A veces, a la vida hay que echarle valor: en el trabajo, en una cita, una entrevista, una conversación cuya temática no dominamos… Algunos incluso dirían que es inherente al carácter picarón mediterráneo.
Está claro que para ello debemos tener cierta autoestima, esto es, aprecio por uno mismo. Pero... ¿dónde se encuentra el límite entre tener una buena autoestima y pecar de narcisista? ¿Es realmente el problema de nuestra sociedad actual?
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La delgada línea entre la autoestima y el narcisismo
Resumiendo mucho, el narcisismo es la autoestima elevada a la máxima potencia; la admiración excesiva que sientes por tu aspecto físico, cualidades o dotes.
El egocentrismo, relacionado con lo anterior (aunque no es exactamente lo mismo), es la paranoia del narcisista; es tal la admiración que sientes por ti mismo que te crees el centro de toda atención y preocupación ajena.
Estos dos fenómenos psicológicos parecen describir lo que les ocurre a muchas personas, pero para quienes no estén familiarizados en el tema es bueno remarcar las diferencias existentes entre el narcisismo y la autoestima.
La diferencia entre el narcisismo y la autoestima es que el primero supone la negación del valor de los demás, que quedan reducidos a meros proveedores de atención y fama. La autoestima, en cambio, es aquello que hace que nos sintamos bien con nosotros mismos como seres integrados en una sociedad llena de seres humanos perfectamente válidos.
Pero... ¿acaso el paso del tiempo no transforma nuestra autoestima en narcisismo mediante el uso de las nuevas tecnologías?
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La evolución del narcisismo
La adolescencia es una etapa de revolución, entre otras cosas, hormonal, que nos lleva a tener subidas y bajadas de autoestima. Con suerte, pasada esta época, habremos conseguido salir ilesos de ella y con un nivel de autoestima regular.
Este conjunto de percepciones, pensamientos y valoraciones de nosotros mismos repercutirán, sin duda, en cómo veamos el mundo que nos rodea.
Según algunas teorías, construimos nuestra autoestima en base a la aceptación social de nuestros semejantes. Pero llega un momento en que el ego de alguien, quizás el nuestro, se infla sobremanera, y destaca; se ama en exceso sí mismo y es superior a todo lo demás.
Actualmente son varios los artículos que culpan a las tecnologías, o más bien al mal uso que hacemos de ellas como fabricantes directos de narcisistas, pero ¿acaso no había narcisistas antes de internet?
El culto hacia el ego
El culto a nosotros mismos, al cuerpo o a la mente según la época, ha existido desde tiempo atrás.
Partamos de la propia palabra narcisista que proviene del mito de Narciso, existente tanto en la mitología griega como romana. En ella se habla de un apuesto joven que robaba el corazón de toda mujer y que, por enfadar a quién no debía, acabó ahogado en el agua por estar enamorado de su propio reflejo.
El problema existe, por lo tanto, desde la antigüedad; lo que han cambiado son los elementos del juego. Nos ha dado por los “selfies”, conseguir muchos “me gusta”, tener muchas fotos y muchos amigos, seguidores… Incluso aquellos que escribimos en esta web, ¿acaso no disfrutamos proporcionalmente a las veces que se comparte nuestro artículo?
Probablemente todos, de un modo u otro, pecamos en ocasiones de tener el ego cebado. Sin embargo, es más fácil ver la paja en ojo ajeno.
En realidad, lo único que podemos achacar a Internet es que nos lo ha puesto más fácil, y más universal. Ahora puedo alardear de tener muchísimos amigos sin tener que trabajar o cuidar esas relaciones, si acaso un “me gusta” de vez en cuando. Puedo enseñarles a los demás, mis cientos de “amigos”, lo feliz que soy con mi vida, mi pareja, mi trabajo, lo guapo/a que estoy al natural (con aplicaciones móviles que te corrijan, aumenten, disminuyen y tapen, claro está). En definitiva, es fácil porque yo escojo lo que mostrar.
La realidad es que vivimos en una época frenética de capitalismo y economía liberal, donde confundimos felicidad con consumismo, y esto nos está consumiendo. Aun así, la posibilidad de cruzar la línea de la autoestima al egocentrismo y narcisismo existía antes de cualquier red social. Si no, que le pregunten a Donald Trump; ese sí que es un buen ejemplo de lo que es quererse a sí mismo en exceso.
Los circuitos neuronales del egocentrismo
A nivel interno, estos pequeños momentos de pseudofelicidad que nos otorga el adorarnos demasiado y darlo a conocer en las redes, activan el centro cerebral de recompensa al igual que el sexo, comer, la generosidad…
Y, al fin y al cabo, lo que da sentido a nuestra existencia, lo que nos mueve y motiva desde el punto de vista más biológico y básico es la recompensa y el placer. El cómo lo consigamos seguirá variando: ahora está de moda posar en fotos y ponerle un filtro a mi plato de pasta, pero quizás con suerte, mañana, probemos con el altruismo y generosidad como mecanismo de recompensa cerebral.
Debemos cuidar al “niño/a” que llevamos dentro, pero eso no significa atiborrarlo a dulces.