Cuando Johannes Vermeer falleció en diciembre de 1675, su esposa Catharina quedó en una situación económica bastante precaria. En una petición desesperada de ayuda que la viuda envió a las autoridades de los Países Bajos, esta afirmaba que, en los últimos tiempos, Vermeer no había vendido ninguno de sus cuadros, lo que, unido a los gastos altísimos que acumulaba su familia (formada por numerosos hijos), propició un repentino ataque (¿apoplejía? ¿infarto?) que lo llevó a la tumba en apenas dos días.
Se sabe que Catharina Bolnes tuvo que vender dos cuadros de su marido al panadero que les suministraba el pan, Hendrick van Buyten, para liquidar dos facturas que permanecían impagadas. Realmente, la viuda de Johannes Vermeer tuvo que realizar grandes esfuerzos para ponerse al día con las deudas que había acumulado la familia, lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿cómo puede ser que uno de los pintores más famosos de la historia del arte acabara sumido casi en la pobreza?
Breve biografía de Johannes Vermeer, uno de los pintores más admirados
El mismísimo Salvador Dalí aseguraba que Vermeer era el mejor pintor de la historia. Con su particular estilo, el artista catalán pidió al Louvre que le permitiera “pasar una noche” con la famosa Encajera de Vermeer, que le inspiró su estudio crítico-paranoico El girasol, en que aparece el rostro de la joven rodeado de cuernos de rinoceronte.
Pero la obsesión por el pintor de Delft ha sido experimentada también por otros artistas. La recuperación de su obra a principios del siglo XIX fue impulsada especialmente por Theóphile Thoré-Bürger (1807-69), que contempló la Vista de Delft en el museo Mauritshuis de La Haya y quedó vivamente impresionado por su realismo, que comparó con pintores contemporáneos como Gustave Courbet. Y, por supuesto, la pincelada luminosa del artista de Delft fascinó a los impresionistas. Auguste Renoir comentó maravillado que La Encajera era una de las dos pinturas más sobresalientes del museo del Louvre. La otra era el Embarque a la isla de Citera, de Watteau.
Actualmente, al artista de Delft se le adjudican poco más de una treintena de obras, algunas de ellas de atribución dudosa. A todas luces, su producción pictórica fue realmente escasa, en parte por el tiempo que dedicaba a pintar cada obra. Su principal mecenas, que le encargó la mayoría de sus cuadros, fue el acaudalado Pieter van Ruijven, que adquirió veinte de sus cuadros (entre ellos, algunas de sus mejores composiciones), y le aseguró una cierta estabilidad económica que, como hemos visto, no perduró en el tiempo.
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La “Esfinge de Delft”
Thoré-Bürger lo apodó, no sin cierta razón, la Esfinge de Delft, en alusión al misterio que envuelve la vida del pintor. Efectivamente, hasta hace relativamente poco apenas se disponía de información acerca de su trayectoria. Sin embargo, estudios recientes han conseguido hallar algunos documentos que demuestran, entre otras cosas, que Johannes Vermeer era un pintor reconocido en el círculo artístico de su ciudad natal, puesto que el gremio de pintores de Delft lo eligió su presidente en un par de ocasiones.
Johannes Vermeer nació, vivió y falleció en Delft. No se le conocen estancias fuera de su ciudad natal, con excepción de un breve viaje a Ámsterdam. En Delft aprendió el arte de la pintura; según dicen, observando los cuadros que su padre, Renyier Jansz, tenía colgados, con el objetivo de venderlos, en las paredes de la posada que regentaba. No podía ser de otra manera; los grandes artistas siempre se han inspirado en autores anteriores para desarrollar su obra.
En aquellos años, Delft era una ciudad de mayoría protestante, por lo que los templos carecían de las imágenes que sí eran habituales en las iglesias católicas. Esto reducía considerablemente las posibilidades de los artistas, que tenían que trabajar para otro tipo de mecenas: los ricos burgueses de las prósperas Provincias Unidas. Estas siete provincias se habían agrupado políticamente en 1579, con la Unión de Utrecht, y a partir de entonces se había empezado a dibujar en el territorio un nuevo panorama artístico, en el que destacaban ciudades como Harlem o Ámsterdam.
