Tráfico, rascacielos, ruido, prisa… La sociedad postmoderna se caracteriza por tener por un ritmo frenético, en el que el tiempo tiene un precio y un objetivo concreto en cada momento.
Como Zygmunt Bauman postula en su “Modernidad Líquida” (2000), actualmente es inviable la estabilidad y se aboga por la flexibilidad. Este hecho se traduce en que todo es efímero y hay que aprovecharlo: la información recibida, la presencia virtual en redes sociales, la vida social y laboral.
¿Y la personal? ¿Dónde queda nuestra vida personal?
Una sociedad frenética que no nos permite meditar
En un mundo donde lo íntimo y el autoconocimiento están en peligro de extinción, se está aumentando la tendencia al retiro individual. El eremitismo o aislamiento en soledad es una técnica presente a través de milenios usada con fines espirituales, pero que en cuyo proceso fomentaba el autodescubrimiento.
Es así como, sintiéndose sepultado bajo las masas de las ciudades, la solución apunta a alejarse de ellas. Ya lo decía Fray Luis de León en su “Oda a la vida retirada”: “qué descansada vida, la del que huye el mundanal ruido
[…] ”No obstante, siendo seres sociales por definición, ¿para ser “seres” debemos alejarnos de lo “social”?
Beneficios de la soledad
Si el eremitismo ha perdurado y llega a ser tendencia social, se debe a que aporta beneficios a las personas. Seguramente a lo largo de nuestra vida, nos hemos retirado en algún momento y hemos sentido una extraña forma de bienestar.
- Oxigenar el procesador de información. Alejarse de la multitud implica alejarse de todas sus diversas fuentes de información. Permite disminuir la cantidad de información y que nuestro procesador se recupere de la sobrecarga.
- Restablecer ritmo vital. De igual forma que con la información, también nuestro ritmo vital se ve acelerado entre rascacielos. Es entonces cuando en un lugar donde el tiempo no se escapa, no tiene cabida la prisa y tampoco el estrés.
- Aumento de sentitividad de información secundaria. Tras el proceso de desintoxicación informativa y con un ritmo más sereno, somos capaces de procesar elementos que siempre hemos visto pero, hasta este momento, no atendido.
- Desarrollo de creencias. Sin distractores alrededor, somos capaces de emplear toda nuestra capacidad para procesar las creencias que nos acompañaban cuando estábamos en la multitud. Nuestras ideas y valores adquieren claridad y evolucionan, volviéndose más complejos y contemplando aspectos que antes permanecían ajenos.
Disfunciones de la soledad
Si bien todos los anteriores procesos son beneficiosos, también conllevan ciertos riesgos. Incluso los ermitaños más acérrimos mantenían acercamientos con otras personas, desvelando así que el aislamiento incluye ciertas carencias que por sí mismo no puede satisfacer.
- Construcción sobre creencias desadaptativas. La soledad permite el autodescubrimiento mediante la construcción en creencias. Por tanto, si las creencias base de las que partimos son disfuncionales, a medida que ganen en complejidad, también se corre el peligro de que lo hagan en desadaptación.
- Unidimensionalidad. El aislamiento y la ausencia de otros hacen imposible contemplar otros puntos de vista que enriquezcan a uno mismo.
- Dogmatismo de individualidad. En tanto que no se adquieren otras perspectivas y las creencias erróneas se desarrollan, se aumenta la individualidad de la persona. En otros términos, uno se vuelve más singular y su contacto con el mundo menos permeable. De esta forma se dificulta la presentación social de la persona, puesto que ahora hay mayor distancia y diferencia con los demás.
- Desadaptación social del autodescubrimiento. Las tres amenazas anteriores producen que la persona pueda disminuir sus habilidades sociales. Entendiendo que la vida social implica la interacción entre varias personas, elaborar creencias disfuncionales, sin incluir a los otros e impermeables, alteran la relación de la persona con su entorno social.
