El organismo tiende a buscar el equilibrio, tanto fisiológico como mental. Cuando tomamos una droga, al principio nos sentimos felices, desinhibidos. Sin embargo, pasado un rato, y tras dejarla, vienen las emociones negativas, el dolor de cabeza, en definitiva, sensaciones aversivas.
Lo mismo sucede cuando estamos en compañía de alguien. Al principio todo es alegría pero, pasado un tiempo estando con esa persona, si nos separamos de ella o la perdemos, nos sentiremos terriblemente vacíos y tristes.
La teoría del proceso oponente trata de explicar estos fenómenos, es decir, cómo la presentación de un estímulo al principio implica unas emociones y, pasado un tiempo, causa otras. Veámoslo un poco más claro a continuación.
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La teoría del proceso oponente
La teoría del proceso oponente, aplicada a las emociones y motivaciones, fue elaborada por Richard Solomon y John D. Corbit en 1978. Este modelo tiene sus orígenes en los procesos oponentes de Ewald Hering, aunque Hering hacía uso de este término para explicar la percepción visual humana.
Mirándolo muy por encima, Hering sostenía que la percepción visual se fundamentaba en la activación de conos y bastones del ojo de forma antagónica. Sin entrar mucho en detalle, sus ideas permitirían entender por qué cuando miramos un objeto de un color concreto, pongamos verde, al apartar la mirada tras un largo tiempo y mirar hacia una superficie blanca o negra vemos el color contrario, rojo.
Solomon y Corbit trasladaron esta idea a la psicología de las emociones y la motivación. En la teoría del proceso oponente trata de explicar por qué, cuando se nos presenta un estímulo que despierta algún tipo de emoción, con el paso del tiempo se nos despierta una emoción antagónica a la primera. Es decir, tiene como objetivo explicar el proceso que sigue una respuesta afectiva ante un estímulo, que puede ser tanto aversivo como placentero, desde su aparición hasta su desaparición.
Así, de acuerdo con el modelo, la presentación de un estímulo implica la activación de un mecanismo de proceso oponente. Al principio, un estímulo nos despierta una respuesta afectiva, pongamos que positiva. Pasado un tiempo, el organismo, con tal de recuperar la homeostasis emocional, activa una segunda respuesta, de símbolo contrario a la primera.
Para que se entienda. Imaginémonos que nos tomamos una cerveza. El alcohol nos produce, al principio, una emoción positiva: estamos alegres, desinhibidos y somos más sociables. Sin embargo, una vez acabada la lata y pasados unos cuantos minutos, empiezan a venir algunas sensaciones que, aunque no muy graves, son molestas, como un ligero dolor de cabeza o “la bajona”. Con este ejemplo podemos ver que al principio se ha despertado esa emoción positiva pero, después, ha venido una negativa, contrarrestando a la primera.
Supuestos del modelo
La teoría del proceso oponente se basa en los siguientes tres supuestos.
El primero es que las respuestas emocionales tienen un patrón bifásico. Es decir, nos encontramos con que, tras darse estas respuestas ante la presentación de un estímulo, le viene acompañada otra respuesta emocional, pero de signo contrario al de la reacción primaria.
El segundo supuesto es el de que la reacción primaria, sea positiva o negativa, va perdiendo fuerza a medida que pasa el tiempo de contacto con el estímulo que ha desencadenado esta respuesta.
El tercer supuesto es que la pérdida de intensidad de la primera respuesta emocional se ve compensada con el aumento de la reacción opuesta. Es decir, a largo plazo, la emocionalidad del sujeto recupera el equilibrio.
La reacción primaria va perdiendo fuerza a medida que pasa el tiempo de contacto con el estímulo que ha desencadenado esta respuesta. La pérdida de intensidad de la primera respuesta se ve compensada con el aumento de la reacción opuesta.
Proceso A y proceso B
Ante la presentación de un estímulo que elicita respuestas emocionales, tenemos dos procesos diferentes.
El primer proceso, que es el que hace que la persona se aparte de la neutralidad emocional, es el proceso A o proceso primario, es decir, la primera respuesta emocional. Es, en sí, el efecto directo que despierta el estímulo afectivo, sea una sustancia como lo son las drogas o la presencia de un ser querido. Posteriormente, se da el proceso que contrarresta la acción del primero, llamado proceso B o proceso oponente.
Si se resta la fuerza del proceso B a la fuerza del proceso A obtenemos, como resultado, la expresión emocional visible, es decir, la reacción emocional observada externamente por el individuo. Aunque al comienzo del proceso B la emoción oponente tiende a ser más débil que la del proceso A, a medida que la exposición al elicitador se hace más continuada, el proceso B va ganando fuerza, siendo capaz de contrarrestar la reacción emocional primaria.
Exposición inicial y breve
Cuando se presenta por primera vez un estímulo, el proceso A surge de manera independiente, sin venir acompañado del proceso B. Es en esta primera fase que la primera reacción emocional alcanza su máxima intensidad, dado que no hay nada que la neutralice. Tras esto, empieza a emerger el proceso B, oponiéndose al proceso A, aunque al principio no tiene mucha fuerza.
