De todos los hallazgos en medicina que el siglo XX nos dio la penicilina es, probablemente, el más práctico y el más importante. También el más anecdótico pues fue descubierto por pura casualidad, gracias a un accidente producto de un despiste de un médico y microbiólogo de nombre Alexander Fleming.
Fleming y su penicilina es considerado por muchos el descubrimiento por serendipia más importante de la historia, y con razón pues gracias a él disponemos de uno de los más eficientes y recurrentes antibióticos para uso humano.
A continuación vamos a aprender sobre la vida de este investigador a través de una biografía de Alexander Fleming, en la que veremos cómo descubrió que el caldo de un hongo combatía a ciertas bacterias y la importancia que supuso esto para su época, en especial con la llegada de la Segunda Guerra Mundial.
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Breve biografía Alexander Fleming
Sir Alexander Fleming fue un médico y microbiólogo escocés conocido mundialmente por su hallazgo de las propiedades de la penicilina, sustancia liberada por un hongo común. Este avance fue crucial para la historia de la medicina del siglo pasado ya que, a pesar de contar con múltiples hallazgos realizados a lo largo del siglo XIX y principios del XX, todavía había muchas enfermedades patógenas que se resistían a los métodos terapéuticos del momento.
Entre los grandes avances obtenidos por la medicina y la biología en el siglo XIX tenemos el establecimiento del origen microbiano de las enfermedades infecciosas, gracias a las figuras de científicos como Robert Koch y Louis Pasteur. No obstante, a pesar de los esfuerzos puestos en el desarrollo de vacunas, muchas enfermedades infecciosas seguían teniendo efectos fatales en la mayoría de los casos, y se carecía de medios para combatirlas una vez eran contraídas.
Es por esto que la penicilina resultó ser tan importante, pues era capaz de destruir gérmenes patógenos sin dañar al organismo, un antiséptico biológico y respetuoso con el cuerpo humano. La sustancia descubierta por Fleming no solo sirvió para salvar a millones de vidas, sino que también revolucionaría los métodos terapéuticos, dando inicio a la era de los antibióticos y, consecuentemente, al establecimiento de la medicina moderna.
Primeros años
Alexander Fleming nació el 6 de agosto de 1881 cerca de Darvel, East Ayrshire, Escocia, en el seno de una familia campesina dedicada a la agricultura y la cría de animales. Fue el tercero de los cuatro hijos del segundo matrimonio de su padre Hugh Fleming con su madre Grace Stirling Morton. Su padre falleció cuando Alexander tenía sólo siete años, dejando a su madre viuda al cuidado de la hacienda familiar con la ayuda de uno de sus hijastros.
Al cumplir trece años, Alexander Fleming se fue a vivir a Londres con su hermanastro Thomas, quien ejercía allí como médico. Fleming completó su educación con dos cursos realizados en el Polytechnic Institute de Regent Street, trabajando posteriormente en las oficinas de una compañía naviera.
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Estudios de medicina y servicio militar
En el año 1900 Fleming se alistó en el London Scottish Regiment para participar en la Segunda Guerra de los Boers (1899-1902), pero el conflicto terminó antes de que su unidad llegara a embarcarse y no participó en la batalla.
No obstante, su gusto por la vida militar le llevó a permanecer en ese regimiento, interviniendo en la Primera Guerra Mundial como oficial del Royal Army Medical Corps en Francia. También formó parte de la unidad de fusileros de la Escuela de Medicina.
En 1901, con veinte años, heredó un pequeño legado de su tío John Fleming que le sirvió para estudiar medicina. Posteriormente, se le otorgó una beca para el St. Mary’s Hospital Medical School de Paddington, institución con la que acabaría manteniendo una relación de por vida. En 1906 se graduó en medicina y cirugía, y empezó a formar parte del equipo del bacteriólogo sir Almroth Wright, pionero en vacunas e inmunología, con quien llegó a estar asociado durante cuarenta años.
Fleming fue un alumno extraordinario, y prueba de ello es que recibió la medalla de oro de la Universidad de Londres en 1908. Unos cuantos años más tarde, en 1914, empezó a dar clases en el St. Mary’s de Londres y, un año más tarde, se casó con Sarah Marion McElroy, una enfermera irlandesa con la que tuvo a su hijo mayor Robert Fleming.
Nombrado profesor de bacteriología, en 1928 se convertiría en catedrático y se retiraría como profesor emérito en 1948, aunque llegó a ocupar la dirección del Wright-Fleming Institute of Microbiology hasta el 1954, institución fundada en su honor y en el de su antiguo maestro y compañero de investigación.
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Primeros hallazgos antibacterianos
Fleming dedicó su vida profesional a la investigación de las defensas del cuerpo humano contra las infecciones bacterianas, tarea que hizo que su nombre acabara siendo asociado a dos grandes descubrimientos en esa área: la lisozima y la penicilina. Si bien la lisozima es destacable, es su descubrimiento de la penicilina el que ha hecho que el nombre de Alexander Fleming haya pasado a la historia pues es el más importante desde un punto de vista práctico.
