No podemos conseguir todo lo que queremos. Esta sencilla frase expresa un hecho que puede ser extremadamente duro en función de cuánto lo deseáramos. A veces las circunstancias no ayudan, a veces nos creamos metas excesivamente exigentes o incluso a veces se nos exige un nivel al que al menos por el momento no podemos alcanzar.
Ello ocurre durante todo el ciclo vital, desde la nacimiento hasta la tumba, y es motivo de diferentes niveles de frustración que debemos afrontar. Y la frustración puede ser difícil de afrontar.
Cada uno de nosotros tenemos una capacidad concreta para tolerarla, existiendo personas que tienen una alta tolerancia al hecho de frustrarse y para los cuales no genera un impedimento sino una simple molestia y otras personas con baja tolerancia a la frustración que ante la mínima dificultad se paralizan y abandonan la acción. Es sobre el último de los casos del que vamos a hablar a lo largo de este artículo.
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Una emoción natural
Antes de valorar qué es una baja tolerancia a la frustración es necesario tener en cuenta qué implica dicho concepto. La frustración es un sentimiento o sensación de carácter aversivo en la cual aparece una mezcla de tristeza, rabia, y decepción ante la no consecución de un objetivo o la imposibilidad de alcanzar una meta o deseo. No es necesario realmente que se trate de un deseo propio, sino que también puede aparecer ante la ruptura con las expectativas y demandas puestas sobre nosotros.
Se trata de una sensación natural que no tiene nada de patológica (si bien dependiendo de cómo sí puede volverse patológica), y que como hemos dicho anteriormente está presente de forma continuada durante toda la vida cada vez que se producen situación de negación e imposibilidad. Al principio y a lo largo de la infancia solemos tener una muy baja tolerancia a la frustración, pero a lo largo del desarrollo vamos aprendiendo poco a poco a controlarla, a gestionarla y a generar respuestas alternativas. Pero, ¿qué implica una baja tolerancia a la frustración?.
La baja tolerancia a la frustración
Se entiende como baja tolerancia a la frustración o intolerancia a la frustración a la ausencia o el bajo nivel de capacidad para soportar aquel conjunto de eventos o circunstancias que puedan frustrarnos. La baja tolerancia a la frustración hace que ante la aparición de esta no seamos capaces de reaccionar, abandonemos nuestra actuación y seamos incapaces de perseverar y luchar contra las dificultades. Dicho de otro modo quien tiene baja tolerancia a la frustración lo que tiene es una gran dificultad para gestionar sentimientos negativos como el estrés, la incomodidad o la no consecución de los propios deseos.
Generalmente esta incapacidad de autogestión provoca manifestaciones conductuales en forma de comportamiento huraño, irritable y hostil. Suelen verse los fracasos como provocados por los demás o por las circunstancias, generalmente apariencia tendencia a sentirse víctima y a proyectar las culpas en otros. Acostumbran a ser personas que suelen rendirse rápidamente al percibir posibles obstáculos, centrándose en lo difícil que son las cosas y no viendo ni creyendo en la posibilidad de solventar el problema y conseguir vencer las dificultades por sí mismos.
Se focalizan en la emoción, en el sufrimiento y dolor y en su evitación. Esto puede desembocar en que el sujeto se vuelva impaciente, dependiente, exigente e incluso extremadamente pasivo. En algunos casos puede desencadenar trastornos del control de los impulsos, como la cleptomanía, o conductas agresivas y violentas hacia quienes no cumplen o dificultan los propios deseos.
Una baja tolerancia a la frustración afecta también a la capacidad de esperar para demorar una gratificación, algo que podría ser imprescindible para alcanzar recompensas mayores a las inmediatas. Se asocia pues a la necesidad de conseguir la satisfacción de sus necesidades en el mismo momento en que aparecen. Ello dificulta por ejemplo ponerse a hacer una tarea necesaria en pos de la gratificación que genera descansar o divertirse. A su vez, tanto la dificultad para completar tareas como la propia percepción de esta falta de capacidad pueden ser percibidas como frustrantes, empeorando la situación y aumentando la situación de malestar de la persona.
La baja tolerancia a la frustración tiene también grandes consecuencias para el sujeto en múltiples ámbitos vitales: a nivel familiar y social las relaciones personales se resienten, en ocasiones generando un alejamiento por parte del resto y dinamitando su relación con su entorno. A nivel laboral se vincula con falta de flexibilidad y de dar respuesta a imprevistos, algo que dificulta la contratación y la productividad. En lo que respecta a la autorealización, una baja tolerancia a la frustración tiende a generar severas dificultades para lograr grandes objetivos a largo plazo y ello puede generar también una disminución de la autoestima y autoconcepto o la aparición de conductas utilitaristas, narcisistas o histriónicas.