Delft tenía suficientes artistas en la época como para hablar de una Escuela de Delft, cuyos representantes, sin embargo, no estaban unidos por ningún otro lazo que no fuera la localidad donde trabajaban. En esta escuela se incluye, por supuesto, a Vermeer, su mayor representante.
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Cambio de fe por amor
De Delft tomó Johannes la luz y la tonalidad de sus obras. A pesar de que, en su mayoría, sus cuadros representan interiores (sólo se conservan dos exteriores, la Vista de Delft y el callejón de la misma ciudad), la luz que se filtra por las ventanas capta a la perfección la atmósfera de la ciudad natal del pintor.
En la obra de Vermeer se repite el mismo escenario: el estudio donde el pintor trabajaba, ubicado en el piso superior de la casa donde habitaban él y su familia. En 1653, con veintiún años, el pintor se había unido en matrimonio con Catharina Bolnes y había entrado finalmente en la guilda de pintores de la ciudad. La vivienda a la que se trasladó y en la que fundó su nueva familia (formada nada menos que por 15 hijos, cuatro de los cuales fallecieron siendo niños) pertenecía a la madre de Catharina, María Thins, a cuyo abundante patrimonio le debió Vermeer el vivir de su arte.
María Thins había conseguido separarse finalmente de su marido (que la maltrataba, a ella y a sus dos hijas) e instalarse en Delft. En un principio, la mujer no vio con buenos ojos el matrimonio de su hija con Vermeer, puesto que, además de pertenecer ambos a esferas sociales muy diferentes, existía el espinoso problema de la religión. Y es que la familia Thins era católica, mientras que Johannes Vermeer pertenecía a la mayoría calvinista de la ciudad.
No está claro si Vermeer se convirtió al catolicismo al casarse o si, por el contrario, permaneció fiel a su fe protestante. Sin embargo, la relación con su suegra mejoró considerablemente tras la boda, lo que, junto al hecho de que dos de sus hijos (Ignatius y Franciscus) llevaran nombres adheridos a los jesuitas, hace pensar a los especialistas que, probablemente, la conversión sí se efectuó. En todo caso, Vermeer vivió hasta su muerte en la casa de su suegra, situada en el Barrio Papista de Delft, donde vivía la minoría católica.
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Escenas íntimas
Las protagonistas de las escenas que se desarrollan invariablemente en el estudio de la casa de María Thins son en su gran mayoría mujeres. Vermeer es el “pintor de mujeres” por excelencia; y no por plasmar en sus lienzos los mejores atributos de la anatomía femenina, sino porque las capta en escenas cotidianas, como si fueran de repente sorprendidas por un espía inesperado.
Algunos de sus cuadros más conocidos dan testimonio de esta atmósfera intimista; uno de los más famosos es Muchacha leyendo una carta frente a la ventana abierta, ejecutado en 1657 y que está considerado uno de los más hermosos del pintor.
En el lienzo, una joven, cuyas facciones se han relacionado con las de la esposa del pintor, está absorta con la lectura de una carta. Varios estudios han permitido concluir que Vermeer corrigió en numerosas ocasiones el cuadro, puesto que la postura y el tocado de la muchacha no coinciden con el reflejo de la ventana.
Desde que, en 1979, se descubrió a través de una radiografía que bajo la pintura de la pared había un cuadro de Cupido, se creyó que el pintor de Delft había cambiado de opinión también en cuanto a la decoración de la estancia. No fue hasta mucho más tarde que se certificó que la capa de pintura que cubría al Cupido correspondía a un periodo en el que el pintor ya había fallecido, lo que quería decir que, en vida de Vermeer, el Cupido se encontraba en la pared, lo que relacionaba la carta con un tema amoroso. Actualmente, y tras su restauración, el cuadro se exhibe con su idea original.
