¿Sabías que las expectativas que nos planteamos tienen mucha influencia? Ya se trate de las expectativas sobre nuestra propia vida o sobre cómo deberían comportarse los demás, lo que deberíamos conseguir o las decisiones que deberían tomar los demás, estas suposiciones tienen una gran influencia en la manera en la que nosotros y quienes nos rodean percibimos y nos relacionamos con el entorno, aunque no seamos conscientes de ello. En palabras del escritor estadounidense Earl Nightingale, “Nuestro entorno, el mundo en el que vivimos y trabajamos, es un espejo de nuestras actitudes y expectativas”.
Y esto, por supuesto, se refleja en todas las áreas de la vida, desde las metas que una persona se propone y las parejas que elige hasta las emociones que experimenta o los resultados académicos que obtiene. De hecho, numerosos estudios han demostrado que las expectativas que los padres y/o profesores tienen sobre el desempeño de los estudiantes puede afectar positiva o negativamente su rendimiento académico. Es lo que el psicólogo estadounidense Robert Rosenthal llamó Efecto Pigmalión o profecías autocumplidas. Un fenómeno mucho más común de lo que pensamos y que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos.
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Las expectativas, nuestra manera de prepararnos para el futuro
Las expectativas forman parte de nuestra vida, queramos o no. Empiezan a formarse a medida que crecemos, a partir de una compleja combinación de experiencias, deseos y conocimientos, y nos acompañan a lo largo de toda la existencia. De esta manera, terminamos cargando con numerosas suposiciones sobre el futuro, más o menos realistas, sobre nuestra propia vida o la vida de quienes nos rodean. Esto es así porque nuestra mente necesita hacer suposiciones para orientar nuestra conducta.
De hecho, la mayoría de las decisiones que tomamos no están basada exclusivamente en datos objetivos como solemos pensar, sino en las expectativas que tenemos sobre los resultados. Básicamente, detrás de cada decisión se esconde la confianza en que nuestras expectativas se harán realidad y tendremos los resultados que esperamos. Y esto no es negativo en sí mismo. Las expectativas nos preparan para la acción, hacen que nos anticipemos mentalmente a lo que pueda ocurrir, ayudándonos a prever un plan de acción que nos permita evitar sorpresas desagradables. El problema es que, muchas veces, esas expectativas condicionan nuestras decisiones y limitan nuestras oportunidades.
Ya se trate de expectativas propias o ajenas, a menudo las expectativas nos conducen a dar por hecho resultados cuando en realidad no son más que meras suposiciones. Así, terminamos actuando en consecuencia, aferrándonos a esa idea preconcebida como si de una tabla de salvación se tratase, reduciendo nuestro abanico de opciones y propiciando el resultado esperado, sin apenas darnos cuenta. Es lo que sucede a menudo con los niños que perciben las expectativas que sus padres, abuelos, profesores o cualquier otra persona de su entorno tiene sobre ellos y actúan en consecuencia, impulsados de manera inconsciente e involuntaria, en un intento de satisfacer la imagen que el resto tienen de ellos.
Así lo confirmaron Robert Rosenthal y Lenore Jacobson en su libro “Pygmalion en la escuela” en el que recogieron sus estudios experimentales sobre el efecto de las expectativas, específicamente en el ámbito escolar. En dicha lectura, los autores afirman: “nuestra conducta está determinada en gran parte por reglas y expectativas que permiten prever cómo se comportará tal persona en una situación dada, aunque no hayamos conocido nunca a esa persona e ignoremos en qué difiere de las demás”. Un efecto que ocurre en todas las áreas de nuestra vida, pero que es muy fácil de notar en el ámbito académico.
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Cómo influyen las expectativas en el rendimiento académico
¿Sabías que el éxito académico no sólo está determinado por la inteligencia, sino que también depende de otros factores como la curiosidad, el optimismo, la autoconfianza y las expectativas? Así lo reveló una investigación realizada por el catedrático de la Universidad de Oviedo Francisco Martín del Buey en la que analizó la influencia de las expectativas en el rendimiento académico. No obstante, no se trata de un resultado nuevo, ya en la década de 1960 el psicólogo Robert Rosenthal demostró cómo las expectativas de un investigador podían influir en el comportamiento de los sujetos estudiados y, años más tarde, analizaba el mismo efecto en el ámbito escolar.
En uno de sus experimentos más interesantes, Rosenthal y Jacobson aplicaron un test de inteligencia a un grupo de niños antes de comenzar el curso escolar para identificar a los alumnos que podrían destacar sobre el resto de la clase. Al menos esto fue lo que les dijeron a sus futuros profesores. Tras analizar los resultados les pasaron a estos una lista con los estudiantes “especiales” que tenían una capacidad excepcional para el aprendizaje y la creatividad. Sin embargo, lo que no les dijeron a los maestros es que los estudiantes de dicha lista en realidad habían sido elegidos al azar.
Transcurridos seis meses, al cabo de un año y luego, al término de dos años, los investigadores repitieron el test a los alumnos y comprobaron que, como esperaban, los estudiantes con una capacidad “especial” habían mejorado su cociente de inteligencia en comparación con el resto de los alumnos. ¿Cómo sucedió esto? Resulta que los profesores desarrollaron expectativas más elevadas sobre los estudiantes “especiales”, de manera que les proponían planes y tareas de estudio más complejas y avanzadas, mientras que al resto les presentaban actividades más sencillas y acordes con su nivel intelectual porque sus expectativas eran inferiores.
