Fue reina en tres ocasiones: de Francia y de Inglaterra primero y, más tarde, reina de trovadores. Este último era posiblemente, el título que más le agradó. Porque Leonor de Aquitania no fue solo una de las mujeres más poderosas del Medioevo, si no que, además, ha pasado a la historia como una fiel mecenas de las artes y protectora de artistas. En efecto; reunió a su alrededor a muchos de los trovadores más importantes de su siglo, que convirtieron su corte de Inglaterra en una de las más cultas y refinadas de Europa. Era el siglo del amor cortés, el Fin’amor que cantaban los poetas.
En esta biografía de Leonor de Aquitania viajaremos por la apasionante vida de una mujer sin igual, que supo imponer su voluntad en un mundo de hombres y que merece un lugar destacado en la historia.
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Breve biografía de Leonor de Aquitania
Como suele pasar con la mayoría de los personajes relevantes de la historia, Leonor de Aquitania goza de amigos y enemigos por igual. Por ejemplo, son muchos los que la consideran una mujer intrigante, problemática y usurpadora. Régine Pernoud (1909-1998), una de las mejores medievalistas que ha tenido el siglo XX y una de sus mejores biógrafas, dice en su prólogo de Leonor de Aquitania (Acantilado): “Molesta reputación, que yo misma confieso haber admitido en una obra anterior sin tomarme el trabajo de comprobarla. Pero habiendo tenido ocasión de acercarme algo más al personaje, ha sucedido lo que a menudo ocurre (…): me he encontrado con una Leonor muy distinta a la que imaginaba. Una personalidad femenina sin igual que dominó un siglo (…)”.
En pocas palabras: Leonor de Aquitania ha sido víctima, como suele suceder, de la malinterpretación histórica. Veamos a continuación cuál fue su papel.
El primer matrimonio, la primera corona
Aquitania era, en el año que nació Leonor, un ducado rico y próspero al oeste de lo que ahora es Francia. En el siglo XII, el territorio francés no era, por supuesto, como lo conocemos hoy.
Los dominios del rey de Francia eran increíblemente reducidos, pues comprendían, a grandes rasgos, la denominada Ille-de France, es decir, París y alrededores. El resto del territorio era un conglomerado de ducados, condados y señoríos que, a menudo, eran más poderosos que el propio monarca, como efectivamente sucedía con el ducado de Aquitania.
Es en estas fértiles tierras donde, hacia el año 1122 (no se ha podido determinar la fecha exacta) nace Leonor. En el momento de su nacimiento el duque era su padre, Guillermo X, que era a su vez hijo de Guillermo IX, el que ha sido considerado como primer trovador de la historia. Entendemos entonces de dónde le venía a la jovencísima Leonor el gusto por la poesía, la música y el amor. Y, realmente, Poitiers, la capital de Aquitania, era el marco perfecto para ensalzar el carácter sensible y apasionado de la joven, ya que tenía fama de ser la corte más refinada y culta de toda Europa.
Leonor creció, pues, rodeada de lujos y belleza. Según las crónicas, era una muchacha de espléndida belleza, muy culta e inteligente, siempre interesada en las artes y en la buena conversación. Seguramente no le faltaron pretendientes, pero su destino estaba sellado desde hacía tiempo: en 1137, a los 15 años, Leonor contrajo matrimonio con el joven Delfín de Francia.
El pacto matrimonial constituía una jugada magistral; para Francia representaba anexionar los ricos territorios aquitanos, y para el ducado significaba conseguir un fiel aliado que protegiera a Aquitania de los intentos de independencia de los gascones y de la codicia del condado de Anjou.
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París no es Aquitania
Inesperadamente, el rey francés muere, y el recién estrenado esposo de Leonor es coronado como Luis VII de Francia. Leonor obtiene así la que sería su primera corona. Ya como monarcas, el jovencísimo matrimonio parte hacia París. Pero Leonor pronto se da cuenta de que la corte francesa no es Aquitania. En efecto, el París del siglo XII, a pesar de ser una ciudad activa y dinámica, es una mera ciudad de provincias en comparación a la tierra que Leonor ha dejado atrás. La corte francesa no es la corte aquitana. Y no es que París no sea una ciudad culta; baste decir que en la Sorbona bulle la vida intelectual, y sus calles están repletas de estudiantes que intercambian pasión y conocimiento.
Pero en París no hay trovadores, apenas hay música y poesía y, a juicio de la joven sureña, la gente es algo tosca y un tanto huraña. Su propio marido, el rey, es una jovencito callado y muy piadoso, a quien no interesa el arte ni el lujo. Leonor se marchita en París. Las desavenencias conyugales no tardan en aparecer; desavenencias que se agravan con el hecho de que, en ocho años de matrimonio, Leonor solo le ha dado una hija al rey. La falta de heredero varón cava una brecha todavía más profunda en la relación de la pareja.