No sería esta la única vez que Catharina apareciera en las composiciones de Johannes; muy probablemente sea la muchacha de azul (visiblemente embarazada) que también lee una carta en el cuadro Lectora de carta en azul (1663-64), así como la mujer vestida de amarillo que contempla a su criada en Dama escribiendo una carta y sirvienta (1666-67), entre muchas otras.
Como las escenas se desarrollan en el estudio del pintor, encontramos objetos repetidos en muchos de sus lienzos: la silla con los brazos terminados en garras de león, el ajedrezado de las baldosas del suelo, la disposición de los ventanales, el mapa que a menudo pende de la pared del fondo, los instrumentos musicales… Por otro lado, las mujeres que aparecen en sus composiciones suelen lucir los mismos complementos: la capa amarilla de armiño, los pendientes y el collar de perlas… Vermeer era perfectamente capaz de componer varias y diversas historias en un mismo escenario.
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La “Gioconda del Norte”
Puede que el cuadro más famoso de Vermeer sea La joven de la perla, ejecutado en 1665, en el que sería el último periodo de su producción artística. La popularidad del lienzo se debe en especial a la película homónima, estrenada en 2004 y basada en el libro de la escritora Tracy Chevalier. En la novela, la autora presenta a la retratada como Griet, la ficticia sirvienta de la casa de Vermeer, que posa furtivamente para el pintor ataviada con los pendientes de perla de Catharina.
La realidad es que no sabemos cuál es la identidad de la mujer retratada. Vermeer no dejaba constancia de quiénes eran sus modelos, e incluso en los cuadros en los que se cree que es Catharina la representada sólo podemos hacer conjeturas. En todo caso, La joven de la perla es un cuadro diferente en el corpus artístico del pintor, puesto que la mujer se yergue sobre un fondo neutro (no en el estudio típico de sus otras obras de interiores) y va ataviada con una especie de turbante, que le otorga un aire exótico. Es destacable también la mezcla de ingenuidad y erotismo que desprenden su mirada y su gesto, algo verdaderamente poco usual en la obra de Vermeer. Por otro lado, el secreto acerca de la modelo y el aura de misterio que desprende el retrato han hecho que se conozca al lienzo como La Gioconda del Norte.
Alegorías
Pero si existe en verdad un cuadro radicalmente diferente a todo lo producido por Johannes Vermeer es su Alegoría de la fe, terminado en 1674 (un año antes de su muerte) y que, junto con El arte de la pintura, son los dos únicos cuadros alegóricos del pintor.
La Alegoría de la fe es un cuadro extrañamente “católico” que destaca a fuego en un contexto protestante. Porque, si bien ya hemos comentado que la familia política de Vermeer era católica (y que, seguramente, él mismo se convirtió con su matrimonio), no olvidemos que los potenciales clientes de Delft eran en su mayoría calvinistas. De hecho, el primer propietario del lienzo del que se tiene constancia fue un comerciante protestante, pero no se descarta que Vermeer lo pintara en primera instancia para algún católico de su círculo; posiblemente, los jesuitas de Delft.
El lenguaje alegórico del cuadro es complejo. A los pies de la joven que protagoniza la escena yace una manzana mordida, símbolo evidente del pecado original. Al lado, una serpiente ha sido alcanzada por una piedra, fortuitamente enviada por Cristo. Si bien, según deja constancia Cesare Ripa (1555-1622) en su obra Iconología, la Fe debe sostener el cáliz y el libro, Vermeer dispone ambos elementos sobre un altar. Pero quizá el elemento más sorprendente de la obra es la magnífica esfera de cristal que pende del techo, relacionada con el alma y su fe en Dios.
La alegoría de El arte de la pintura no siempre fue tan evidente. La escena representa a un pintor situado de espaldas, cuyo rostro no vemos pero que tradicionalmente se ha relacionado con Vermeer. La mujer ataviada con un sedoso vestido azul sería Clío, la musa de la historia, representada de nuevo según los preceptos iconográficos de Ripa: sosteniendo un instrumento de viento y un libro y con los cabellos adornados con laurel.
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