Básicamente, los profesores adaptaban el programa escolar a los niños atendiendo a las expectativas que tenían de ellos. De ahí que estimulasen más a los estudiantes que creían mejores y bajasen el listón en el caso de los niños “menos avanzados”. ¿El resultado? Las expectativas terminaban cumpliéndose como si de una profecía se tratase. Los niños con capacidades “superiores” percibían las expectativas sobre ellos, se esforzaban más y obtenían mejores resultados, mientras que los otros estudiantes ponían menos empeño en sus tareas porque las consideraban simples y poco motivadoras, lo que terminaba repercutiendo en su rendimiento.
Sin duda, las expectativas, sobre todo cuando están basadas en aspectos más subjetivos que objetivos, pueden tener una enorme e impredecible influencia en el rendimiento académico. Estas afectan de manera directa la motivación, autoimagen, autovaloración y autoestima. Creer en uno mismo o saber que los demás confían en uno puede brindar el impulso y la motivación necesarias para esforzarse más y dar lo mejor de sí, alcanzando mejores resultados. Lo mismo sucede en el caso contrario. No tener expectativas demasiado elevadas sobre nuestro desempeño o el rendimiento de nuestros hijos puede conducir a la falta de compromiso y la desmotivación, reafirmando dichas expectativas.
Sin embargo, no sólo se trata de tener expectativas bajas o elevadas, también es importante su intensidad. No son pocos los casos de padres o profesores que ponen el listón demasiado alto y tienen expectativas muy elevadas sobre el rendimiento de los niños y/o jóvenes que dan al traste con un fracaso escolar. O, por el contrario, aquellos casos en los que se tienen expectativas muy bajas que terminan en un éxito académico.
De la misma manera que unas expectativas elevadas pueden resultar motivadoras y encauzar a los estudiantes al éxito, unas expectativas demasiado altas pueden derivar en un exceso de presión y en un miedo al fracaso que, mal gestionado, no sólo puede inhibir la curiosidad y el interés en el estudio, sino también limitar la libertad de pensamiento, las habilidades cognitivas y lacerar la autoestima.
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El círculo vicioso de las expectativas y los resultados académicos: consecuencias psicológicas
No hay dudas de que las expectativas, tanto las ajenas como las personales, pueden desempeñar un rol significativo en los resultados académicos. Se trata de un elemento que puede insuflar motivación e inspiración o, por el contrario, drenarlas. Sin embargo, no sólo funcionan como un agente activador que seguidamente desaparece, sino que nos acompañan durante todo el proceso. De esta manera, unas expectativas positivas sobre los resultados académicos pueden conducir efectivamente a un buen rendimiento lo que, a su vez, refuerza dichas expectativas. En el caso contrario sucede exactamente igual.
Alimentar unas expectativas negativas sobre los resultados académicos puede afectar el rendimiento cognitivo lo que, a su vez, reafirma esas expectativas para volver al punto de partida.
Se trata de un círculo vicioso del que resulta muy difícil salir y que puede cobrar especial fuerza en los casos en los que se tienen bajos resultados académicos. En estas situaciones, la retroalimentación entre un rendimiento académico bajo y unas expectativas negativas puede generar numerosas consecuencias psicológicas que van más allá del contexto escolar y que pueden afectar a la estabilidad emocional de la persona, ya que pueden dar paso a:
1. Autoconcepto negativo
Tener unos bajos resultados académicos que se retroalimentan de unas expectativas cada vez más negativas puede afectar notablemente el autoconcepto y la autoimagen. Debido a ello una persona puede desarrollar una imagen negativa de sí misma, creyendo que no es lo suficientemente buena, inteligente, creativa o disciplinada, lo que a largo plazo no sólo repercutirá en sus resultados escolares, sino también en sus relaciones interpersonales, sus metas a futuro o sus decisiones.
2. Desmotivación
Obtener unos bajos resultados académicos una y otra vez puede hacer que una persona termine perdiendo la motivación y deje de esforzarse por mejorar. El resultado será que entrará en un círculo vicioso en el que cada vez obtendrá peores resultados y se sentirá más desmotivada. Un problema que también puede afectar otras esferas de su vida, haciendo que pierda la motivación por descubrir nuevas pasiones o buscar nuevos retos.
3. Sensación de fracaso
Los resultados académicos pueden influir en la sensación de éxito o fracaso de una persona. De la misma manera que obtener buenas notas puede generar una sensación de éxito, obtener resultados bajos puede propiciar una sensación de fracaso y hacer que una persona se sienta como una perdedora. Y de ahí a creer que también puede fracasar en otras áreas de su vida, sólo hay un paso.
4. Baja autoestima
Sentir que no somos capaces de obtener unos buenos resultados académicos también puede afectar a la autoestima. Esto ya que nos lleva a pensar que no somos lo suficientemente buenos, creativos o inteligentes. Sin embargo, el problema es que esa manera de pensar puede dañar profundamente nuestra autoestima global, repercutiendo en otros contextos de la vida cotidiana.
5. Emociones negativas
Otra de las consecuencias psicológicas más habituales de obtener bajos resultados académicos se relaciona con el equilibrio emocional. Sentir que se ha fracasado puede generar ira, resentimiento y pesimismo, pero también puede ser fuente de decepción, frustración e insatisfacción. Mal gestionadas, estas emociones pueden afectar a las relaciones con las personas del entorno, dañar la autovaloración y convertirse en el caldo de cultivo perfecto para desarrollar problemas psicológicos como la depresión.
Concluyendo...
Afortunadamente, es posible aprender a trabajar las expectativas para evitar que tengan un efecto tan profundo en nuestra vida o en la de las personas que nos rodean, de la misma manera que es posible aprender a gestionar los resultados académicos de una manera diferente para contrarrestar su impacto en otras esferas de la vida.
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A través de la terapia psicológica es posible identificar las expectativas que impiden crecer o que representan una carga añadida para las personas del entorno, modificar la manera en la que una persona se relaciona con dichas expectativas y usarlas a su favor para mejorar sus resultados académicos.
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