Ayer estaba viendo el programa de zapping APM! con unos amigos cuando, en un momento determinado, apareció en pantalla Álvaro Ojeda, un conocido "opinador" de Internet. Ojeda se ha ido haciendo conocido, entre otras cosas, por la vehemencia con la que defiende sus ideas: grita, golpea la mesa que utiliza para grabar sus vídeos y parece arrastrar siempre un mal genio importante. Además, como muchas veces toca temas relacionados con la política y utiliza un argumentario poco trabajado y asociado a la propaganda de la derecha conservadora española, fuera de los círculos de personas que piensan como él suele dar la imagen de ser el clásico opinador de barra de bar que habla sin tener demasiada idea de nada. Para muestra, un botón.
La cuestión es que uno de mis amigos no conocía a Álvaro Ojeda, y dio por sentado que era un personaje ficticio creado por la televisión catalana para dar una mala imagen de los conservadores utilizando un montón de estereotipos sobre ellos. Cuando le explicamos que la televisión catalana no tenía nada que ver con el ascenso a la fama de Álvaro Ojeda y que, de hecho, este tiene un montón de seguidores por sus redes sociales, no solo no nos creyó sino que se escandalizó aún más ante la idea de que un medio de comunicación pudiera dirigir desde las sombras un plan tan enrevesado solo para dejar mal a una parte de la población de España. Alguien que normalmente atiende a razones acababa de abrazar una teoría de la conspiración inventada en ese momento por él mismo.
El motivo era, probablemente, que al haber identificado a Álvaro Ojeda con los estereotipos sobre la España conservadora delante de todos nosotros, reconocer que no es un personaje de ficción y que se ha hecho famoso por el apoyo que le brindan muchas personas significaría admitir que esos estereotipos describen bastante bien a una parte de la población. De algún modo, estaba encadenado a lo que había dicho antes, y no era capaz de asimilar una información que contradecía sus ideas iniciales.
Leon Festinger y la disonancia cognitiva
Esta anécdota es un ejemplo de lo que el psicólogo social Leon Festinger llamó disonancia cognitiva. El término disonancia cognitiva hace referencia al estado de tensión y malestar que se produce en nosotros cuando sostenemos a la vez dos creencias contradictorias entre sí, o cuando nuestra interpretación de los hechos que experimentamos no encaja bien con las creencias más arraigadas. Pero lo interesante de la disonancia cognitiva no es tanto el estado subjetivo de malestar al que nos lleva, sino lo que nos lleva a hacer.
Como el estado de ligero estrés que nos produce es desagradable y queremos reducir esta tensión, intentamos hacer que la disonancia desaparezca de una forma u otra. Y, aunque esto pueda suponer un importante motor de aprendizaje y reflexión, muchas veces tiramos con el camino corto y "hacemos trampas" para hacer ver que la contradicción entre creencias no es real, lo cual nos puede llevar a negar la evidencia, tal y como hemos visto en el ejemplo anterior. De hecho, acomodar las evidencias para que encajen bien en nuestro sistema de creencias sin que causen demasiadas molestias no solo no ocurre excepcionalmente, sino que podría ser ley de vida, a juzgar por los descubrimientos de Festinger. En este artículo puedes ver algunos ejemplos de esto.
Así pues, la disonancia cognitiva es algo bastante cotidiano, y muchas veces juega en contra de nuestra honestidad intelectual. Pero... ¿qué pasa cuando no solo hacemos trampas para neutralizar creencias de manera puntual? Dicho de otro modo, ¿cómo se reacciona cuando la disonancia cognitiva es tan fuerte que amenaza con destruir el sistema de creencias sobre el que se ha edificado toda nuestra vida? Esto es lo que quiso averiguar a principios de los años 50 Leon Festinger y su equipo cuando se propusieron estudiar el modo en el que una pequeña secta se enfrentaba al desengaño.
Mensajes del espacio exterior
En los años cincuenta, una secta apocalíptica estadounidense llamada “Los Buscadores” (The Seekers) difundió el mensaje de que el mundo iba a ser destruido el 21 de diciembre de 1954. Supuestamente, esta información había sido transmitida a los miembros de la secta a través de Dorothy Martin, alias Marian Keech, una mujer a la que se le atribuía la habilidad de escribir cadenas de palabras de origen alienígena o sobrenatural. El hecho de que los miembros del grupo fanático creyesen en la autenticidad de estos mensajes era una de las razones por las que las creencias religiosas de toda la comunidad se veían reforzadas, y tal y como ocurre clásicamente con los cultos de este tipo, la vida de cada uno de sus integrantes giraba en torno a las necesidades y objetivos de la comunidad.
Formar parte del culto requería realizar importantes inversiones de tiempo, esfuerzo y dinero, pero aparentemente todo esto valía la pena; según los mensajes telepáticos que recibía Keech, dedicarse en cuerpo y alma a la secta suponía tener garantizada la salvación horas antes de que el apocalipsis llegase al planeta Tierra. Básicamente, iban a llegar unas naves espaciales que los transportarían a un lugar seguro mientras el mundo quedaba tapizado con cadáveres.
Festinger y los miembros de su equipo decidieron contactar a los miembros de la secta para documentar el modo en el que reaccionarían cuando llegada la hora ni se produjera el fin de la vida terrestre ni asomase por el cielo ningún platillo volante. Esperaban encontrarse con un caso extremo de disonancia cognitiva no solo por la importancia que la secta tenía para los integrantes del culto sino también por el significativo hecho de que, al saber el día del apocalipsis, se habían despedido de todo aquello que los unía a su planeta: casas, coches, y demás pertenencias.
