Seguir una dieta puede tener una gran variedad de objetivos distintos, algunos de los cuales son beneficiosos: desde perder peso eliminando grasa almacenada en el cuerpo, como sucede habitualmente, hasta lograr construir músculo para estar más en forma. En este sentido, no se puede decir que el hecho de llevar un plan de alimentación sea algo en sí mismo negativo.
Sin embargo, cuando esto se convierte en una obsesión por comer sano, sí surgen alteraciones de la salud física y mental a tener en cuenta. En este artículo vamos a centrarnos en una de las formas en las que la necesidad constante de controlar todo lo que comemos puede afectarnos psicológicamente: la disminución de la autoestima.
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¿De qué manera puede la obsesión por la dieta afectar negativamente a la autoestima?
Estas son las principales formas que tiene la obsesión por la dieta y por comer sano puede dañar la autoestima directa o indirectamente.
1. Obsesión con el físico
La obsesión con el aspecto físico es uno de los primeros síntomas que podemos experimentar al gestionar de un modo inadecuado un plan de alimentación o dieta.
Por un lado, ciertas dietas rodeadas de campañas de marketing dañinas prometen unos resultados espectaculares que pueden hacer que nos centremos más de lo normal en el físico y nos miremos en un espejo constantemente, lo cual no solo lleva a la decepción, sino que además nos dirige de manera semi-inconsciente hacia la búsqueda de defectos en nosotros mismos.
Por otro lado, también puede ocurrir que el problema no esté en la dieta en sí, sino en nuestras expectativas y en el grado en el que queremos cumplir al milímetro un plan para perder grasa, definir musculatura, etc. En ambos casos, la persona interioriza la rutina de chequear constantemente su aspecto y centrar demasiado su atención en aquello que desearía revertir.
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2. Sentirnos culpables por sentir hambre
Las personas que se obsesionan con una dieta muchas veces acaban desarrollando también, a la larga, un gran sentimiento de culpabilidad cada vez que sienten hambre o tienen la necesidad de romper la estricta dieta que están siguiendo.
Y es que asociada a esa obsesión por llevar una vida sana suele surgir una moralización del aspecto físico: nos aferramos a la idea de que el ser humano es responsable de su belleza y/o de su grado de salud física a través de la disciplina, de modo que la experiencia de sentir hambre es vista muchas veces como una señal de debilidad (a pesar de que en realidad nadie puede controlar la aparición y desaparición de esa sensación).
Este sentimiento de culpa se vuelve cada vez más intenso y la persona acaba valorándose cada vez menos, por no considerarse lo suficientemente “mentalmente fuerte” para lograr su estilo de vida deseado.
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3. Efecto rebote
El efecto rebote es un fenómeno que experimentan algunas personas que siguen una dieta por primera vez o bien cuando no están muy acostumbradas a ello. En este contexto, ocurre cuando para lidiar con el malestar causado por un plan de alimentación inadecuado, la persona acaba dándose atracones de comida de manera intermitente en los momentos en los que se siente frustrada o experimenta mucho estrés.
Esta situación se produce habitualmente por la mezcla del hambre que provoca una dieta estricta y la tendencia a pensar demasiado en la comida (aunque sea para evitarla). Dicha combinación hace que el concepto “comida” aparezca en la mente de la persona constantemente cuando busca estrategias para aliviar el malestar que siente, incluso cuando no está causado por el hambre.
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4. Aislamiento social
Las dietas pueden contribuir a menudo a que nos sintamos solos y desplazados, dado que nos cuesta encontrara alguien cuyo estilo de vida nos permita llevar a cabo el nuestro sin exponernos constantemente a comidas a deshoras, tipos de comida que consideramos inadecuadas (por ejemplo, en cenas con amigos o citas).
Estas dificultades para estar “en sincronía” con alguien hace que sean muchos quienes, a causa de haberse obsesionado con la dieta, adopten unos hábitos solitarios, que generan un sentimiento de soledad no deseada. Y una vez se ha producido esto, es muy fácil que nos sintamos mal con nosotros mismos, al tener la impresión equivocada de que nadie quiere estar a nuestro lado (aunque lo que de verdad ha ocurrido es más bien el proceso contrario, hemos dificultado demasiado que los demás tengan acceso a nosotros).
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5. Afectación de la salud física
Seguir una dieta estricta, especialmente para las personas que lo hacen por primera vez y sin conocimientos fiables en este ámbito, también tiene una afectación directa y evidente en su salud física, dando lugar a efectos contrarios a los deseados. Esto puede deberse a varias causas, como por ejemplo la falta de macronutrientes (existen muchas creencias dañinas acerca de la importancia de evitar las grasas y todo tipo de carbohidratos), el hecho de experimentar estrés por intentar controlar siempre lo que se come y anticipar los ingredientes necesarios para prepararse los platos durante la semana, el exceso de ejercicio físico como mecanismo de supuesta “compensación” del exceso de calorías ingeridas, etc.
Por supuesto, este desgaste de la salud se plasma tanto en la apariencia del cuerpo como en el grado de bienestar o malestar físico, y dichas experiencias repercuten en la autoestima de la persona. Si alguien se siente mal con lo que ve en el espejo o con cómo se siente, tendrá una mayor predisposición a valorarse a sí mismo/a desde un sesgo pesimista.
6. Desmoralización ligada a la frustración
La frustración también se relaciona de manera muy directa con la baja autoestima que presentan muchas personas que están siguiendo una dieta, ya que ésta es un recordatorio de que no se puede comer todo aquello que la persona quisiera en ningún momento. Y esta fijación en la comida lleva a cuestionarnos constantemente si el sacrificio realizado vale la pena a juzgar de los progresos, lo que se ha logrado. La respuesta a ello es, en la mayoría de los casos, un claro “No”, pero la idea de tirar la toalla genera un gran malestar al tener en mente todo el esfuerzo y tiempo invertido en este proceso.
Así pues, la combinación de frustración y desmoralización por la relativa falta de resultados hace que la persona aprenda a vincular su valor como persona a la necesidad de superar esos obstáculos a los que se está enfrentando y que por el momento no se ve capaz de superar, lo cual da lugar a un círculo vicioso. La persona que se ha obsesionado con llevar una dieta sana se siente mal por no lograr lo que se había propuesto en términos de salud o de aceptación de su cuerpo, y a la vez no puede evitar valorar su propio “Yo” a través de esa constante lucha frustrante.
7. Trastornos alimentarios
En los casos más extremos encontramos la aparición de un trastorno alimentario. Dichas patologías son alteraciones de la salud mental que afectan a la manera en la que la persona se relaciona con los alimentos, muchas veces a partir de una necesidad obsesiva por controlar lo que se come para llegar a un determinado objetivo en lo relativo al aspecto físico, a la vez que surgen una serie de pensamientos disfuncionales de percepción de uno/a mismo/a. La anorexia y la bulimia son los trastornos alimentarios más famosos a nivel popular, pero hay otras psicopatologías que quedan englobadas en esta categoría, como la megarexia.
Además, dado que afectan a un aspecto tan fundamental de la salud como lo es la alimentación, estos trastornos pueden llegar a desencadenar la aparición de otras enfermedades severas asociadas con la malnutrición o la desnutrición. Y dado que exponen a la persona al riesgo de morir, es importante que ante sus primeros síntomas se busque ayuda profesional.
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Paloma Rey Cardona
Paloma Rey Cardona
Psicóloga General Sanitaria
Me llamo Paloma Rey y ofrezco sesiones de terapia tanto presencial como online.