Fleming descubrió la lisozima en 1922 al observar que la secreción nasal, las lágrimas y la saliva tenían la capacidad de disolver ciertos tipos de bacterias, actuando como una barrera contra las infecciones. Más tarde probó que esa capacidad dependía de una enzima activa, la lisozima, que se encuentra en muchos tejidos corporales. Su descubrimiento reveló algo revolucionario para su época pues demostraba que habían sustancias que, por una parte, eran inofensivas para las células del organismo pero, por el otro, eran letales para bacterias patógenas.
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La penicilina: el accidente que salvó millones de vidas
El descubrimiento de la penicilina, uno de los más importantes hallazgos médicos del siglo XX, ocurrió serendípicamente, de forma accidental. Un 28 de septiembre de 1928 Alezander Fleming, quien volvía de vacaciones, haría un descubrimiento asombroso gracias, en parte, a haberse despistado y no tener el laboratorio muy bien ordenado.
Por aquel entonces estaba haciendo un estudio sobre las mutaciones de ciertas colonias de estafilococos y vio que uno de sus cultivos había sido contaminado accidentalmente por un microorganismo procedente del aire exterior, un hongo que más tarde identificaría como Penicillium notatum.
Esto hubiera quedado como una mera anécdota producto de cierta desorganización si no fuera porque Fleming, lleno de curiosidad y asombro, percibió como extraño el comportamiento del cultivo. Vio que la zona donde se había ocurrido la contaminación los estafilococos se habían vuelto transparentes, algo que Fleming interpretó como el efecto de que el hongo tenía una sustancia antibacteriana y que esta había debilitado al cultivo de bacterias.
Sobre este asombroso hallazgo el propio Alexander Fleming diría lo siguiente:
"A veces uno encuentra lo que no está buscando. Cuando me desperté justo después del amanecer del 28 de septiembre de 1928, desde luego no planeaba revolucionar todos los medicamentos al descubrir el primer antibiótico del mundo, o el asesino de bacterias. Pero supongo que eso fue exactamente lo que hice".
A medida que fue experimentando con él, Fleming le supo sacar partido a pesar de los limitados recursos de su laboratorio por aquel entonces. Pudo observar que un caldo de cultivo puro del hongo adquiría, en cuestión de pocos días, alto nivel de actividad antibacteriana. Llevó a cabo varios experimentos enfocados en ver cuál era el grado de susceptibilidad al caldo de varios tipos de bacterias patógenas, observando que muchos de estos patógenos eran rápidamente destruidos por acción de la penicilina.
Más tarde, inyectó el cultivo en conejos y ratones, comprobando que era inocuo para los leucocitos, lo que le llevó a la conclusión de que esta sustancia poseía un índice fiable de que era inofensivo para las células animales. Fleming observó que esta sustancia incluso diluida poseía un poder antibacteriano muy superior al de antisépticos potentes como el ácido fénico.
Unos ocho meses después de sus primeras observaciones, Fleming publicó los resultados en una memoria que actualmente se considera un clásico en la bacteriología, aunque no despertó demasiado interés en ese momento. Pese a que Fleming comprendió ya desde un inicio la importancia del poder antibacteriano de la penicilina, esta tardó todavía unos quince años en convertirse en el agente terapéutico de uso universal que acabaría siendo.
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Últimos años y muerte
Una de las razones por la que la penicilina no fue tan popular de inmediato tiene que ver con que su proceso de purificación era excesivamente difícil para las técnicas químicas de ese momento. Afortunadamente, esto consiguió solucionarse gracias a las investigaciones desarrolladas en Oxford por el equipo del patólogo australiano Howard Florey y el químico alemán Ernst B. Chain, quienes en 1939 consiguieron una subvención para el estudio de las sustancias antimicrobianas segregadas por microorganismos.
En 1941 se obtuvieron los primeros resultados satisfactorios con pacientes humanos. En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial se invirtieron recursos para este tipo de investigaciones lo que hizo que ya para el 1944, todos los heridos graves de la famosa y crucial batalla de Normandía pudieran ser tratados con penicilina.
Gracias a esto, Alexander Fleming consiguió alcanzar la fama que tanto se merecía, si bien con cierto retraso. En 1942 ya había sido elegido miembro de la Royal Society, y recibiría el título de sir dos años más tarde. En 1945 compartió con Florey y Chain el premio Nobel en Fisiología y Medicina. En 1946 recibió la Medalla de Oro de Honor de la Royal College of Surgeons y en 1948 se le otorgó la Gran Cruz de la orden de Alfonso X, el Sabio.
En 1949 falleció su esposa Sarah, y Alexander Fleming se volvería a casar en 1953, esta vez con una doctora griega llamada Amalia Koutsouri-Vourekas. En 1951 fue nombrado rector de la Universidad de Edimburgo.
Tras toda una vida dedicada a la investigación y siendo el descubridor del más importante avance médico del siglo XX, Alexander Fleming murió el 11 de marzo de 1955 en su casa de Londres, a causa de un ataque al corazón con 74 años. Dado el gran hallazgo que hizo y ser el responsable indirecto de que millones de vidas se salvaran, su cuerpo fue enterrado como un héroe nacional en la cripta de la catedral de San Pablo.