Está claro que si con algo debemos ser perfeccionistas eso es nuestro propio comportamiento, pero hay personas que se extralimitan en esto. Y es que mientras algunos valoran aquello que hacen analizando sus puntos débiles e ideando maneras de mejorar, otros se obsesionan con el hábito de culparse a sí mismos por todo lo malo que les ocurre.
Dejar de culparse por todas las cosas malas que le ocurren a uno mismo es fundamental para mejorar en bienestar, dado que si no se sale de esa dinámico, aparece un círculo vicioso en el que el pesimismo y la expectativa de fracaso hacen que no se pueda mejorar.
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Cómo dejar de culparse sistemáticamente por todo
En este artículo repasaremos algunas claves para dejar de culparse por todo y afrontar la vida con una actitud más constructiva. Sin embargo, recuerda que todo proceso de desarrollo personal y de aprendizaje tiene que ir más allá de la lectura, así que todo dependerá de si utilizas estas ideas para modificar el modo en el que te relacionas con tu entorno y con los demás.
1. Relativiza la importancia de la culpa
Incluso si uno mismo es responsable de lo ocurrido, esto no significa que la culpa tenga que tenernos sumidos en la desgracia indefinidamente. La única utilidad de este sentimiento es hacer que el recuerdo de esa experiencia negativa perdure en el tiempo y nos lleve a evitar cometer el mismo error. Si conseguimos aprender la lección, los motivos para seguir martirizándose no tienen razón de ser. En otras palabras, la culpa no es una condena: es un factor de aprendizaje.
Así, no hay nada que nos deba llevar a pensar que el simple hecho de que nos sintamos mal es un motivo por el que deberíamos sufrir. En la naturaleza, los premios y los castigos no existen más allá de la imaginación humana.
2. Analiza tus debilidades y fortalezas reales
Más allá de lo que uno mismo desearía, es evidente que toda persona tiene sus imperfecciones. Esto significa, entre otras cosas, que no todos pueden hacer cualquier cosa en un momento determinado de su vida. Algunas cosas sí, y otras solo si se cuenta con mucha práctica o conocimiento.
Recordar esto es importante, porque aporta información real acerca de lo que realmente es culpa de uno mismo y lo que no.
En aquellas situaciones en las que ha aparecido un obstáculo muy complicado y difícil de evitar, solo hay una situación en la que uno mismo es culpable de lo ocurrido: aquella en la que era evidente que ese obstáculo aparecería, y el orgullo u otra forma de irracionalidad nos llevó a ir a su encuentro. Por supuesto, esto cambia si el motivo por el que nos “complicamos la vida” de esa manera tenía que ver con proteger a otra persona.
3. Reflexiona sobre tu relación con el entorno
Las personas que acostumbran a culparse por todo acostumbran a mantener un perfil bajo en sus relaciones sociales. Eso significa entre otras cosas que con mucha facilidad creen que les deben cosas a otros, se sienten “desvalidos” que viven a costa de la buena voluntad y las virtudes de los otros, y adoptan roles de sumisión de manera espontánea.
La consecuencia de esto es que como las personas de su círculo social próximo ven que la persona tiene una clara falta de asertividad y de autoestima, lo normal es que obedezcan y hagan sacrificios por otros. Por supuesto, cuando todo el mundo ejerce este tipo de presión, es muy fácil fallar muchas veces, tanto por probabilidad como por el estrés que produce esta dinámica de relaciones sociales.
Así pues, para dejar de culparse a uno mismo es clave rastrear los indicios de que este fenómeno esté ocurriendo en nuestras relaciones personales. Incluso de manera inconsciente, es muy fácil que si empezamos a atribuirnos la culpa de todo lo malo que ocurre, el resto también haga lo mismo.
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4. Practica la compasión
Buena parte de nuestra percepción sobre el mundo y sobre nosotros mismos no depende del contenido de estas ideas y creencias, sino a la atención que le damos a cada uno de estos elementos. Del mismo modo en el que si solo pensásemos en la pobreza y el sufrimiento nos volveríamos depresivos, fijarse solo en las imperfecciones de uno mismo consigue un efecto similar, con el añadido de que al ubicar el problema en el interior de uno mismo, no tiene sentido intentar solucionar lo que ocurre: lo roto no puede repararse a sí mismo, según esta creencia.
Por eso, es bueno practicar la compasión, que en este caso no es otra cosa que aplicarnos a nosotros mismos lo que solemos hacer con el mundo: no olvidar nunca sus aspectos positivos.
En este sentido, la Terapia de Aceptación y Compromiso puede ayudar mucho, ya que se basa en la aceptación de una serie muy concreta de imperfecciones y en el trabajo para mejorar en el resto de aspectos.