Si se retira el estímulo que inicio la respuesta, el proceso A se detiene, pero no así el proceso B, que permanece un tiempo. Es entonces cuando se puede observar por primera vez la respuesta del proceso oponente, denominado, también, post-reacción afectiva, conllevando emociones opuestas a las observadas en el proceso primario. Si la exposición al estímulo ha sido breve, el proceso B se dará con muy poca intensidad, lo cual no permitirá que dicha post-reacción afectiva sea demasiado aversiva.
Para comprender mejor esta idea, imaginémonos a una persona que fuma un cigarrillo por primera vez. Es posible que este primer cigarro le desencadene alguna sensación positiva y, cuando se lo haya acabado, le genere molestias poco importantes como ligero dolor de garganta, un poco de nerviosismo y mal sabor de boca.
No es, todavía, fumadora, con lo cual dejar de fumar el cigarrillo no le despierta, neurológicamente hablando, las ganas de consumir. El proceso B es débil, implicando muy poco “craving” o necesidad de tomar otro cigarro.
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Exposición prolongada al estímulo
Como hemos visto, el proceso B va tomando fuerza a medida que va pasando el tiempo de contacto con el estímulo. Si el estímulo se ha presentado por más tiempo, el proceso B tarda más tiempo en disminuir.
Es decir, a medida que aumenta el tiempo de exposición al estímulo concreto, aumenta también la capacidad del proceso oponente de compensar la reacción primaria. Como consecuencia de ello, la post-reacción afectiva también será mayor una vez eliminemos el estímulo elicitador.
Volviendo al caso del tabaco. Imaginémonos que, en vez de fumar por primera vez, lleva años fumándose un paquete diario, pero ha decidido dejarlo. El dejar de fumar de forma brusca hace que el proceso A desaparezca y deje paso al proceso B, con mucha intensidad.
Es aquí donde se darían los típicos síntomas que presentan las personas fumadoras que lo están intentando dejar, como irritabilidad, nerviosismo, mal humor, falta de concentración… Al haber estado expuesta al estímulo tanto tiempo, dejar de estarlo activa todo este proceso.
Aplicaciones prácticas de la teoría
Entendida la teoría, se la puede relacionar con dos casos muy estudiados en psicología.
1. Adicción a sustancias
Como ya hemos visto, a primera vez que se consume una droga, ésta induce un proceso primario o A que conlleva una serie de efectos variados, en función de la droga en sí.
En este punto, en el que se acaba de consumir la sustancia, el proceso oponente aún no es capaz de equilibrar el organismo contrarrestando el proceso primario, con lo cual la droga nos causa los efectos deseados, los efectos placenteros.
Si es la primera vez que se toma la droga o no se ha estado demasiado tiempo expuesto a ella, no habrá post-reacción afectiva o, al menos, esta no será muy intensa.
Pero ocurre el caso contrario cuando el consumo de sustancias es continuado. Al estar expuesto por más tiempo, el proceso oponente ya ha tomado una fuerza notable, suficiente como para poder llevar al organismo al equilibrio.
Si en este momento eliminamos el estímulo elicitador, es decir, la droga, el sujeto se verá sumergido en una serie de síntomas indeseados, lo que denominamos abstinencia.
Para evitar la abstinencia en un consumidor habitual de droga, aunque depende, claro está, del tipo de sustancia que consuma, la solución más sencilla y plausible es la administración de la sustancia, pero de forma cada vez más reducida, abandonarla paulatinamente.
Con esta nueva administración se activará un proceso A o primario, agradable, que irá acompañado de un proceso B u oponente, menos intenso y aversivo, una post-reacción afectiva que no implicará abstinencia.
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2. Duelo
La teoría del proceso oponente se puede aplicar también al duelo. En este proceso, que se puede dar tanto ante la muerte de un ser querido como en una ruptura de pareja o la pérdida de una relación cualquiera, se puede ver la aparición del proceso B, echando de menos a la persona que se ha ido.
Desde el primer momento en el que conocemos a una persona que nos ofrece algo emocionalmente importante, sentimos emociones positivas, como alegría, satisfacción sexual, calidez...
En esta fase de la relación, la post-reacción afectiva es débil, pero, también, al haber habido por exposición a esa persona, que es un estímulo elicitador de emociones, la ruptura de la relación no sería algo tan grave.
Sin embargo, si la relación continua en el tiempo, la exposición continuada a la presencia de la persona se vuelve como una droga. Estamos expuestos a él o ella y, si de repente se va, se desencadena el proceso B, con emociones negativas.
Referencias bibliográficas:
- Vargas R., Jiménez R.. (2018) La teoría del proceso oponente como modelo para explicar las adicciones . Rev Elec Psic Izt.;21(1):222-236.
- Domjan, M. (2007). Principios de aprendizaje y conducta. Madrid: Thomson.
- Pellegrini, S. (2009). Efectos de incentivo en las respuestas de consumo de agua azucarada en ratas: una interpretación en términos de la teoría de procesos oponentes. En I Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Facultad de Psicología – Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
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