¿Alguna vez has considerado que la vida parece una cadena de situaciones dolorosas? ¿Con qué frecuencia escuchas a alguien decir que la Vida es difícil e injusta, a la que solo sobreviven los más fuertes?
Pues bien, seguro no son pocas; y tal vez, tú puedas cuestionarte alguno de ellos pronto, motivo por el cual comparto esta reflexión pensada para ser de utilidad en dichas circunstancias.
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Las situaciones trágicas
Las circunstancias trágicas en la vida, como la falta de tiempo, el sufrimiento, o la muerte, son muchas veces motivo de huida cuando se trata de hacerles frente y aceptarlas, buscando múltiples maneras (cada vez más desconcertantes y radicales) de evitarlas.
Sin embargo, en ocasiones no será posible escapar de ellas, pues son parte inherente de nuestra humanidad y ante ellas debemos dar una respuesta y posicionarnos.
Viktor Frankl decía que cada época tiene su psicopatología y su debida psicoterapia, y en la actualidad, parece que las psicopatologías reflejan intentos cada vez más intensos de evitar ser conscientes de nuestra vulnerabilidad.
La incertidumbre de la toma de decisiones, el precipicio del vacío radical de nuestra libertad y finitud... a este vertiginoso malestar se le conoce como falta de sentido o vacío existencial.
Y es que, a lo largo de nuestra historia como humanidad, las preguntas existenciales más agobiantes y angustiantes van permeadas de alguna de estas tragedias o situaciones límite, las cuales no son un invento de eminentes filósofos, médicos o psicólogos, sino que son evidencia de nuestra condición existencial.
En este apartado señalaré algunas de ellas, pero aclaro que no son las únicas; tengo como finalidad comenzar una reflexión sobre un tema que, por desconcertante, solo puede mirarse en espacios de tiempo, pero su reflexión puede cambiar la configuración de nuestra Vida en totalidad. Nos enfocamos entonces en: el Sufrimiento, La Culpa, el Aislamiento y por supuesto la Muerte.
1. El sufrimiento
Comencemos con el sufrimiento. Se considera como una capacidad específica del ser humano, pues solo este se puede dar cuenta de manera consciente de aquello que motiva el sentir dolor (entiéndase dolor no solo cómo sensación física).
El sufrimiento permea nuestra consciencia desde las diversas dimensiones que lo constituyen; por ejemplo, desde nuestra dimensión física, con padecimientos orgánicos o una inevitable enfermedad, y desde nuestra dimensión psíquica, con la sensación y expresión de emociones intensas como el miedo o la tristeza, pero también de nuestra dimensión espiritual, donde nuestra consciencia se ve confrontada ante dilemas y situaciones trágicas de la vida (por ejemplo, tomar consciencia de la muerte inevitable de nuestros seres queridos).
Aunque, además de la expresión desde nuestra constitución antropológica, también existe otra dimensión importante de nuestro sufrimiento humano; me refiero con ello al contexto histórico y social: la pobreza, la desigualdad, la segregación, la violencia, entre muchas más.
El sufrimiento implica la aceptación de la realidad ante cualquiera de sus expresiones y limitaciones. Curiosamente, permite continuar en un mundo que, a pesar de lo devastador de las experiencias, posibilita una libre actitud para hacer frente a las circunstancias, aquí se apela a la libertad máxima que nos caracteriza como seres humanos.
Parece que el sufrimiento puede ser una especie de recordatorio, no solo de nuestra vulnerabilidad y finitud, sino también de las aptitudes y capacidades que nos conforman, pues en situaciones límite de nuestra existencia tenemos la ineludible pero necesaria invitación de atrevernos a sufrir por aquello que fue valioso y significativo; en pocas palabras, “aquello por lo que vale la pena sufrir”.
Como se puede notar, la expresión "sufrible" tiene dos connotaciones: el sufrimiento valioso y el innecesario o neurótico. El sufrimiento neurótico es aquel que carece de valores y significado de un “para qué” sentirlo, es repetitivo, compulsivo y sin una clara finalidad.
