Los seres humanos tenemos una predisposición a sentirnos solos de vez en cuando, sea como sea nuestra vida, seamos introvertidos o extravertidos. Esto es así porque somos animales sociales, y es muy fácil que en un momento dado suframos malestar por no poder conectar con alguien todo lo que desearíamos. Es normal.
Sin embargo, el sentimiento de soledad puede verse acentuado por fenómenos sociales, y eso es justamente lo que está ocurriendo en las últimas décadas. De hecho, desde los años 80 el número de estadounidenses que afirman no tener ningún amigo cercano se ha triplicado, y la respuesta más común ante la pregunta "cuántas amistades verdaderas tienes?" es "cero".
Esta tendencia también ha sido hallada en muchos otros países de un Occidente que, a pesar de haber popularizado el uso de las redes sociales, parece plantear serios problemas a sus habitantes a la hora de encontrar amistades fieles. Se trata de una auténtica epidemia de soledad.
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La escasez de amistades y sus efectos psicológicos
Lo malo de prestar tanta atención al número de amigos agregados en Facebook es que es muy fácil dejar de prestar atención a la calidad de estas relaciones. En ese sentido no resulta sorprendente que a pesar de que el año pasado la media de amigos que cada usuario tiene en su perfil de Facebook rondase los 330, la mayoría de estadounidenses manifiestan tener como máximo un solo confidente.
¿Por qué ha aparecido esta epidemia de la soledad? Hay que tener en cuenta que las críticas que suelen hacerse sobre los smartphones y las redes sociales como culpables de esto no tienen demasiado fundamento. Puede que contribuyan a maquillar este problema de falta de contacto entre personas, pero no están en su raíz. de hecho, posiblemente lo ocurrido tenga que ver con el desarrollo de una manera de pensar, y no tanto con un hábito de consumo tecnológico.
Este modo de pensar que nos aísla más del resto y hace que frecuentemos más las tibias aguas de la soledad es el individualismo y, fundamentalmente, la idea de que hay que destacar por encima de los demás. El motivo de esto es que nos hace entrar en una lógica según la cual las relaciones personales son un instrumento.
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La epidemia de la soledad y el individualismo
Imagina que eres una persona cuya principal meta es ganar poder para poder destacar por encima de la multitud.
Los anuncios de publicidad te venden ideales de belleza que puedes utilizar para distinguirte del resto. Los servicios de ocio te tientan constantemente con el concepto de exclusividad, cuyo significado es, básicamente, que poca gente puede acceder a ello, como si eso hablase acerca del valor de su producto (y por extensión de tu valor como consumidor de este). Los planes de formación empresarial hablan acerca de la importancia en equipo, pero en última instancia lo que venden es la necesidad de ser tu propio jefe e ir perfeccionándote superando obstáculos (sean los que sean) para labrarte un buen futuro. Y el discurso dominante en Internet orientado a la gente joven, por supuesto, es que lo importante es ser visible, ser alguien relevante.
Ahora pregúntate si con ese marco mental no mezclarías buena parte de tus relaciones personales e informales con ese proyecto de acumulación de poder. Un proyecto que, por otro lado, no tiene como objetivo crear buenas condiciones de vida, sino disponer de la capacidad de controlar la propia vida evitar que desde fuera nos puedan dañar. En el individualismo, incluso el objetivo que nos planteamos forma parte de la mentalidad individualista.
Todos estos aspectos del individualismo nos llevan a la misma conclusión: la vida puede ser un lugar excitante en el futuro, pero en el presente lo que te toca experimentar es una soledad prudencial. Nadie vela por nadie ni hay lazos de solidaridad porque todo el mundo trata de exprimir su vida a partir de los recursos a los que tiene acceso. Ante esta situación de emergencia constante, la construcción de amistades genuinas es algo que no tiene sentido.
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¿Qué hacer para conectar mejor con los demás?
Por supuesto, no todo el mundo es extremadamente individualista, pero eso no quita que nos contagiemos de esta filosofía a la hora de desarrollar hábitos de vida. El simple hecho de vivir en un mundo en el que esta forma de pensar es publicitada nos hace imitar sus preceptos, incluso aunque solo nos los creamos hasta cierto punto. Simplemente, todo el mundo lo hace.
Curiosamente, este simple hecho ya nos da una pista acerca de lo que podemos hacer para combatir la epidemia de la soledad: levantar ese velo de apariencias y rechazar la imposición del individualismo de manera colectiva y solidaria. ¿Cómo hacerlo? Aunque pueda sonar poco glamuroso, una buena opción es mostrar nuestras propias vulnerabilidades a los demás.
Dar pruebas de que realmente creemos en una filosofía de vida basada en los lazos de amistad y solidaridad, auténticos hace añicos la idea de que "la vida es una selva". Puede que cueste al principio (todas las pequeñas revoluciones personales y colectivas lo hacen), pero los frutos de esto pueden ser muy dulces a medida que veamos cómo, poco a poco, los demás empiezan a mirarnos más allá de la ilusión de la desconfianza.
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