La división establecida que diferencia el cuerpo de la mente es un modo de pensamiento de nuestra época actual. Uno de los puntos de partida más importantes que establece esta ruptura surge de uno de los pensadores más reconocidos en la historia de la humanidad: René Descartes. Este filósofo estableció la famosa frase “Pienso, luego existo”, y para comprender qué quiso decir en su momento, veamos qué intentaba lograr.
Era tarea de la filosofía intentar establecer verdades últimas que dieran cuenta de la realidad en sí misma en la cual el ser humano está inmerso, por qué percibimos de tal o cual manera, qué son los pensamientos, en qué consisten las cosas del mundo exterior, a qué se debe que tengan determinada forma o color, etc.
Dentro de esta línea de búsqueda y en una época fuertemente marcada por la doctrina religiosa (siglo XVII), era prácticamente una negligencia hasta para la propia seguridad personal pensar la realidad sin considerar a Dios como autor y artífice de todas las cosas del Universo. Por lo tanto, Descartes, al preguntarse por las cosas que son únicamente verdaderas sin lugar a dudas, considera las siguientes premisas.
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Pienso, luego existo: una mente y un cuerpo
Primero, que los sentidos engañan (pensamiento platónico), por lo que frente a un mismo suceso, cada uno de nosotros podemos tener diversas reacciones. Asimismo, cuando estamos soñando, estamos convencidos de la realidad que estamos viviendo y es únicamente al despertar que somos capaces de entender que eso no era verdadero.
El segundo postulado es que Dios existe y que, como tal, no es capaz de engañar al ser humano, puesto que no está en su esencia engañar. Esto sería contrario a su naturaleza. Por lo tanto, sentado frente a su chimenea, viendo un leño arder, reflexionando sobre estos temas, cae en cuenta que de lo único que no puede dudar es del hecho de que él mismo está pensando.
Así pues, lo que garantiza que no seamos un sueño de alguien más, o la ilusión de otro ser desconocido, es el hecho de que pensamos, entonces, el “pienso, luego existo”, surge de proponer una garantía para sostener nuestra existencia como verdadera. Entonces, propone una división entre res cogitans (alma, pensamiento, cogito) y res extensa (cuerpo, extensión en el espacio). A partir de estos desarrollos, los estudios e investigaciones sobre mente y cuerpo comienzan su propio camino por separado. Al menos, en occidente.
La ciencia y la división entre cuerpo y mente
El método científico, de la mano de Augusto Comte, irá estableciendo los criterios de verdad a partir de aquello que sea únicamente observable y con capacidad de ser medido en condiciones de laboratorio. Es decir, solo es científico y verdadero aquello que se puede observar (cuerpo). Por eso hoy en día encontramos a las distintas disciplinas tan separadas, segmentadas y especificadas en cada rama de conocimiento. Para el cuerpo, la Biología y la Medicina. Para la mente, la Psicología.
Ahora bien, estos últimos años se están desarrollando teorías, investigaciones y prácticas que demuestran que tal división, si bien ha generado muchísimos conocimientos, demuestran ser partes de la realidad total. Un ejemplo sería la división del cuerpo humano en los sistemas que lo componen: endocrino, nervioso central y periférico, respiratorio, muscular, etc. Es a los fines de la especialización que resulta sumamente útil.
Alterar la mente a través de la modificación corporal por medio de fármacos que cambien la producción sináptica en el cerebro es sólo una dirección de la situación completa. La mente, al percibir, reacciona de determinada manera y genera ciertos procesos hormonales que también afectan al cuerpo. Basta con observarse cada uno de nosotros en una situación de nervios, enojo, felicidad o tristeza, para comprobar que el cuerpo es alterado por la propia mente.
El punto no es la disputa entre si estuvo primero el huevo o la gallina. El punto está en que el cuerpo no solamente reacciona, sino que el cuerpo enferma, en parte, por la mente. Entonces, al proponer la terapia como un espacio de sanación, se invita a cuidar no solamente las emociones, sino también las reacciones que de ellas proceden y los efectos que estas tienen en el cuerpo que habitamos. El cuerpo que somos. A cada momento estamos en una realidad que nosotros mismos creamos, y por habitarla permanentemente es complejo hacer un corte donde ver por qué es como tal. Sucede lo mismo al pez que nada en el agua, el cual desconoce otra realidad que la que habita desde siempre.
Sucede que, sin saberlo y sin darnos cuenta, tenemos instalados determinados patrones de reacciones afectivas que, al repetirse a lo largo del tiempo, van dejando una huella física en nuestro cuerpo y esta marca se va profundizando dando una orientación y una propensión al cuerpo para que enferme de tal o cual manera, claro que esto depende de la persona y la situación.
La terapia psicológica como herramienta de crecimiento
Afortunadamente, existe la posibilidad de romper con esos patrones. Es necesario aceptar que en nosotros hay algo más que simplemente reacciones, que las cosas no pasan porque sí. Es complejo poder reconocer que aquello que nos sucede puede tener sus causas en el modo en que reaccionamos. Y esto se debe a ciertos procesos inconscientes que se fueron estructurando de acuerdo a determinados modos que encontramos para responder a las personas y al entorno que nos rodeó desde los primeros momentos de nuestras vidas.
La terapia no se propone únicamente como método para tratar un problema en particular, sino también para darnos un bienestar general, ya sea para ver las cosas de una manera distinta, como para tomar las decisiones que se orienten y dirijan hacia la salud que merecemos y queremos tener.
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