Por otra parte, el sufrimiento valioso tiene como sustento los valores. Pero no hablo de valores morales o sociales, sino de valores personales, aquello que es valioso para ti (convicciones que dotan de sentido tu vida, y clarifican aquello por lo que vale la pena tu dolor y sufrimiento). Sé que lo anterior suena sencillo e incluso poético, sin embargo, es todo menos agradable vivirlo, pero es fundamental no olvidar lo necesario que es, no solo por aquello que motiva tal sufrimiento, sino principalmente porque este tiene una finalidad, un sentido, y es tarea de cada uno de nosotros poder responder aquella pregunta que parece plantearnos ante cada desafío, un “para qué sufrir”.
No olvidemos que no somos solo seres desde el saber, sino que también somos seres dolientes y la integración en consciencia de estas experiencias es lo que nos permite sabernos seres humanos.
Cuando el sufrimiento tiene un sentido, requiere de nuestra humanización, y solo la expresión del mismo hace honor aquellas experiencias, personas, sentimientos y circunstancias que valieron la pena de ser vividas; cuando algo de las mismas provoca dolor, el permitirse sentirlo es honrarlas con plena consciencia de que su vivencia fue importante, y cuando estas experiencias y vínculos valiosos dejan de ser o estar, vale la pena significarlas y valorarlas a pesar del dolor en ocasiones insoportable que puedan provocar.
2. La culpa
Por otra parte, la culpa también es una característica de nuestra humanidad; nos muestra como seres falibles, imperfectos e incompletos.
Como lo expuse al inicio, los seres humanos tenemos la posibilidad de construir y diseñar nuestro destino a partir de nuestra libertad y responsabilidad, por medio de nuestras llamadas decisiones. La culpa es el resultado de actuar de manera incongruente a partir de nuestra libertad, es una decisión libre y por lo mismo inexcusable e incambiable.
La culpa es una cara más del sufrimiento, pero está provocada por elecciones propias. Nos recuerda nuestra finitud pero también lo falibles que pueden ser nuestras acciones. Además, tiene como consecuencia el prestar mayor atención a nuestro pasado desconectándonos del aquí y ahora y por supuesto de nuestro proyecto en aras a un futuro inmediato, ejerciendo en el ser que adolece esta situación límite acciones destructoras, innecesarias y cíclicas que solo aumentan la sensación de culpabilidad.
3. El aislamiento
Curiosamente la culpa es autodestructiva cuando no es canalizada y al evitar afrontarla se intensifica, llevando a la persona a un aislamiento existencial, apartándose del mundo, pues el círculo vicioso de la culpa lleva como raíz una verdad en ocasiones no compartida ni expresada.
Sin embargo, la culpa también posibilita nuestra consciencia, pues permite observar la capacidad que los seres humanos tenemos para responder a la vida, permitiendo mayor responsabilidad ante nuestra libertad en el mundo; esta consciencia puede obtenerse a partir del arrepentimiento y enmendar el daño provocado.
4. La muerte
Ahora bien, falta hacer mención de una tercera situación y tal vez la más trágica a la que estamos condenados, la muerte. Relacionada con ella está la mayor pregunta que la vida ha lanzado a los seres humanos, y hasta el momento es tarea personal dotar de respuesta (o no) a este cuestionamiento de nuestra existencia.
¿La muerte es la conclusión permanente de nuestra dimensión física y psíquica así como de la expresión espiritual del ser humano? Verlo de esa manera sería decir que somos seres diseñados para morir; sin embargo, me parece que más bien, somos seres “a pesar de la muerte”, pues es a partir de la posibilidad misma de sabernos mortales, que tomamos una actitud ante ella, es la expresión máxima de nuestra concepción del mundo.
Es humano y es parte de su habilidad para responder, el poder elegir cómo vivir, pero también la manera en la que el ser humano significará su muerte y la de los demás, pues desde esta mirada, cada quien será responsable de descubrir su propia muerte.
Lo anterior me lleva a reflexionar sobre la importancia de no olvidarnos de dotar un significado propio a nuestra finitud para poder desvelar nuestro sentido en la vida. Son preguntas que van de la mano de la respuesta que les brindemos, pues una vida que carece de una dirección hacia un “dónde” queremos llegar y un “para que” debemos llegar, solo carece de sentido y su arenoso sustento es solo vacío.