El fin del mundo que no llegó
Por supuesto, el Arca de Noé alienígena no llegó. Tampoco se dio ninguna señal que indicase que el mundo se estaba resquebrajando. Los miembros de la secta permanecieron congregados en silencio en la casa de Marian Keech durante horas mientras Festinger y sus colaboradores permanecían infiltrados en el grupo. Llegado un momento en el que la desesperación se palpaba en el ambiente, Keech informó de que había recibido otro mensaje proveniente del planeta Clarion: el mundo había sido salvado a última hora gracias a la fe de los Buscadores. Una entidad sagrada había decidido perdonar la vida de la humanidad gracias a la dedicación de la secta.
Este colectivo oscurantista no solo le había dado un nuevo sentido al incumplimiento de la profecía. También tenía un motivo más por el que esforzarse en sus cometidos. Aunque algunos miembros del colectivo lo abandonaron por puro desengaño, los que quedaron mostraron un grado de cohesión mayor y empezaron a defender sus ideas con más radicalidad, a difundir sus discursos y a buscar tener una mayor visibilidad. Y todo esto desde el día después del falso apocalipsis. Marian Keech, en concreto, siguió formando parte de este tipo de cultos hasta su muerte en el año 1992.
Una explicación
El caso de los Buscadores y el apocalipsis de 1954 queda recogido en el libro When Profecy Fails, escrito por Leon Festinger, Henry Riecken y Stanley Schachter. En él se ofrece una interpretación de los hechos relacionándolos con la teoría de la disonancia cognitiva.
Los miembros de la secta tenían que hacer encajar dos ideas: que el fin del mundo iba a ocurrir la noche anterior, y que el mundo seguía existiendo pasado ese momento. Pero la disonancia cognitiva generada por esta situación no les llevó a renunciar a sus creencias. Simplemente, acomodaron la nueva información de la que disponían para hacerla encajar en sus esquemas, dedicando tanto esfuerzo a este reajuste como fuerte era la tensión producida por la disonancia. Es decir, que el hecho de haber estado examinando todo un sistema de creencias durante mucho tiempo no había servido para hacer de ellos personas más informadas, sino que los había hecho incapaces de reconocer el fracaso de sus ideas, algo que conlleva realizar más sacrificios.
Como los miembros de la secta habían hecho muchos sacrificios por la comunidad y el sistema de creencias que se sostenía en ella, la maniobra para acomodar la información contradictoria con las ideas iniciales también tuvo que ser muy radical. Los integrantes del culto empezaron a creer mucho más en sus ideas no porque estas demostrasen explicar mejor la realidad, sino por los esfuerzos que se habían realizado anteriormente para mantener estas creencias a flote.
Desde los años 50, el modelo explicativo de la disonancia cognitiva ha sido muy útil para explicar el funcionamiento interno de las sectas y colectivos vinculados al oscurantismo y la adivinación. En ellos se exige a los miembros del grupo sacrificios que en un primer momento parecen injustificados, pero que podrían cobrar sentido teniendo en cuenta que su propia existencia podría ser el pegamento que mantiene unida a la comunidad.
Más allá del esoterismo
Por supuesto, no es sencillo identificarse demasiado con personas que creen en apocalipsis orquestados por fuerzas alienígenas y en médiums que tienen contactos telepáticos con las altas esferas del reinado intergaláctico, pero hay algo en la historia de Marian Keech y sus seguidores que, de manera intuitiva, podemos relacionar con nuestro día a día. Aunque parezca que las consecuencias de nuestras acciones y decisiones tengan que ver con el modo en el que cambiamos nuestro entorno y nuestras circunstancias (tener o no una carrera universitaria, comprarse o no esa casa, etc.), también se puede decir que lo que hacemos va construyendo un armazón ideológico que nos mantiene atados a unas creencias, sin capacidad para maniobrar entre ellas de manera racional.
Esto, por cierto, no es algo que ocurra solo en las sectas. De hecho, es muy fácil encontrar un vínculo entre el funcionamiento de la disonancia cognitiva y el modo en el que sostienen ideologías políticas y filosóficas de manera acrítica: Karl Popper ya señaló hace tiempo que ciertos esquemas explicativos de la realidad, como el psicoanálisis, son tan ambiguos y flexibles que parecen no entrar nunca en contradicción con los hechos. Por eso el estudio de caso sobre la secta de Marian Keech tiene tanto valor: las conclusiones que se pueden extraer de él van más allá del funcionamioento típico de los cultos apolcalípticos.
Saber que podemos caer tan fácilmente en una especie de integrismo a través de la disonancia es, desde luego, una idea incómoda. En primer lugar porque nos hace darnos cuenta de que podríamos estar acarreando ciegamente ideas y creencias que de hecho son un lastre. Pero, especialmente, porque el mecanismo psicológico estudiado por Festinger nos puede llevar a pensar que no somos libres para actuar racionalmente como personas que no tienen compromisos con ciertas causas. Como jueces que pueden distanciarse de lo que les ocurre y decidir cuál es la salida más razonable a las situaciones. Por algo es que, en psicología social, cada vez se cree menos en la racionalidad del ser humano.