Las Olimpiadas de Barcelona del año 1992 no solo hicieron que esta ciudad cambiase para siempre y llegase a ser la capital del turismo mediterráneo que es hoy (para bien y para mal), sino que también nos dejaron una de las investigaciones más curiosas acerca de la psicología aplicada al deporte y la consecución de objetivos personales.
Una de una serie de investigaciones que en los años 90 hicieron que en la psicología se diera un giro a lo que se sabía acerca de la motivación y la percepción del valor de las cosas. Básicamente, mostró que, bajo ciertas condiciones, las personas que tienen un mejor desempeño en una tarea pueden mostrarse mucho menos satisfechas y felices que aquellas que obtienen unos resultados no tan buenos.
Rompiendo paradigmas
Durante mucho tiempo, en el ámbito de la investigación en psicología y en economía se ha creído que nuestra manera de reaccionar ante ciertos hechos y experiencias se corresponde al grado en el que estas son objetivamente positivas o negativas para nosotros.
Claro que la objetividad total no sirve, pero en este contexto se entendía que un resultado objetivamente positivo es aquél en el que ganamos en seguridad, reconocimiento social y probabilidades de recibir estímulos placenteros crecen y llegan a compensar los esfuerzos, recursos y tiempo invertidos en hacer que esta experiencia llegue a producirse.
Dicho de otro modo, lo positivo se vinculaba a una lógica economicista y racional, dando por sentado que nuestras prioridades siguen una escala parecida a la pirámide de Maslow y que aquello que nos motiva es directamente proporcional a la cantidad de valor de los recursos que obtenemos.
Aplicando el sentido común a las olimpiadas
Así, una medalla de oro siempre nos hará tender a reaccionar de modo más positivo que una medalla de plata, porque su valor objetivo es mayor: de hecho, su única utilidad es la de ser un objeto más valioso que el resto de trofeos. Como todos los deportistas creen que una medalla de oro es mejor que una de plata o una de bronce, lo lógico es que el grado de felicidad y de euforia que experimenten al ganar las dos primeras sea mayor que el que se vive al ganar el bronce.
Esta presuposición, sin embargo, ha sido cuestionada varias veces en las últimas décadas, después de que varias investigaciones mostrasen hasta qué punto somos irracionales a la hora de valorar nuestros logros y los resultados de nuestras decisiones, incluso cuando éstas aún no han sido tomadas y se está previendo lo que puede ocurrir si nos decantamos por una u otra opción. Esta es justamente la dirección en la que apuntó en el año 1995 la investigación sobre las Olimpiadas de Barcelona, publicada en Journal of Personality and Social Psychology.
Una investigación basada en expresiones faciales
En esta investigación se quería comparar las reacciones de los ganadores de una medalla de plata con las de los ganadores de un bronce para ver en qué medida su grado de enfado o de alegría se correspondían con el valor objetivo de su trofeo. Para la realización del estudio se trabajó sobre la presuposición de que "la cara es el espejo del alma", es decir, que a partir de la interpretación de las expresiones faciales, un grupo de jueces puede llegar a imaginar de manera muy aproximada el estado emocional de la persona en cuestión.
Está claro que siempre cabe la posibilidad de que la persona mienta, pero ahí es donde entran en juego las olimpiadas; el esfuerzo y dedicación de los deportistas de élite hacen que sea poco probable que, aún queriendo ocultar sus emociones, tuviesen demasiado éxito en esa misión. La tensión y la carga emocional asociadas a este tipo de competiciones son tan altas que el autocontrol dirigido a regular este tipo de detalles se vuelven más bien débiles. Por tanto, sus expresiones y gestos deberían ser relativamente fiables.
Después de que varios estudiantes puntuasen en una escala de 10 las reacciones de los deportistas justo después de ganar su medalla, siendo el valor más bajo la idea de "sufrimiento" y la más alta "éxtasis", los investigadores estudiaron las medias de estas puntuaciones para ver qué encontraban.
¿Plata o bronce? Menos es más
Los resultados obtenidos por este equipo de investigadores fueron sorprendentes. En contra de lo que dictaría el sentido común, aquellas personas que ganaron una medalla de plata no se mostraban más contentas que las que consiguieron el bronce. De hecho, ocurría todo lo contrario. Partiendo de las imágenes grabadas justo después de que se supieran los resultados de los deportistas, los ganadores de la medalla de plata fueron puntuados con una media de 4,8 en la escala, mientras que el grupo de los que ganaron un bronce obtuvo una media de 7,1.
En cuanto a las puntuaciones realizada sobre las imágenes de la ceremonia de entrega de premios realizada algo más tarde, las puntuaciones fueron de 4,3 para los medallistas de plata y de 5,7 para los de bronce. Seguían ganando estos últimos, los terceros en discordia.
¿Qué había pasado? Posibles hipótesis a este fenómeno
La posible explicación de este fenómeno daba al traste con la concepción del ser humano que valora objetivamente sus logros, y tiene que ver con las comparaciones y las expectativas en el contexto de la realización del ejercicio. Los deportistas que ganaron la medalla de plata habían aspirado a la medalla de oro, mientras que los que habían recibido el bronce se esperaban ganar o ese premio o nada.
La reacción de tipo emocional, por tanto, tiene mucho que ver con la alternativa imaginada: los medallistas de plata pueden llegar a torturarse a sí mismos pensando en lo que hubiera podido pasar si se hubieran esforzado un poco más o si hubieran tomado otra decisión, mientras que los que ganan la medalla de bronce piensan en una alternativa que equivale a no haber ganado ninguna medalla, ya que este es el escenario más próximo a su situación real y con mayores implicaciones emocionales.
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