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Hacia Tierra Santa
En 1144, la ciudad de Edesa cae en manos de los turcos. Los reinos cristianos de Tierra Santa, formados tras la Primera Cruzada, vuelven a estar, pues, en peligro. Con la proclamación de una Segunda Cruzada, Luis VII se decide a viajar a Jerusalén y, en mayo de 1147, parte con su séquito a Constantinopla. En ese séquito viaja la indómita Leonor, que no ha querido perderse una aventura semejante. La excitación la embarga; por fin un poco de emoción en su tediosa existencia.
Quizá hoy en día nos pueda sorprender que en la Edad Media una mujer viajara a Tierra Santa con su marido, pero lo cierto es que esto era algo habitual. Ya durante la Primera Cruzada fueron muchos los señores que se llevaron consigo a sus esposas y, más tarde, también lo hará el rey San Luis con su esposa la reina Margarita.
En Constantinopla son recibidos con gran pompa por el emperador bizantino. Leonor queda absolutamente fascinada con la ciudad, en aquel entonces la más grande de todo el mundo cristiano. La pareja real permanece muchos meses en la capital bizantina como invitados de honor y, en marzo del año siguiente, parten hacia Antioquía, donde gobierna Raimon de Poitiers, tío de Leonor.
Raimon es tan solo ocho años mayor que su sobrina, y ambos comparten una complicidad que pronto despierta los celos de Luis. Las lenguas maliciosas, siempre dispuestas a lanzar ponzoña, esparcen por la ciudad el rumor de que Leonor se mete en la cama de su tío, lo que, por cierto, no se ha podido nunca confirmar. La tensión estalla cuando Raimon y Luis discuten sobre cómo debe realizarse la Cruzada y Leonor se pone de parte de su pariente. La disputa entre los cónyuges es violenta; algunos historiadores sostienen que Luis incluso llegó a pegar a su esposa. Algo que, obviamente, la indomable Leonor nunca va a olvidar.
El matrimonio es nulo
Dos años permanecen los reyes en Tierra Santa. A su regreso a Francia, Leonor y Luis pasan por la península italiana y visitan al Sumo Pontífice. Armada de valor y con un objetivo firme en la cabeza, Leonor anuncia al Papa que cree que su matrimonio es nulo. La causa: los grados de parentesco que le unen con Luis, que constituyen un grado prohibido por la Iglesia. El Papa no acepta tal afirmación, e incluso consigue que la pareja se reconcilie. Al año siguiente nace Alix, la segunda hija del matrimonio.
Sin embargo, la idea sigue viva en la mente de la aquitana. Leonor no desea permanecer más tiempo junto a Luis, y esgrime una y otra vez el argumento del parentesco para conseguir la nulidad matrimonial, que finalmente le es otorgada en 1152. Libre de nuevo, Leonor regresa a su querida Aquitania.
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Segundo matrimonio, segunda corona
A pesar del innegable carácter fuerte de la duquesa, estaba claro que no podía seguir participando en el tablero político europeo sin la presencia de un hombre a su lado. Así eran las reglas del juego, y Leonor debía seguirlas.
Lo tuvo muy claro cuando, durante su viaje de regreso a Aquitania, estuvo a punto de ser raptada en dos ocasiones. Decidida a tener una figura masculina que la protegiera de cara a la galería, Leonor se casó, apenas dos meses después de la nulidad de su primer matrimonio, con el conde de Anjou, el jovencísimo Enrique Plantagenet, que en aquella época contaba con apenas veinte años (diez menos que ella). ¿Por qué escogió Leonor a este muchachito para que se convirtiera en su segundo marido?
El condado de Anjou hacía mucho tiempo que tenía pretensiones sobre Aquitania, por lo que, para los Plantagenet, el enlace era una jugada magistral.
Pero ¿y para Leonor? Parece ser que la apasionada duquesa se enamoró perdidamente del joven, que tenía un carácter tan fogoso como el de ella. Quizá pensó que, si tenía que volverse a casar, si no le quedaba más remedio, al menos se casaría con alguien que fuera semejante a ella. Quería olvidar a toda costa al “rey monje”, como llamó en alguna ocasión a su anterior marido el rey francés.
Enrique Plantagenet no siempre fue conde de Anjou. Tras la larga guerra civil inglesa que enfrentó a los dos candidatos al trono, Enrique se hizo con la corona, puesto que era hijo de la supuesta reina legítima, Matilde. Así, el 19 de diciembre de 1154 Leonor era ungida como reina de Inglaterra.
Reina de trovadores
Dos coronas habían pasado ya por su cabeza, y aún faltaba una tercera que, para Leonor, sería la más significativa. La gente empezó a llamarla “reina de trovadores”.
