A veces es descorazonador ver cómo algunos de nuestros clientes más brillantes y capaces llegan a consulta con su vida casi destruida.
Y casi todos ellos tienen algo en común: han sido víctimas de la crueldad gratuita, aunque como veremos a lo largo del artículo, en realidad, la crueldad casi nunca es gratuita.
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¿Qué entendemos por crueldad?
Si definimos como crueldad el placer que se obtiene al hacer daño a alguien, podemos dejar de lado las agresiones físicas, verbales o morales que tienen un carácter puramente funcional, como serían las dirigidas a obtener beneficios económicos o una mejor posición en el entorno laboral.
La crueldad de la que vamos a hablar aquí es la que abarca la mayor parte de las agresiones que vemos en el día a día, que suelen obedecer a motivos más inconscientes. Y es importante que conozcamos el tema porque uno de los mayores problemas que encuentran nuestros clientes es que se sienten víctimas de ataques y no saben por qué.
Gran parte de la literatura psicológica atribuye estos comportamientos a las tendencias naturales de psicópatas o perversos narcisistas, pero si esto fuera así, afectaría únicamente a una pequeña parte de la población. Pero lo cierto es que la realidad diaria que nos encontramos es muy diferente.
Vemos continuamente cómo personas normales realizan ataques, a menudo desde el anonimato, dirigidos a mermar la autoestima y el bienestar de otras personas que, al menos en apariencia, no han hecho nada para merecerlo. Y la mayor parte de las veces, se debe a una profunda sensación de inadecuación o inferioridad de las personas que realizan los ataques.
A menudo, a nivel inconsciente, perciben a su víctima como superior en algún aspecto: físico, intelectual o emocional. Ven a la otra persona como más atractiva, inteligente, creativa, feliz, afortunada… y no pueden soportarlo. Porque lo cierto es que a nadie le gusta sentirse inferior.
Es muy importante entender que estas diferencias a menudo sólo están en la mente del agresor, que no son reales. Pero lo cierto es que la estrategia de estas personas es menoscabar la calidad de vida de la otra persona para sentirse ellas mismas superiores.
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Formas de ataques
Se puede atacar el físico, la autoestima, las relaciones o cualquier otro elemento importante de la vida de esa persona. A menudo los ataques pueden ser anónimos, como en los casos de ciberacoso o la maledicencia.
Otras veces pueden ser ataques directos cuando se percibe la indefensión de la otra persona. Se pueden utilizar lazos personales, familiares, el nivel de confianza, la posición social o el contexto concreto en el que se sabe que la reacción de la otra persona se ve dificultada.
Generalmente este tipo de agresiones se realizan en un contexto de impunidad en el que la víctima no quiere, no puede o no sabe defenderse. Por eso, a menudo, una situación de debilidad permanente o transitoria favorece este tipo de ataques.
Pero otras veces, la motivación es diferente: a veces, lo que el agresor pretende es únicamente descargar su propio nivel de tensión y agresividad volcándolo en otra persona que se le pone a tiro. Y hay que reconocer que si de algo anda sobrada nuestra sociedad es de agresividad y tensión, por lo que cualquier persona puede convertirse en victimario en un momento concreto.
Una tercera motivación es la creación de pirámides sociales, incluso en contextos de relaciones de cualquier tipo. Al empujar a una persona a la parte baja de la pirámide, automáticamente el agresor se sitúa en un lugar preeminente, con lo que ve su autoestima reforzada a costa de la de otra persona.
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Los efectos de esta crueldad
Si estos procesos se realizan de forma inconsciente, el bienestar psíquico del agresor no es problema, porque mediante el conocido mecanismo de la autojustificación, siempre se encontrarán motivos plausibles para que la víctima reciba los malos tratos: se le atacará por ser demasiado presumida, estúpida, inocente, rica… siempre desde el punto de vista del agresor, eso sí. Todos estos juicios revelan, en realidad, las carencias de la persona agresora.
Pero no olvidemos que también hay personas (y no son pocas) que son perfectamente conscientes de lo que están haciendo y disfrutan del proceso de destrucción sistemática de otras personas.
Si las agresiones se van sucediendo en el tiempo, sobre todo si comienzan en la infancia, llegarán a tener un carácter acumulativo que irá deteriorando la estructura psíquica de la persona y haciendo que la organice en torno a mecanismos defensivos, uno de los cuales puede llegar a ser el de convertirse en agresor para no ser agredido.
Por último, es interesante recordar que los agresores no suelen acudir a terapia, porque, o bien no son conscientes del proceso, o bien sí son conscientes pero no quieren renunciar a este tipo de estrategia, ya que les aportan numerosas ventajas sociales y emocionales.
A menudo, los clientes que acuden a terapia se sienten mal, sienten que su mundo se viene abajo, pero no son conscientes de lo que han vivido y lo que todavía continúan viviendo.
Es necesario un proceso de reconstrucción de la vida de la persona, de sanación de heridas psíquicas, de descubrimiento de los auténticos deseos y motivaciones de las personas.
Y sobre todo, es necesaria una toma de conciencia de la auténtica valía, de los talentos y capacidades.
Y se puede decir, sin lugar a dudas, que cuando alguien decide reconstruir su vida, los resultados merecen siempre la pena.