Uno mismo en el grupo: la clave para encontrarse a uno mismo
Claramente, era esperable que pudieran darse algunos inconvenientes en la soledad, puesto que toda moneda tiene dos caras. Por ello mismo, es necesario contemplar otras opciones como el autoconocimiento mediante el grupo. Normalmente las relaciones grupales en este sentido se caracterizan por dedicarse exclusivamente a ámbitos de ocio. No obstante, con normas, implicación e intencionalidad, es posible que el grupo cumpla efectos terapéuticos extrapolables a nivel individual, más allá de unas copas.
- Heterogeneidad. El beneficio más básico del grupo reside en sí mismo: en no estar solo. Las tres premisas básicas del grupo según Lewin (1951) son interacción, intercambio e interdependencia; y con ellas el grupo es capaz de compartir y cooperar. De esta forma se conocen diferentes perspectivas y puntos de vista, ampliando la propia.
- Corrección de creencias. El primer efecto resultante de la heterogeneidad grupal es la corrección de propias creencias. Compartir permite la autoevaluación de las propias creencias en base a las ajenas, descubriendo aquéllos aspectos que no acababan de funcionar y corrigiéndolos.
- Adición de creencias. Muchas veces, el mismo proceso de corrección implica la inclusión de creencias externas, ya que incluir otros ojos, permite poder ver algo de diferentes formas.
- Adaptabilidad social del autodescubrimiento. En tanto que en el desarrollo personal existe un lugar para lo social, también coexiste el cómo relacionarse con lo social. Es decir, al mismo tiempo que se adquieren diferentes miradas al mundo, se amplía el repertorio conductual, el “qué es lo más beneficioso hacer”.
- Autoconocimiento social. En el grupo no sólo se desarrolla el yo individual, sino que a su vez lo hace el yo social. Estar en relación con otros implica una forma de proyectarnos ante ellos, un modo diverso de que nos interpreten cada uno de los otros miembros y por tanto, una singular forma de trato. Esta retroalimentación nos da información de cómo es nuestro yo social y, muchas veces, nutrimos de él nuestro yo individual. Resulta así beneficioso observar “qué causo” para saber “qué soy”.
- Gestión de recursos. Un último aspecto a destacar es, que a diferencia de la soledad, los grupos no permiten con tanta facilidad un aislamiento de la intoxicación de información ni del acelerado ritmo vital. No obstante, sí que tienen la capacidad de repartir dichas cargas, de compartir el desasosiego del estrés y ansiedad. Gracias a ello, se mejora la gestión de recursos del individuo, muchas veces necesaria ya que, al descender de la ermita, uno se volverá a encontrar con el mundanal ruido.
¿Solo o en compañía?
Por tanto, no existe una única opción para el autodescubrimiento, para encontrarse a uno mismo en esta sociedad. Bien se puede optar por la soledad del aislamiento, o bien por la compañía grupal. Un factor determinante para elegir puede ser tan simple como el estado económico o la dedicación. El retiro es una opción más flexible, que la persona puede llevar a cabo cuando planee. No es el caso del grupo, ya que supone atender a la disposición de diversas personas. Asimismo, otras dificultades residen en la implicación de cada una de ellas con el grupo y la resiliencia necesaria para aprender a gestionarlo en tiempos de tormenta.
Las opciones están expuestas: mirarse o dejarse mirar. De igual forma que ocurre ante el espejo, somos conscientes de tener dos ojos, una nariz y una boca; pero sólo ante éste se nos muestran con claridad. Es entonces cuando podemos entender a la sociedad como ese reflejo de nosotros mismos. Ahora bien, ¿qué es más real? ¿Podrías vivir sin tu reflejo?
Otro truco importante: enfocar el día a día con positividad
Hace pocos días elaboramos una recopilación de frases positivas que pueden ayudarte a encontrarte a ti mismo y afrontar el día a día con más optimismo, energía y buenas vibraciones.
Las puedes leer aquí: "25 frases positivas cortas para enfocar mejor el día a día"Y también te recomendamos este recopilatorio: "20 frases sabias para reflexionar sobre la vida"
Referencias bibliográficas:
- Bauman, Z. (2000). Modernidad Líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
- Lewin, K. (1951). La teoría de campo en la ciencia social. Barcelona: Paidós, 1988.
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