La muerte tiene un valor imprescindible para cada una y uno de nosotros, pues, si no existiera esta relación, si no fuéramos seres en finitud, no sería necesario exigirnos responder a las preguntas que la vida misma nos lanza, porque tendríamos tiempo infinito para atenderlas. Sin embargo, el que no sea así es lo que permite a la vida misma dotarla de respuestas significativas.
El reto de la incertidumbre
Si todo lo anterior, no te parece lo suficientemente trágico, debo clarificar y recordar que todos los elementos que hemos visto van impregnadas de una tragedia mucho más adherida: la incertidumbre.
Aunque sabemos que todas y todos, por lo menos una vez en la vida, afrontaremos cada una de las situaciones trágicas de nuestra existencia (como mínimo las aquí señaladas), es imposible saber cuándo, dónde, cómo, por qué y el para qué. Lo único que sí podemos tener claro es que cada vez falta menos para su llegada.
Si la vida es así de agobiante y trágica, ¿existe alguna solución o alternativa que nos permita afrontar esta realidad de una mejor manera? Sé que he compartido aspectos sombríos y duros (más cuando son todos en un mismo análisis) sobre aquello que motiva a una persona hacer frente a sus circunstancias; me parece importante que no olvidemos que la vida también es en ocasiones sombría y dolorosa, pero a pesar de ello vale la pena de ser vivida.
Y tal análisis por mi parte surge considerando que, desde mi experiencia profesional, muchos consultantes no llegan en búsqueda de ayuda psicológica o psiquiátrica profesional motivados solo por un problema al que no encuentran solución, sino que también, muchos han llegado motivados por la intensa angustia producto de la toma en conciencia de su finitud, de sus dolores, de su vulnerabilidad y principalmente de la complejidad que significan las preguntas sin respuesta y ante las cuales deben responder.
Esta situación se complica cuando el consultante confunde la tensión y dilema de su existencia como sinónimo de enfermedad o malestar, pues en ocasiones, la sintomatología con la que suele acompañarse esta experiencia es confundida con los criterios clínicos de las llamadas psicopatologías.
Por ello es fundamental realizar un análisis adecuado y personalizado que permita identificar lo que motiva estos modos de expresión, clarificar tanto las manifestaciones psicológicas (como emociones exacerbadas, cambios abruptos de hábitos, ansiedad, rigidez de pensamiento, etc.) como también los síntomas psicosomáticos que se manifiestan a través del cuerpo (por ejemplo, cambios en los hábitos del sueño, temblores, dolor de articulaciones, malestar gastrointestinal, o fatiga, entre otros); son parte de los indicadores que suelen confundirse con algún tipo de trastornos.
Si los síntomas son motivo de tales cuestionamientos y situaciones límite que nos llevan a cuestionar nuestra existencia, no necesariamente son parte de una psicopatología, por el contrario, pueden ser la expresión inmediata y auténtica de nuestra consciencia. Sin embargo, es importante atender y trabajar estas manifestaciones debido a lo incapacitante que puede resultar, y también permitir un afrontamiento de la realidad de manera profunda, cuidadosa y segura que posibilite una actitud existencial que fomente la capacidad para responder, permitiendo mejoría en la calidad de vida de la persona.
Lewis Alcántara
Lewis Alcántara
Especialista Psicología Clínica y Filosofía
Como psicólogo clínico y filósofo, considero y compruebo que es un privilegio de nuestra profesión el tratar de mirar más allá de lo visible a los ojos, poder intentar permitirnos con apertura y humildad acercarnos a la experiencia más humana de cada una y uno de nuestros consultantes, y de lograrlo. Sus vivencias nos llenan de significado vital ante nuestras propias decisiones; a pesar de la tragedia, dotan de humanidad nuestra existencia. El privilegio es tener el permiso y confianza de aquella persona que sufre, al permitirnos acompañar y descubrir en conjunto la experiencia que tales circunstancias le confieren a su existencia.
¿Estás dispuesto en permitirte vivir la experiencia de analizar tu existencia a pesar de sus constantes trágicas?