- Este texto es una traducción del artículo escrito originalmente aquí por Michael Muhammad Knight el 03/09/2014.
El Estado Islamista ha publicado recientemente otro horrible vídeo en el que se ve una nueva decapitación, una vez más perpetuada por un yihadista de raíces occidentales. Tal y como pasa frecuentemente, he recibido mensajes pidiendo una explicación.
Soy el yihadista que nunca llegó a serlo
Estuve a un paso de formar parte del ISIS.
Hace veinte años abandoné mi instituto católico al norte de Nueva York para estudiar en una madrassa financiada por los saudíes en Pakistán. Como recientemente converso, tuve la oportunidad de vivir en una mezquita y estudiar todo el día el Corán.
Esto sucedió a mediados de los años noventa, durante la escalada de violencia entre los milicianos de la resistencia chechena y las fuerzas militares rusas. Después de clase, encendíamos la televisión y veíamos transmisiones desde allí llenas de sufrimiento y dolor. Los vídeos eran terribles. Tan terribles que pronto me sorprendí pensando en abandonar mi educación religiosa para tomar un arma y luchar por la libertad de Chechenia.
No fue un verso que leyera en nuestros círculos de estudios del Corán lo que hizo nacer en mí las ganas de combatir, sino mis valores americanos. Había crecido en los años ochenta de Reagan. Aprendí de los dibujos animados de G.I. Joe a (según las letras de su tema principal) “luchar por la libertad, en cualquier sitio en el que esté en peligro“. Adopté la idea de que los individuos tenemos el derecho -y el deber- de intervenir en cualquier parte del planeta en la que se percibiesen amenazas a la libertad, la justicia o la igualdad.
Para mí, el hecho de querer ir a Chechenia no era reducible a mi condición de musulmán u “odio hacia lo occidental”. Esto puede ser difícil de creer, pero yo pensaba en la guerra en términos de compasión. Al igual que muchos americanos que se alistan en el ejército movidos por el amor hacia su país, yo anhelaba luchar contra la opresión y proteger la seguridad y dignidad de los demás. Creía que este mundo tenía mal aspecto. Puse mi fe en soluciones de algún modo mágicas reivindiqué que el mundo podía ser arreglado mediante una renovación del Islam auténtico y un sistema de gobierno verdaderamente islámico. Pero también creía que la lucha hacia por la justicia tenía más valor que mi propia vida.
Finalmente, decidí permanecer en Islamabad
Y las personas que llegaron a convencerme para que no fuese a luchar no eran el tipo de musulmanes que pueden ser etiquetados por los medios de comunicación como liberales, reformistas amigos de occidente y demás. Eran profundamente conservadores, algunos les llamarían “intolerantes”. En el mismo entorno de aprendizaje en el que se me enseñó que mi madre, por no ser musulmana, ardería eternamente en el infierno, se me enseñó también que aportaría mayor bien al mundo como alumno que como soldado, y que tenía que luchar por ser más que un cuerpo en una cuneta. Estos tradicionalistas me recordaban la frase de Mahoma acerca de cómo la tinta de los escolares es más sagrada que la sangre de los mártires.
Los medios de comunicación suelen dibujar una línea clara que separa nuestras categorías de “buenos” y “malos” musulmanes. Mis hermanos en Pakistán habrían hecho esa división mucho más complicada de lo que muchos pueden imaginar. Estos hombres, los cuales yo tenía como piadosos superhéroes, hablándome como la legítima voz de la tradición misma, decían que la violencia no era lo mejor que yo podía ofrecer.
Algunos chicos en mi situación parecen haber recibido un consejo muy distinto
Es fácil asumir que la gente religiosa, particularmente musulmanes, simplemente hacen cosas porque sus religiones así lo exigen. Pero cuando pienso en el impulso que tuve a mis 17 años acerca de marchar lejos y convertirme en luchador por la causa de los rebeldes chechenos, considero más cosas que los factores religiosos. Mi escenario imaginado sobre la liberación de Chechenia y convertir el país en un Estado Islámico era una fantasía puramente norteamericana, fundamentada en valores e ideales norteamericanos. Cuando me llegan noticias acerca de americanos que vuelan a través del planeta para lanzarse a luchas por la libertad que no son las suyas propias, pienso “qué acción tan americana”.
Y ese es el problema
Somos criados para amar la violencia y ver la conquista militar como un acto benevolente. El chico norteamericano que quiere intervenir en la guerra civil de otra nación debe su visión del mundo tanto a la idiosincrasia estadounidense como a las interpretaciones fundamentalistas de la escritura.
Crecí en un país que glorifica el sacrificio militar y se ve autorizado para reconstruir otras sociedades según su propio punto de vista. Yo interioricé estos valores incluso antes de pensar en la religión. Antes incluso de saber lo que es un musulmán, y mucho menos conceptos como “yihad” o “Estado Islámico”, mi vida norteamericana me había enseñado que eso es lo que hacen las personas valientes.
- Fuente: The Washington Post