Una vez en Inglaterra, Leonor se dio cuenta de que la isla era aún menos refinada que la corte de París. Inmediatamente, se puso manos a la obra. Invitó a trovadores, músicos, poetas y escritores, y creó a su alrededor un universo lírico que sería el símbolo del amor cortés o del Fin’amor, como se le llamaba en la lengua de oc de los trovadores.
La presencia de Leonor en Inglaterra introdujo en la poesía y en la literatura caballeresca las leyendas artúricas, que en aquellos años se transmitían oralmente en las islas británicas. Gracias al patronazgo de la reina y al de los intelectuales que llamó a su lado, estas leyendas se materializaron en novelas, los famosos romans medievales, que hicieron auténtico furor en la época y que tuvieron a autores consagrados como Chrétien de Troyes a la cabeza.
La época de las intrigas
La que había sido tachada como “infértil” dio al monarca inglés nada menos que ocho hijos. Sin embargo, pronto el matrimonio empezó a resquebrajarse. Si al principio Leonor y Enrique estuvieron muy enamorados, poco a poco empezaron a distanciarse, en parte porque Leonor se inmiscuía cada vez más en la política del reino. El resultado: Leonor fue paulatinamente desplazada por el canciller Thomas Becket, que más tarde fue nombrado arzobispo y, tras su asesinato, elevado a los altares.
No, a Leonor no le gustaba nada que la alejaran de los asuntos políticos. Y mucho menos le gustaba que su marido se acostara con la Bella Rosamunda, de la que, además, se decía que el rey se enamoró perdidamente. Posiblemente fue esto lo que motivó uno de los episodios más oscuros en la vida de esta reina, el que más ha contribuido a alimentar su fama de traidora e intrigante. Y es que Leonor empezó a conspirar contra su esposo en favor de Ricardo, su hijo predilecto. No le salió bien la jugada, al menos de momento. Descubierto el pastel, Enrique la encierra primero en el castillo Chinon y, más tarde, en el de Salisbury, donde permanecerá aislada durante años. Finalmente, el rey fallece el 6 de junio de 1189, sin haberse reconciliado ni con su esposa ni con sus hijos.
Tras enterarse de la defunción, Leonor se libera a sí misma del encierro y parte al lado de su hijo Ricardo, que es finalmente coronado como Ricardo I de Inglaterra. Leonor tiene en ese momento 67 años, una edad avanzada para la época, en que usualmente las mujeres se retiraban a meditar a un monasterio. Pero ya hemos visto que Leonor no es como las demás mujeres. Seguirá al pie del cañón varios años más, e incluso reunirá todas sus fuerzas para salvar a su hijo del cautiverio de Viena, donde es hecho prisionero al regresar de la Tercera Cruzada.
Los últimos años
Ricardo era el hijo favorito de Leonor. Nunca ocultó esta preferencia. Cuando estalla la Tercera Cruzada, el nuevo rey acude valerosamente a la llamada. De Tierra Santa solo llegan elogios hacia el monarca, que ya recibe el sobrenombre de Corazón de León por su bravura. Los elogios ocultaban, eso sí, las crueldades que se sabe que realizó el rey inglés, como por ejemplo el episodio, recogido por Jacques Le Goff, en que se paseó por Jerusalén con un collar de cabezas de musulmanes al cuello.
Sea como fuere, la fama de Ricardo le precede. Al volver de Tierra Santa, Leopoldo de Austria lo hace prisionero y pide un cuantioso rescate: nada menos que 150.000 marcos de plata. ¿Cómo conseguir semejante suma? Leonor no se lo piensa dos veces. Va de un lado a otro, habla con los personajes más influyentes del momento y consigue movilizar a todos los vasallos del rey. Cuando finalmente reúne la elevada suma, es ella misma, con setenta años, la que la pone personalmente en las manos de los enviados de Leopoldo, que la esperan en Colonia.
Su espíritu es incombustible. Seis años después del rescate, ya casi con 80 años, aún tiene fuerzas para cruzar los Pirineos y recoger en Castilla a su nieta Blanca, con el fin de casarla con el nuevo rey de Francia, Luis VIII. Leonor no lo sabe, pero aquella adolescente que la acompaña de regreso será su digna sucesora y se convertirá en otra de las figuras femeninas más enérgicas de la Edad Media. De tal palo, tal astilla.
Ya cumplidos sus 80 años, Leonor decide retirarse por fin. El lugar escogido es el monasterio de Fontrevraud, donde fallece el primero de abril de 1204. Ocho de sus diez hijos han muerto, incluido su adorado Ricardo. Tan solo le queda viva Leonor, reina de Castilla, y Juan, su hijo menor, que reinará en Inglaterra con el nombre de Juan sin Tierra. Años antes, se había enzarzado en una frenética guerra por el trono contra su hermano Ricardo, y solo Leonor consiguió poner paz entre ambos.