Afortunadamente, en etapas más recientes se está normalizando el hecho de hablar de salud mental y de poner énfasis en promover los factores que pueden favorecerla. Una de estas variables hace referencia a dotar a las personas en desarrollo, infantes y adolescentes, de un nivel de educación emocional adecuado y accesible, que permita el aprendizaje de recursos y estrategias eficaces de regulación emocional adaptativas y saludables. Así, la inteligencia emocional se define como la capacidad para reconocer las propias emociones y las de los demás, gestionarlas adecuadamente, distinguirlas y usar esa información para orientar el pensamiento y las acciones.
¿Para qué sirve la inteligencia emocional?
Las emociones, tanto las más agradables como las que no lo son tanto, están presentes en todo lo que vivimos diariamente y condicionan nuestros estados de ánimo, nuestro pensamiento, nuestras acciones y cómo nos relacionamos con los demás. Por este motivo, la inteligencia emocional es tan importante, ya que facilita un adecuado desarrollo personal y social, especialmente en niños y adolescentes, quienes se encuentran en la etapa más significativa del proceso madurativo psicológico.
La baja competencia emocional en los adolescentes puede derivar en ocasiones en comportamientos desadaptativos como el consumo de sustancias, los trastornos alimenticios, la violencia de género u otros actos de violencia en general. Además, la inteligencia emocional tiene un papel importante en la toma de decisiones, en la motivación y la prevención de factores de riesgo en el aula.
Como sociedad, en ocasiones, disponemos de carencias importantes en el ámbito de la educación emocional, llegando a ser adultos con una baja conciencia emocional. Esto se traduce en presentar dificultades para sostener el malestar o las emociones desagradables de los demás, expresar un patrón evitativo en lo que se refiere a la experiencia emocional y disponer de ciertas limitaciones en las habilidades saludables de regulación emocional.
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Formas disfuncionales de gestión emocional
Como solemos explicar en terapia, cuando nos planteamos trabajar la gestión emocional, antes de empezar a abordar los recursos o herramientas a incorporar, cabe aprender a identificar, desautomatizar y abandonar los patrones de gestión emocional disfuncionales que están aún presentes y que tienen un carácter autodestructivo.
Algunos de los patrones de gestión emocional disfuncionales que no ayudan a manejar correctamente nuestras emociones son los siguientes:
- Evitar sentir algunas emociones.
- Intentar suprimir o controlar determinadas emociones.
- Enfadarse con uno mismo, culparse o avergonzarse por sentir determinadas emociones.
- Creer que debemos o no debemos sentir algunas emociones.
- Aferrarse a las propias creencias negativas.
- Hacer comparaciones con cómo se sienten otras personas.
- Generar bucles de pensamientos sobre cómo nos sentimos.
Se ha observado que los mayores problemas que existen con la gestión emocional no hacen referencia a que no se cuente con estrategias de regulación, sino a la gran cantidad de formas de afrontamiento ineficaces que se llevan a cabo, las cuales empeoran el propio estado emocional. Evidentemente, muchos de estos patrones disfuncionales no se llevan a cabo de manera consciente y, justamente por ello, es tan importante conocer qué ayuda y que no para poder elegir más conscientemente qué conductas cabe cesar y qué estrategias son recomendables incorporar.
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Los bucles de pensamiento disfuncional
Como ya os podréis imaginar también con todo lo comentado, el darle vueltas y más vueltas a una misma situación o emoción tampoco es un mecanismo que ayude. De hecho, lo que hace es amplificar esa emoción e intensificarla, dándonos la sensación de que lo que sentimos es muy intenso, nos desborda, y no podemos hacer nada con ello. Es esperable que nuestra cabeza intente entender y buscar el “por qué” en varias situaciones.
Sin embargo, es importante recordar que no siempre existe un por qué o una causa única y que merecemos sentir y atender a esa emoción, aunque no le encontremos “justificación” o razón de ser. De hecho, esta lucha (la rumiación) suele partir de una base de juicio hacia esta emoción, juzgando si debería estar aquí o no, con qué intensidad, etc. Ello nos aleja del objetivo principal que es observar esa emoción de manera neutral, dejarla sentir, atenderla y cuidarnos cuando aparezca hasta su desvanecimiento.
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Maneras más eficaces de gestión emocional
Es natural que, al entrar en contacto con ciertas emociones, ello nos genere malestar. Muchas emociones, son ciertamente desagradables. Sin embargo, es preciso recordar que todas las emociones son importantes y todas tienen su función. Partiendo de esta base, es esperable que a veces, evitar sentir una determinada emoción nos alivie en un primer momento; pero, aunque no la sintamos, esa emoción no va a desaparecer. De hecho esta vuelve, al tiempo, con la problemática que la generaba sin resolver y sintiéndonos menos capaces para manejarla.
Algo que nos puede servir para empezar a entrar en contacto con las emociones que nos cuesten más sin abrumarnos, puede ser observar las emociones desde la distancia. Es decir, permitirnos sentirlas sin sumergirnos en ellas, observándolas desde fuera e ir siguiendo su curva y su evolución hasta que desaparecen, sin tratar de hacer nada con esas emociones. Nos puede ayudar el ejercicio de imaginar la emoción con un color o una figura o mediante la utilización de metáforas como equiparar las emociones al proceso de una nube que se va desplazando con el viento o de un tren que dejamos pasar.
Este planteamiento se vincula estrechamente con el hecho de no juzgar las propias emociones. Es decir, observarlas como espectadores sin tratar de alterarlas y sin categorizarlas en “buena o mala”, “debería sentirla o no”, etc. Estos juicios son los que nos llevan frecuentemente a sentir culpa o vergüenza por sentirnos como nos sentimos, y estas emociones alimentan mucho el sufrimiento secundario asociado a la propia emoción. Es importante aprender a identificar cuando estamos juzgando y redirigirnos hacia una observación lo más neutra posible; que posteriormente podemos acompañar de un diálogo compasivo con uno mismo. Nos puede ayudar, por ejemplo, pensar qué le diríamos a alguien al que tenemos mucho aprecio si se estuviese sintiendo así; seguramente el mensaje no estaría orientado a avergonzarle o hacerle sentir culpable.
Elisabet Rodríguez - Psicologia I Psicopedagogia
Elisabet Rodríguez - Psicologia I Psicopedagogia
Psicología General Sanitaria. Neuropsicología. Sexología. Psicología Forense
La importancia del sistema de creencias internas
El diálogo que se establece en dichos momentos también tiene mucho que ver con las creencias negativas de cada uno, que a su vez, es lo que nos suele llevar a compararnos con otras personas. Es importante recordar que por más ciertas y fuertes que puedan parecer nuestras creencias sobre nosotros mismos, son simplemente pensamientos que se fueron formando en base a experiencias que vivimos a lo largo de nuestra historia vital. Es de gran importancia recordarnos que todas las creencias pueden y tienen que evolucionar, cuestionarse, someterse a juicio, etc. Ello es un trabajo que de manera habitual se lleva a cabo en terapia: el cuestionamiento de todo lo que define la propia identidad o lo que creemos ser, hasta llegar a la consecución de planteamientos más realistas y empáticos con uno mismo.
Autora: Carla Carulla, psicóloga infantojuvenil en Elisabet Rodríguez - Psicologia i Psicopedagogia (Granollers).