En un momento de abundancia y autocomplacencia, de solaz y disfrute de las apetencias más exóticas, de viajes a voluntad y deseos cumplidos con un chasquido de dedos, en un mundo supuestamente global donde hasta la psicología había entrado en el camino del bienestar a corto plazo, con técnicas como el Mindfulness, tan antiguas y tan modernas, con la aspiración única de estar “todo zen”, llama a nuestra puerta un visitante inesperado, de nombre extraño y código anexo numérico, propio de los tiempos computacionales en los que vivimos.
Pero este amiguito viene de otros planos, no entiende de tecnología ni de economía, no sabe que existen instituciones tan importantes como las naciones, y diseños textiles tan arrebatadores como las banderas de dichas naciones. No sabe que somos una sociedad evolucionada, una civilización que ha creado algo tan inimaginablemente maravilloso como la democracia, o la dictadura, que para todo hay gustos.
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La llegada del virus
Resulta que este individuo es de una clase diferente, ni media, ni alta, ni baja. Proviene de una estirpe muy antigua, anterior a todos los desarrollos humanos hasta ahora conocidos y antes mencionados. Al parecer, nos dicen los expertos, se trata de un virus. Resulta que su familia fue de las primeras que aparcaron en nuestro planeta, y que los virus en plural fueron una de las primeras manifestaciones de vida en nuestro mundo.
Curioso, no esperábamos esta visita. Algunos científicos nos hablaban ya hace un tiempo de algo llamado pandemia, un nombre un tanto ignominioso y con mala imagen. Pero bueno, al fin y al cabo, ¿qué es un ser microscópico, traiga pandemias o cualquier otra consigo, para que una civilización de nuestra altura y tecnología se asuste?. Tenemos ciencia, tenemos recursos, tenemos política y sobre todo tenemos dinero, alguien hará algo y todo seguirá igual.
Pero este nuevo amigo no ha sido presentado, no conoce las virtudes de nuestro sistema ni entiende la perfección de nuestras defensas. Solo nos trae un mensaje sencillo, “sois vulnerables”. Nos habla en un lenguaje directo y sin ambages de la enfermedad y la muerte. No es culpa suya que hayamos tardado en comprender el mensaje, si es que hemos entendido algo.
Efectivamente, cada país, cada sistema político, sin entender de ideologías ni de fronteras, ha tardado en reaccionar. Todos hemos creído al principio que era cosa de otros, o bien países lejanos, o bien países pobres sin cobertura sanitaria como en ocasiones anteriores. Pero no, esta vez nuestro amigo ha entrado en nuestras sacrosantas moradas de occidente, sin entender que nosotros somos superiores, distintos.
Y por primera vez, desde hace mucho tiempo, ha llegado hasta nosotros una terrible sensación, no por más conocida menos bienvenida; el miedo. De pronto la enfermedad y la muerte acecha literalmente en cada esquina, incluso en nuestro mejor amigo o a fuerza de ser sinceros en nuestra nueva amante. Las manos no pueden tocar nuestra cara, y nuestros abrazos no pueden ilusionarse con los cuerpos de los que queremos. Nuestro mortal amigo está ahí. En todas partes y en ninguna.
También literalmente, los líderes de nuestra especie no saben por dónde les da el aire. Actúan, seguramente con buena voluntad, por ensayo y error, al igual que ha hecho nuestra especie desde que nos bajamos de los árboles en un intento de ser algo más que monos.
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El miedo y la evitación
En psicología hablamos siempre del miedo como herramienta vinculada a casi todos los traumas que nos toca vivir. Y entendemos que el afrontamiento consciente del miedo es el mejor camino para el abordaje de dichas heridas psicológicas.
El Mindfulness en este caso es un abordaje precioso para conocer el origen, las causas, el devenir y las consecuencias de nuestras experiencias de vida. Hablamos de atención plena, de vivir el momento presente, de ver las cosas como son. Y uno se pregunta, ¿estamos viviendo esta pandemia en atención plena?
El virus nos trae un aviso, la incertidumbre, el no saber, el no controlar. Y esto dispara a nivel planetario la consecuencia de todos sabida; el miedo. Pero he aquí que nuestra respuesta, pergeñada de los miedos más atávicos, en vez de mirar de frente el problema, tomamos la senda evitativa, al igual que hacemos con nuestros problemas cotidianos.
¿Tan difícil es “ver las cosas como son” que diría el maestro? Al parecer sí. El miedo ciega nuestra percepción, nuestra reflexión y hasta nuestro corazón.
¿Tan difícil es de entender que el mensaje de este querido enemigo es planetario, global y que la respuesta a su desafío solo puede ser del mismo nivel; planetaria y global? ¿Podremos mirar por una vez más allá de nuestras pequeñeces en forma de miedos y ambiciones? ¿De verdad creemos que una respuesta local, en nuestro pequeño trocito de planeta tierra va a salvar nuestra economía, cuando esta se hunde en todo el mundo? ¿Alguien en su sano juicio cree que se va a librar de la pandemia de manera individual ante una amenaza que inunda los cinco continentes?
Triste la condición humana que, ante el pavor de la enfermedad y la muerte acechante, inaprensible, incontrolable, se refugia en una búsqueda absurda de culpables, ya sean políticos o científicos, abraza gurus descerebrados que prometen tierras prometidas, y maldice y señala hasta los poquitos valientes, los sanitarios, que están en primera línea de combate y a los que queremos en nuestras vidas. Aplaudimos desde los balcones si, agradecemos su valor sí, pero por favor, que se alejen de nuestro portal, o no se crucen demasiado en nuestras vidas.
Las lecciones de esta visita no deseada son diáfanas: la política ha perdido el contacto con la realidad, la ciencia ha mostrado sus limitaciones y la sanidad ha mostrado sus carencias. Pero sobre todo la naturaleza, virus incluido, ha explosionado con una fuerza desconocida con un susurro que nos dice, “no sois únicos, ni imprescindibles, sois vulnerables y, si os hacéis a un lado, la vida continua, florece por doquier, business as usual, que diríamos nosotros”. Nadie nos va a echar de menos.
Concluyendo
Ojalá entendamos el mensaje del virus. La sanidad, el clima, la energía, después de este escenario, son desafíos globales, y si lo viviéramos desde la atención plena nadie dudaría que necesitan una respuesta global.
La globalización no puede ser solo económica en el sentido de buscar el máximo beneficio deslocalizando la producción, sino tiene que ser una respuesta solidaria y sostenible a nivel planetario.
En definitiva, el miedo vestido de ambición, envidia, avaricia, arrogancia, intolerancia debe dar paso a la consciencia expresada en forma de comunicación, solidaridad, sostenibilidad y, sobre todo, no olvidar nunca la humildad de reconocernos como parte de esa naturaleza que ha resurgido ante nosotros, acompañemos su danza, hagámonos uno con su esencia.
Esta y no otra, es la nueva forma de intervención terapéutica, que más allá de abordajes y protocolos, debería consistir en enseñar a vivir y a acompañar de una manera diferente. Este al menos es el reto de Vitaliza y todo su equipo.
Autor: Javier Elcarte Psicólogo, Fundador y Director de Vitaliza