Nuestros parques se enmudecieron y el jolgorio de las risas, carcajadas y desafíos se retiró de forma abrupta. En los hogares brotaron pantallas y el ocio tecnológico y virtual conquistó nuestros salones y habitáculos.
Ante una situación compleja y alarmante, las primeras respuestas que surgen son de pura supervivencia, respuestas que se han prolongado y han dejado su huella y efectos secundarios.
Ahora nos toca retomar el exterior y la relación; yo diría que siempre, pero en especial en la infancia y adolescencia el movimiento libre y la conexión en la relación son imprescindibles para llenarnos de energía vibrante para interesarnos por el mundo, explorar y conquistar metas de desarrollo. No hay relación sin conexión.
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La importancia del juego en nuestro desarrollo
Desde diferentes enfoques filosóficos, biológicos y psicológicos, han reconocido el valor del juego en el desarrollo infantil, sobre todo el juego cara a cara.
Todas las crías de mamíferos disfrutan de los juegos de contacto, miradas, rugidos. Esos juegos cara a cara posibilitan el aprendizaje y perfeccionamiento social.
En estas interacciones cara a cara se generan batallas y enfrentamientos que implican riesgos. En esa interacción entre pares se animan entre ellos, la energía va creciendo, y así tanto los cachorros animales como los humanos exploran y generan activamente situaciones inesperadas, sorprendentes y desafiantes mediante el juego.
Estas situaciones buscadas o sobrevenidas pueden implicar riesgo, desafíos y peligros los cuales se viven en el juego; ya sea en batallas con monstruos, o enemigos que llevan a lidiar con guerras, heridos y muerte.
Enfrentar estas situaciones permite experimentar respuestas novedosas, adaptativas, además de negociar convenios y reglas. Realizar todo este aprendizaje en el entorno seguro del juego es una ventaja.
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Implicaciones emocionales del juego
Chateau (1967) afirmaba que a través del juego se desarrolla la moralidad. Al aceptar, al seguir una regla desarrollada en el juego, por el bien común de los jugadores, los niños están expresando y entrenando la capacidad humana para crear comunidad, civilización. La moralidad se desarrolla mediante las interacciones sociales con iguales durante el juego.
El juego promueve experiencias lúdicas, agradables, satisfactorias, cargadas de alegría. Emoción que facilita la apertura tanto emocional como cognitiva.
Estas experiencias satisfactorias y lúdicas promueven la resiliencia, ya que propician el desarrollo de la creatividad al abrir la posibilidad de interpretar y experimentar soluciones nuevas, inesperadas a los problemas que surgen durante el juego. El juego entrena la capacidad de pensar con flexibilidad y creatividad ante las demandas cambiantes del propio juego.
El juego dinámico de la infancia exige a sus jugadores, a los protagonistas de la acción, adaptarse, en especial, en momentos de intensa emoción o de estrés, a la activación propia del juego infantil. El juego promueve la adaptación a la incertidumbre ya que en sí mismo es inesperado y uno no puede anticipar el curso que tomará.
Por lo tanto, el juego promueve e incrementa la versatilidad cognitiva y emocional, en especial en momentos de pérdida de control y máximo estrés. Si en aquellos instantes donde parece que no hay salida y la creatividad le da un giro inesperado al juego que emociona y frustra, la propia dinámica del juego exige manejar esas emociones; además de continuar con el entramado del juego, por momentos divertido y en otros quizás atemorizante.
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Implicaciones sociales del juego
Uno de los juegos a los que se le ha dedicado más atención es el juego de roles. Este juego nos lleva a jugar, a soñar a ser héroe, villano, bombero, maestro, ladrón. Mediante la interpretación de personajes, de roles diferentes los niños pueden desarrollar la empatía.
La empatía es esa habilidad de ver y experimentar el mundo desde los ojos y los zapatos del otro, desde el compañero de juego, que puede ser en ese mundo creado, un enemigo atroz o un fiel aliado.
A lo largo de esta interacción del juego, el niño aprende a descubrir las motivaciones de los otros, a comprender otras perspectivas y necesidades y tenerlas en cuenta en su interrelación.
Los estudios y las investigaciones realizadas sobre el juego han evidenciado la relación existente entre el juego y la capacidad para regular y controlar la conducta. Los niños preescolares que juegan más o a juegos más complejos obtienen puntuaciones más altas en varias variables asociadas a la autorregulación (Fantuzzo, Sekino y Cohen, 2004).
La autorregulación, el autocontrol están relacionados con la capacidad de calmar pensamientos y emociones o controlar sentimientos, impulsos o conductas. Y la capacidad de autorregularse se asocia positivamente con una buena competencia social y académica en la infancia.
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Una base sobre la que crecer emocionalmete
Entre las mayores ventajas del juego nos encontramos con la posibilidad de crear innumerables experiencias cargadas de emociones positivas, júbilo, satisfacción, orgullo, alegría. Estudios como el de Carlson y Masters han mostrado el papel tan relevante que tienen las emociones positivas ante las experiencias negativas posteriores. Las emociones positivas se comportan como un agente protector generando un efecto de alivio ante las experiencias y emociones negativas posteriores.
Así pues, tener experiencia donde se vivencian emociones positivas incrementa la posibilidad de emitir respuestas de afrontamiento ante la adversidad. (Tugade, Fredrickson y Barrett, 2004).
Y como no podía ser de otro modo, la investigación evidencia lo que el cuerpo sabe y a veces las costumbres de crianza niegan y es que el juego promueve aspectos prosociales, sociales, cognitivos y emocionales del desarrollo del niño, en especial cuando los adultos participan en el juego de sus hijos, Fischer (1992).
Conclusión
Juguemos, que jueguen, rían, salten, lloren y permitamos que la energía del jubilo y la vida se transmita por todo su cuerpo e inunde las casas y los parques.
Vitaliza Psicología De La Salud
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Centro de Psicología
Sí, juguemos, promovamos juegos con nuestros hijos que impliquen interacción, conexión, riesgos, desafíos, reglas, paciencia y también No acción. Momentos de aburrimiento, sin nada que hacer, sin nada que ver, sin dar a ningún clip, y facilitemos que el tiempo transcurra.
Busquemos tiempos sin pantallas y sin tecnología donde se descubran y conecten entre ellos y con los adultos ahí presentes. Estemos presentes sin ser omnipresentes.
Autora: Cristina Cortés Viniegra, Directora de Vitaliza Psicología de la Salud. Psicóloga especialista en Infanto Juvenil.