El ser humano es un animal social, hecho para vivir en compañía de sus semejantes. Sin embargo, una cosa es la dinámica de vida para la que estamos preparados, y otra es nuestra manera de vivir subjetivamente nuestra vida social.
Porque sí, todo el mundo tiene vida social en mayor o menor medida; solo los ermitaños que se aíslan totalmente de los demás están al margen de ella. Pero eso no evita que millones de personas alrededor de todo el mundo se sientan solas… a pesar de no estarlo, objetivamente.
¿A qué se debe esta aparente incongruencia? ¿Por qué la soledad puede aparecer estando rodeados de gente que siente simpatía y afecto por nosotros?
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Por qué aparece la soledad estando acompañados
La soledad es un sentimiento que responde a necesidades de contacto social y de afecto. Ambos factores tienen que ver con la posibilidad de conseguir la cooperación de los demás a la hora de conseguir objetivos personales, pero hay algo más. El afecto es una fuente de contacto físico e intimidad, elementos que se ha comprobado que son indispensables desde el nacimiento.
Los bebés que crecen con acceso a alimentos, agua y un entorno con la humedad y temperatura adecuadas, pero que permanecen aislados, se desarrollan de un modo anormal y suelen desarrollar graves trastornos mentales. De un modo similar, las personas que declaran un mayor sentimiento de soledad son más propensas a la depresión y a una muerte relativamente temprana.
En cierto modo, pues, el contacto con los demás no solo tiene implicaciones materiales, sino que el impacto psicológico de la soledad también importa. Ahora bien, ese aspecto subjetivo también añade un cierto grado de incertidumbre a la hora de saber qué situaciones sociales producen soledad y cuáles no. Por eso hay personas que, a pesar de relacionarse con mucha gente, se sienten solas. Para explicar esto se barajan varias hipótesis.
Las habilidades sociales
En algunos casos, personas que por exigencias de su día a día interactúan con varias personas día tras día, incluyendo gente amigable, pueden llegar a sentirse solas por un problema de habilidades sociales. Por mucho que un diálogo sea aparentemente dos personas conversando, para quien siente que su imagen pública está siendo comprometida por lo que hace o dice es algo muy distinto; concretamente, una prueba, algo así como un test de inteligencia. Algo que produce ansiedad, en definitiva.
Como las interacciones sociales son vistas como retos, la persona con habilidades sociales bajas ignora la posibilidad de conectar con alguien y se concentra en no quedar en ridículo o en, simplemente, pasar desapercibida. Eso significa que lo que es objetivamente un contexto social deja de serlo, y pasa a ser una situación molesta y estresante por la que hay que pasar sufriendo lo mínimo posible.
Por supuesto, entender la compañía de los otros de esta forma hace que la sensación de soledad sea lo único que queda. En ocasiones se anhela tener una relación honesta con alguien, pero cuando aparece la oportunidad, se trata de evitar esa situación, hacer que dure poco y comprometer lo mínimo posible.
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La falta de tiempo por vida social activa
En el otro extremo, también es posible encontrar a personas que se sienten solas pero que, en este caso, no deben su situación a la falta de habilidades sociales.
Hay gente tan extravertida que vive orientada a los demás, haciendo que la red de interacciones sociales que las rodea fluya día a día, que se mantenga viva. Se organizan fiestas, se pone en contacto a amistades que no se conocían entre sí, se proponen salidas a la montaña… todo vale para involucrar a varias personas en situaciones estimulantes.
Además, normalmente las personas extravertidas que cumplen con este patrón de comportamiento social no solo no viven aisladas, sino que los demás recurren a ellas con la menor excusa. Esto es normal, ya que actúan como núcleos dinamizadores de colectivos de amigos y colegas. Se trata de individuos populares y muy apreciados por la gente que los conoce.
Así pues, ¿de dónde sale la soledad? La respuesta es más simple de lo que parece: la falta de tiempo. Los ratos libres de estas personas están ocupadas en relacionarse con los demás, pero no de cualquier manera: actuando como núcleo de una red social (más allá de la soledad de los ordenadores, eso sí).
No hay demasiado espacio para las relaciones profundas con intimidad, ya que la tarea de dinamizar grupos requiere, forzosamente, mantener un perfil de comportamiento orientado hacia lo público, lo visible por todo el mundo. Incluso si se intenta romper esta dinámica, los demás seguirán actuando como antes así que es complicado “volver a empezar” si no se cambia radicalmente de hábitos en muchos sentidos.
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