Nuestra tarea como terapeutas suele ser la del "fusible". El último recurso al que se llega tras haber probado todos los otros posibles. Desde la medicina, a los tratamientos diversos del malestar propuestos por la sociedad de consumo.
Y, en el caso de las parejas y sus sufrimientos, esto no es diferente.
Una pareja suele pedirnos atención psicológica cuando sus integrantes ya no hablan, no tienen contacto o han recurrido a conductas violentas con las cuales no están de acuerdo. La influencia de amigos o parientes suele incidir en la decisión de buscar ayuda.
Y es que estar mal puede coincidir con estar acostumbrado al malestar. Y entonces solo se busca ayuda cuando alguien del entorno de la pareja manifiesta el malestar.
La terapia de pareja como último recurso
La pareja llega a la consulta por uno de sus miembros. El que reconoce su deseo de modificar algo para continuar con la relación.
Pero también sucede que quien solicita tratamiento lo hace para "cambiar al otro". Entonces, la terapia de pareja tiene que atravesar esas condiciones que suelen marcar su nivel de eficacia.
El resultado esperado, para algunos, es la tranquilidad de haber hecho "lo posible" para conservar su compromiso con la pareja, con su mandato personal sobre la misma. Y luego llegar a la separación sin tanta culpa.
Para otros, es la posibilidad de comenzar a hablar de sus propias dificultades personales, que recién pueden poner en palabras ante la separación posible. Pero esa separación, en algunos casos ya se llevó a cabo de hecho. Y en otros, es una instancia a la que se puede arribar con mayor o menor daño para cada uno de los miembros de la pareja y para su entorno.
El acto de la separación
Lo cierto es que "separarse" es un término muy importante para la mayoría de las personas. Es esencial para referirnos a la situación de emancipación de la familia de origen, de la cual es condición para acceder a la vida adulta.
Separarse es un término que suele definir diversos estados de emancipación. Muchas veces quienes llegan a la "separación" lo están haciendo, además de su pareja actual, de su madre, y de la forma de vinculación que se ha recibido de esta madre y de sus valores, creencias y hábitos.
Un nuevo inicio desde el que fortalecer el vínculo amoroso
Por todo esto, la terapia de pareja no es una "terapia terminal". No tiene por qué admitir esa mala prensa. Es una posibilidad de empezar a hablar acerca del malestar de cada quien, dentro y fuera de la pareja. Pero no sin su inserción en la misma.
Una de las cosas que uno puede pensar es en la reacción de buscar ayuda para la pareja. Muchas parejas que a su vez tienen tratamiento psicológico individual buscan hacer un tratamiento de la pareja, dando por sentado la entidad de la pareja como un sujeto diferente a sus miembros. Dicha entidad puede ser vivida como algo que quieren curar.
En casos así, es importante poder alojar este deseo de hacer algo por la pareja.
Hay situaciones que suelen desencadenar una desestabilización en las parejas. Que un hijo se independice y se vaya de casa despierta todas las alarmas de los cimientos de la pareja.
Allí, en lo que suele denominarse el “nido vacío”, las parejas que se sustentan en el cuidado de sus hijos viven la partida de éstos como la pérdida de su sentido como pareja. Ciertas rutinas que demandaban mucho tiempo como el traslado de los hijos, su cuidado y su educación quedan prescritas. Han dejado de ser funcionales. Y en su lugar hay tiempo libre. A ser reasignado o transitado.
Todo cambio en las rutinas que hacen al ciclo vital conllevan un duelo. El paso de una forma de vivir la vida a otra no sucede sin algún grado de inscripción en un duelo.
Aparecen encuentros entre marido y mujer donde quizás se ven como dos desconocidos, fuera del rol de padre y madre de sus hijos.
En ese momento se juega nuevamente un posible reencuentro con expectativas que pueden ser desajustadas a las posibilidades reales de la pareja o no. O justamente una intervención externa puede encausar algo que se fue de cauce. ¿En la película interpretada por Meryl Streep en “que voy a hacer con mi marido?”, donde Steve Carell interpreta a un terapeuta de pareja, está bien expuesto este aspecto de la problemática.
La frialdad y la indiferencia suelen transitar juntas en muchos matrimonios y tomadas con naturalidad.
En otros casos, algo hace ruido en el duelo de la juventud perdida, de los hijos que ya son grandes, y la tramitación de este duelo no se lleva a cabo y aparece la violencia o la enfermedad de uno o dos de los cónyuges.
El terapeuta es ese tercer lugar donde algo se puede poner en palabras una distancia e indiferencia reactiva y consecuente con el paso del tiempo. Efecto del enfriamiento que puede sufrir un vínculo cuando se lo desatiende.
La terapia de pareja es un lugar posible donde poder hacer valer la reanudación de un diálogo que está en suspenso. Sus consecuencias variarán caso por caso. Y allí reside la creatividad que se espera de este proceso.
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