En el ámbito de la psicología es habitual asociar la infelicidad con la falta, la carencia o la lucha constante contra las dificultades al intentar acceder a recursos. Sin embargo, investigaciones recientes invitan a replantear esta lógica cuando se observan personas que, pese a contar con seguridad económica, bienestar material y pocas necesidades urgentes por cubrir, muestran niveles relevantes de apatía, desgana y vacío existencial.
El enigma de la insatisfacción en la abundancia
El fenómeno de la “adaptación hedónica” (hedonic treadmill) describe cómo las personas, tras alcanzar ciertos niveles de bienestar económico, se habitúan a los logros y empiezan a desear nuevos estímulos, generando una especie de cansancio interno y una fuente de tensión psicológica constante.
Esta adaptación, bien documentada en la literatura científica sobre la felicidad y la riqueza, muestra que tener más no equivale necesariamente a estar mejor. Además, a medida que la lucha por la subsistencia desaparece porque las necesidades básicas son cubiertas, muchos notan que su motivación para actuar se reduce, y se instala una sensación de “ya lo tengo todo” que puede minar el sentido de progreso vital.
Este desgaste del deseo puede desembocar en apatía: la ausencia de ganas, la falta de iniciativa, el sentimiento de que nada nuevo importa realmente. En pacientes acomodados que acuden a psicoterapia, esta sensación puede manifestarse como una disminución del interés en proyectos, relaciones o retos, incluso cuando aparentemente se cuenta con los recursos para llevarlos a cabo.
Materialismo, valores y satisfacción psicológica
El concepto de materialismo (la orientación hacia la adquisición de bienes, estatus y éxito medido en términos económicos) ha sido ampliamente vinculado con un menor bienestar psicológico. Una meta-análisis de más de 250 estudios demostró que los valores materialistas se asocian con una correlación negativa significativa con distintas dimensiones del bienestar: auto-evaluaciones, comportamientos de riesgo, salud mental. O sea, que cuando una cosa sube, la otra baja.
Desde la perspectiva de la teoría de la autodeterminación, la clave reside en la satisfacción de tres necesidades psicológicas fundamentales: autonomía, competencia y relación social. Cuando el dinero, las posesiones o el estatus ocupan el centro de la vida, estas necesidades quedan comprometidas: la autonomía se sustituye por exigencias externas, la competencia por demostración de éxito, la relación por transacción. En consecuencia, aunque el sujeto “lo tenga todo”, puede sentir que no vive desde sus valores, que sus relaciones son superficiales o que su participación en la vida carece de relevancia.
Para el psicólogo, resulta relevante observar cómo en círculos sociales económicamente prósperos emerge un tipo de desgana que no se explica por carencia, sino por exceso, no por limitación, sino por falta de dirección.
Aislamiento social, desconexión y vulnerabilidad emocional
Otro mecanismo emergente en personas que disponen de abundantes recursos es el aislamiento psicológico: a pesar de la aparente libertad, muchos reportan dificultades para confiar en los demás, conectar genuinamente o sentir que sus relaciones les reconocen por quien son y no por lo que tienen. La falta de dependencia mutua, tan presente en entornos de menor recurso, reduce los incentivos para el cuidado recíproco, lo que a su vez debilita el tejido relacional profundo.
Desde esta perspectiva, la apatía también puede entenderse como una defensa contra la vulnerabilidad: si todo se tiene ya, ¿qué incertidumbre queda por afrontar? Sin riesgo, sin necesidad de vínculo real, la vida se vuelve rutinaria, predecible y sin chispa.
Crisis de significado: más allá de la comodidad
La plenitud material plantea un reto existencial: una vez cubiertas las necesidades básicas y acumulados los logros, la vida exige nuevas preguntas que no siempre tienen respuestas claras.
¿Por qué despierto cada mañana? ¿Para qué hago esto si ya lo tengo? En psicoterapia, este desplazamiento de la motivación extrínseca (logros, dinero, estatus) hacia una búsqueda intrínseca (significado, valores, contribución) es uno de los grandes retos clínicos de la apatía en la riqueza.
La psicología humanista y existencial nos recuerda que la libertad extrema puede convertirse en carga: sin un “para qué”, la vida parece flotante. En terapia, trabajar con personas acomodadas significa muchas veces acompañar la reconexión con el propósito, reactivar el vínculo entre acción y trascendencia, y movilizar metas que trasciendan el beneficio personal inmediato.
Intervenciones y rutas terapéuticas
Frente a estos perfiles de apatía en personas con recursos, el abordaje psicológico requiere sensibilidad hacia lo que ya se ha obtenido, evitando juzgar la “desidia“ como simple pereza. Las intervenciones pueden incluir:
- Revalorizar la motivación interna: ayudar al sujeto a identificar qué lo movilizaba antes y qué podría volver a movilizarlo desde un plano más profundo.
- Potenciar las relaciones auténticas: fomentar el compromiso en la comunidad, la reciprocidad, el voluntariado o actividades donde el beneficio no sea monetario sino relacional.
- Revisar valores y metas: trabajar con cuestionarios de valores o entrevistas semiestructuradas para redefinir qué tipo de éxito importa ahora; trabajar con la teoría de la autodeterminación para fortalecer autonomía, competencia y relación.
- Incorporar una dimensión generativa: muchas personas que ya “lo tienen todo” carecen de proyectos que trasciendan su propio bienestar. Diseñar un legado o una contribución que conecte con otros puede revitalizar la energía vital.
- Explorar la aceptación del flujo: reconocer que la vida no es lineal, que los ciclos de motivación y apatía forman parte del sistema humano, y que no siempre la inercia implica patología sino un aviso para la reorientación.
En definitiva, la apatía y la desgana en personas con abundante seguridad económica nos recuerdan que el bienestar psicológico no se reduce a la acumulación de bienes ni al éxito externo. Cuando el deseo se apaga, las conexiones se debilitan, y el sentido se diluye, emerge una forma sutil pero potente de malestar: la inercia emocional. Para el profesional de la psicología, estas dinámicas invitan a explorar no sólo lo que falta, sino lo que sobra; no sólo la carencia, sino la plenitud que no moviliza. El reto consiste en acompañar a quienes aparentemente “lo tienen todo” para que puedan volver a mirar la vida con ojos que interrogan, se conectan y crean.


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