del otro por sobre la propia.
Los límites: una alternativa al enfado
Ante estas ocasiones, de ser nosotros quienes presentamos dificultades para establecer un límite o manifestar nuestro malestar hacia otra persona, es de suma importancia aprender a entrenar la habilidad de experimentar de forma libre y sin resistencias la incomodidad. A veces, la incomodidad está compuesta por un surtido emocional de ansiedad, miedo y vergüenza. El hecho de aceptar radicalmente esta incomodidad puede ser útil para tomar la decisión de expresar lo que uno necesita y espera del otro, incluso en presencia de dichas emociones difíciles.
Los desacuerdos pueden ser evitables, ¿pero a qué costo? ¿Qué beneficios nos traería en el mediano o largo plazo evitar un conflicto? Bajo ciertas circunstancias puede estar bien “dejar pasar” una discrepancia con el otro —a fin de cuentas, estar en pareja supone asimismo un ejercicio constante de la flexibilidad y la capacidad de llegar a consensos—; pero en muchas otras situaciones se trata de una estrategia ineficiente. A veces, los conflictos no pueden evitarse. Y está bien que así sea. El punto clave reside en saber de qué modo afrontar esos conflictos, en qué momento es oportuno y con qué herramientas interpersonales actuar.
Azor & Asociados
Azor & Asociados
Psicología clínica, pericial y aeronáutica
Por último, si somos nosotros la pareja de quien tiende a estar enfadado/a de forma desmedida, lo más importante es que tengamos la apertura suficiente para hablar con él o ella al respecto. Esto es, preguntarle qué necesita de nosotros; cómo podemos ayudarle para que sea más fácil comunicarse y, en caso de necesitarlo, estar disponibles para acompañarle a recibir un tratamiento psicoterapéutico donde podrá adquirir las habilidades sociales necesarias para resolver conflictos de forma asertiva, clara y sin recurrir al enfado o al reproche como estrategia de afrontamiento predilecta.
Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad