En muchas ocasiones nos cuesta sostener la intensidad con la que los niños expresan algunas emociones. Esto sucede especialmente con el enfado porque suele implicar gritos, llantos, golpes o rabietas independientemente del contexto en que nos encontremos.
Algunas personas tienden a pensar que los niños no deberían enfadarse o, como mínimo, no deberían expresar sus emociones con tanta intensidad. En ocasiones llega a interpretarse el enfado como un “ataque” a la autoridad o una falta de respeto hacia los adultos.
A lo largo de este artículo explicamos por qué es bueno y necesario que los niños se enfaden teniendo en cuenta las aportaciones de la psicología evolutiva y la neurociencia. Abordamos aquellas estrategias que no suelen funcionar y planteamos alternativas para ayudar a que los niños aprendan a enfadarse de forma saludable.
Comprender el enfado desde la psicología evolutiva
Aunque para los adultos puede llegar a resultar muy molesto que un niño se enfade, debemos comprender que es completamente normal. Los seres humanos nacemos con la capacidad de sentir emociones y el enfado es una de las consideradas emociones básicas, universales.
El cerebro se encuentra en proceso de maduración hasta los 20-25 años aproximadamente. Esto implica que, cuanto más pequeños son nuestros hijos, menos desarrolladas tienen las áreas cerebrales que se encargan del autocontrol y la regulación emocional.
Como consecuencia, la forma que tienen las criaturas de expresar las emociones que están sintiendo suele ser intensa y poco racional. Tanto que, en ocasiones, puede ser realmente complejo para los adultos entender qué está sucediendo, qué necesita esa criatura y cómo poder ayudarla.
A nivel de desarrollo, es especialmente común que los niños muestren enfados muy intensos entre el año y los cuatro años de edad. Muchos padres y madres se preocupan porque creen que algo va mal, pero no es necesariamente así. Estas rabietas pueden estar relacionadas con una demanda de mayor autonomía.
Además, en estos años el lenguaje todavía se está desarrollando —es un proceso verdaderamente complejo a nivel cerebral—. Esto implica que los niños tienen menos habilidades comunicativas y un vocabulario limitado para expresar lo que les sucede, así que las rabietas también pueden ser la expresión de frustración, cansancio y hambre.
¿Por qué es importante permitir que los niños se enfaden?
El enfado es una de las emociones universales y es igual de válida que cualquier otra emoción. Es importante que los niños y las niñas entiendan que todas las emociones son necesarias porque todas ellas nos dan información sobre el impacto que tiene sobre nosotros aquello que sucede en el mundo externo.
Por tanto, no se trata de que los niños y las niñas no se enfaden. El objetivo es que, como adultos responsables de su cuidado, les ayudemos a encontrar las herramientas que más les sirvan para poder aprender a experimentar el enfado de una forma saludable y aprender a regularlo.
De hecho, hacerles entender que no deben enfadarse puede ser altamente contraproducente. Si les castigamos o reñimos porque se enfadan, podemos fomentar la represión de esta emoción y esto puede generar tanto bloqueos emocionales como explosiones todavía mayores a medio y largo plazo.
Los niños necesitan que seamos su lugar seguro y que podamos sostener sus emociones. Cuándo podemos acompañarlos sin juzgar o minimizar, guiarlos sin imponer y les ayudamos a regularse, entienden que sus emociones son válidas y el vínculo se fortalece a la vez que se genera en la criatura una sensación de seguridad emocional.
Lo que algunos adultos suelen hacer… y por qué no siempre funciona
Es comprensible que muchos padres y madres se sientan desbordados ante las rabietas de sus hijos. Cuando las emociones son muy intensas y los niños están muy desregulados, podemos acabar por desregularnos nosotros también y, como consecuencia, actuando de formas que luego nos generan culpa.
Sabemos que los gritos, las amenazas, los castigos y los “time out” (tiempo fuera) cuando se aplican de forma punitiva no son efectivos y, de hecho, pueden generar respuestas más intensas todavía en las criaturas. Lo mismo sucede si les decimos frases que invalidan sus experiencias y/o las minimizan, como por ejemplo “no te pongas así”, “no es para tanto”, “vete a tu habitación hasta que se te pase”, “no me hables hasta que estés tranquilo”…
Todas estas respuestas, que son bastante comunes, no enseñan a las criaturas ninguna herramienta para aprender a regular sus emociones. Al contrario. Invitan a la desconexión de sus propias emociones, así como también les llevan a desconectarse de sus figuras de referencia. Esto puede dañar el vínculo, además de generar inseguridad interna y una profunda vergüenza.
Cuando respondemos a su desregulación con más desregulación (la nuestra) le estamos haciendo llegar el mensaje de que no hay un adulto disponible emocionalmente en ese momento para ayudarle. En la mayoría de ocasiones, nuestras reacciones (gritos, amenazas, castigos, etc.) son la consecuencia de nuestras creencias.
Muchas personas tienden a pensar que los niños y las niñas “se portan mal a propósito” y les ahorcan una intención manipulativa que no tienen en los primeros años de vida porque su desarrollo cerebral no se lo permite todavía. Es importante comprender que la conducta es únicamente una forma de expresar una necesidad que no está siendo cubierta.
¿Cómo ayudar a los niños a enfadarse de forma saludable?
A veces se confunde la idea de acompañar y sostener las emociones de las criaturas con el hecho de permitir y validar cualquier comportamiento. Es cierto que los límites son necesarios y que hay ciertas conductas que no se pueden aceptar —especialmente si la integridad física de alguien está en peligro—. El comportamiento de un niño habla de sus necesidades, pero no lo define.
Cuando hablamos de acompañar un enfado —o cualquier otra emoción— hablamos de generar un entorno seguro a nivel emocional en el que la criatura puede expresar cómo se siente sin ser juzgado/a y aprender alternativas que le permitan expresar o regular la emoción de forma óptima.
Validar sus emociones
Ya hemos explicado anteriormente la importancia de validar sus emociones. Es clave para el desarrollo de su inteligencia emocional que les ayudemos a nombrar lo que sienten y validarlo. Podemos validar que se sientan de una forma determinada (“veo que estás muy enfadado”) sin estar de acuerdo.
Mantener la calma
Debido a que su cerebro todavía está en desarrollo, las áreas que se ocupan del autocontrol y la regulación emocional todavía no han madurado. Por ello, necesitan que les “prestemos” nuestra calma (regulación emocional) para poder volver a la suya.
Ofrecer contacto
Es muy importante ponernos a la altura de una criatura y mirarla a los ojos si nos vamos a dirigir a ella. Especialmente si está muy desregulada. El contacto físico afectivo (caricias, abrazos) puede ser útil en algunos casos, pero debemos preguntar primero al niño en cuestión si lo quiere en ese momento.
Proponer alternativas
Podemos plantear alternativas conductuales que les resulten útiles y que puedan reemplazar por aquellos comportamientos menos adaptativos. Algunas propuestas pueden ser:
- Golpear a un cojín, tirar el cojín al suelo de forma repetida o gritar en el cojín.
- Dibujar las emociones o hacer garabatos para descargar la energía.
- Ayudarse de la respiración: inhalar fuerte y soltar el aire como si fuera un tigre o un león.
- Separarse momentáneamente de la situación; no como castigo sino, como una pausa y siempre en nuestra compañía.
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