Está claro que durante las últimas décadas en algunos países se ha alcanzado un nivel de bienestar material que jamás se había dado antes en ningún periodo histórico. Este cambio no se ha producido en el vacío; ha ido de la mano de la migración del campo a las ciudades, el desgaste medioambiental, el desarrollo acelerado de nuevas tecnologías… Y, además, se ha producido un cambio psicológico: cada vez hay más personas ateas.
Pero… ¿hasta qué punto seguirá creciendo la tendencia a no creen en lo divino ni en el más allá? ¿Hay un “techo” a partir del cual el ateísmo no puede seguir creciendo? Según el psicólogo Nigel Barber, en caso de existir, ese techo está aún muy lejos y, de hecho, el ateísmo le ganará el pulso a las religiones antes del año 2038.
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La creencia en religiones desciende
Hay dos cosas fundamentales que caracterizan al ateísmo hoy en día: crece rápidamente y está distribuido de manera muy desigual por regiones y por edades. Si en España hace 40 años tan solo el 8% de la población se consideraba atea, hoy este porcentaje ha subido al 25%. De un modo similar, si en las personas mayores de 65 años residentes en España los ateos solo son el 8,3%, entre los millenials, nacidos en los últimos años del siglo XX, el porcentaje es de aproximadamente el 50%.
Del mismo modo, los países que gozan de un estado del bienestar más desarrollado, como Suecia o Alemania, presentan una mayor representación de población atea, mientras que la religiosidad es hegemónica en los países en los que hay mucha pobreza. Parece ser que la expansión de la sociedad del bienestar hace que la religiosidad retroceda. Para Barber, además, esta no es una dinámica que se vaya a revertir pronto.
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¿A qué se debe la expansión del ateísmo?
En su libro Why Atheism Will Replace Religion?, Nigel Barber explica que la religión ha sido durante siglos una creación cultural elaborada para aplacar con la angustia que genera vivir en entornos altamente inestables y peligrosos, en los que el peligro y la escasez de recursos acecha en el día a día. La idea de la muerte y la sensación de desamparo podrían ser sobrellevadas mejor creyendo que la propia vida tiene que ver con una creación llena de trascendencia ultraterrena. En estos contextos, era útil.
Pero al igual que ciertas especies animales sobreviven en entornos estables como islas, hay ideas que no tienen rival mientras se den ciertas condiciones a lo largo de los siglos y los milenios; pero cuando hay un fuerte cambio que afecta a toda la población y que no cuenta con precedentes, la situación puede cambiar. El ejemplo que pone el autor es el del dodo: cuando un nuevo elemento entra en escena, la extinción puede darse a lo largo de pocas décadas.
En este caso, “lo nuevo” es la posibilidad de vivir vidas relativamente cómodas (al menos materialmente) y el acceso a una educación en la que el razonamiento lógico y el conocimiento generado científicamente. Esto hace que se le pueda otorgar un significado a la vida más allá del miedo a los castigos extraterrenales y más allá de los dogmas.
Las nuevas religiones
Otra de las cosas que pueden estar influyendo en la expansión del ateísmo es, según Barber, el hecho de que aparecen nuevas formas de religiosidad no teísta que escapan a la definición habitual de “creyente” y “no creyente”. El fútbol, el fenómeno fan y algunas formas de activismo político, por ejemplo, nos pueden llevar a sentirnos parte tanto de un colectivo cohesionado como de un sistema de dogmas y, por supuesto, de un sentido de la trascendencia, de algo que quedará cuando muramos.
Así, muchas personas que se declaran ateas pueden estar canalizando formas de razonamiento casi religioso sin darse cuenta. Por ejemplo, al no llegar a poner en duda nunca ciertas creencias gracias al pensamiento circular, o al creer que hay ideas contra las que no se pueden dirigir “blasfemias”. La diferencia entre estas nuevas religiones y las viejas es que no apelan al miedo por el incumplimiento de una serie de normas, y se las puede abandonar en cualquier momento sin tener tanto miedo a las presiones del entorno.
¿Qué pasará en las próximas décadas?
En todo caso, parece ser que si el ateísmo va de la mano del desarrollo y generalización de unos ciertos estándares de bienestar, las crisis medioambientales y económicas pueden hacer mella en él. ¿Qué pasará cuando, por la falta de fuentes de energía, se produzca un colapso que paralice las fábricas? ¿Y cuando el cambio climático obligue a millones de personas a desplazarse a otros países, y a buscar agua potable en otros lugares? Puede que en los próximos años la falta de creencia en religiones vaya a vivir su máximo histórico, para desplomarse inmediatamente después a medida que avanza la pobreza y la escasez de recursos. A fin de cuentas, ninguna predicción es totalmente fiable, y la religión puede seguir perpetuándose tal y como lo ha hecho hasta ahora.
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