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Causas de esta baja tolerancia
Hemos mencionado anteriormente que la tolerancia a la frustración es algo que se va adquiriendo a lo largo del desarrollo, teniendo casi todos los niños muy baja capacidad para ello. El que se desarrolle o no correctamente esta tolerancia puede depender de una gran cantidad de variables.
En primer lugar y aunque se desarrolla a lo largo de la vida, existen diferencias a nivel biológico que facilitan este hecho. Ello es observable a nivel temperamental, existiendo niños pequeños que son capaces de aguantar la frustración y esperar por un futuro mejor o incluso generar estrategias para alcanzar su objetivo final. Otros se frustran y se rinden a la menor dificultad, y otros muchos incluso generan conductas disruptivas como las rabietas infantiles como consecuencia de su incapacidad para controlar su disgusto.
La experiencia es uno de los principales factores que explican las diferencias en cuanto a la tolerancia a la frustración. Para tener una elevada tolerancia será necesario que a lo largo de la vida hayamos visto que nuestras metas y deseos son realizables pero que para ello se requiere de un esfuerzo, habiendo visto una asociación entre el esfuerzo y el logro de metas tanto a corto como a largo plazo. También la conciencia de que esperar y no buscar el placer inmediato puede llevar a mayores recompensas con el tiempo.
Vinculado a la anterior, uno de los motivos que puede llevar a que una persona sea poco tolerante al hecho de frustrarse, incluso ya en la adultez, son los modelos educativos que hemos tenido. Padres excesivamente permisivos y que responden rápidamente a cualquier demanda del niño fomentan que este no tenga que esforzarse y aprenda que las cosas que deseamos se consiguen rápidamente. Una vez fijado este patrón, el sujeto no será capaz de reaccionar ante la presencia de dificultades y lo que podría ser una mera incomodidad o obstáculo se convierte en un muro impenetrable que les contradice y que despierta su ira.
Otro motivo para la baja tolerancia a la frustración es la existencia por parte del sujeto de expectativas demasiado elevadas como para tener la posibilidad real de cumplirlas, de manera que sus esfuerzos nunca alcanzan el nivel requerido o deseado y se aprende a que no es posible alcanzar las propias metas. Aparece un miedo continuado al fracaso, y con el tiempo la capacidad de tolerarlo se extingue. Ello puede derivarse del aprendizaje, tanto por parte de modelos parentales hiperexigentes o de demandas sociales excesivas.
Cómo mejorar la capacidad de tolerar la frustración
Tal y como hemos mencionado la baja tolerancia a la frustración puede ser enormemente limitante. Afortunadamente, podemos entrenar nuestra capacidad de aguante y nuestras habilidades para hacernos más resistentes y tolerantes con las situaciones aversivas y frustrantes.
Probablemente el primer aspecto a trabajar sea el de analizar la frustración de manera aislada, reconociendo cuál es su origen y porqué nos resulta tan insoportable. Hecho esto, podremos pasar a emplear diferentes métodos de cara a resolver la situación.
Una de las estrategias pasa por reestructurar las creencias personales respecto a los niveles de exigencia y lo que podemos llegar a alcanzar. Será importante entrenarse en proponernos metas realistas, sean o no ambiciosas, y valorar que en todos los casos va a ser fácil que aparezcan imprevistos. También es de utilidad que si tenemos metas muy altas intentemos fraccionarlas de tal manera que hagamos objetivos intermedios que nos vayan conduciendo hasta la meta final, sin pretender lograr nuestro objetivo de manera inmediata desde el inicio. La generación de estrategias alternativas a la original también es primordial.
Asimismo, se ha de trabajar también la relación con el fracaso y con la frustración, no viéndolas como sinónimo de vencimiento sino como un aprendizaje que nos llevará a conseguir nuestras metas.
Otro elemento a entrenar podría ser someterse a la exposición a situaciones frustrantes con prevención de respuestas. El entrenamiento en gestión del estrés y la ira y el entrenamiento en resolución de problemas se hacen imprescindibles. Si los problemas se vinculan con el ámbito social también puede ser necesario trabajar las habilidades sociales.
Referencias bibliográficas:
- Jeronimus et al. (2017). «Frustration». Encyclopedia of Personality and Individual Differences, Edición: 1. Springer, New York, Editores: Virgil Zeigler-Hill and Todd K. Shackelford, pp. 1 - 8.
- Miller, NE (July 1941), "frustration–aggression hypothesis", Psychological Review, 48 (4): pp. 337 - 42
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