Hay una frase muy famosa que dice que “la soledad es mala consejera”. ¿Sabes, también, qué puede aconsejar muy mal? ¡La autoexigencia! Que, sí, en cierto grado está bien cuando se trata de darnos una palmadita para organizarnos, ser responsables y alcanzar nuestras metas. Pero, ¿qué pasa cuando las cosas se salen de control?
A veces, la autoexigencia se convierte en una camisa de fuerza. En régimen tirano. En un juez despiadado que, ante el mínimo respiro, nos hace sentir culpables. Y, no solo eso, también atenta (a veces gravemente) a nuestra salud mental e incluso física.
En este artículo hablaremos exactamente de eso: de cómo se desarrolla la autoexigencia mal gestionada (y cómo ponerle remedio).
Autoexigencia: ¿heroína o villana de tu historia?
La autoexigencia es esa voz interna que nos impulsa a dar lo mejor, a mejorar, a ir por más. En términos simples, es una forma de motivarnos desde dentro. En sí misma no es mala, al contrario: cuando está bien encauzada, puede ayudarnos a ser constantes, responsables y enfocados.
Hay varios tipos de autoexigencia, aunque no siempre se distinguen con claridad. Por un lado, está la autoexigencia adaptativa, que funciona como un motor: te anima, pero no te castiga. Y por otro lado, está la desadaptativa, que es más bien un látigo. Esta última no tolera errores ni descansos y suele estar acompañada de una autocrítica muy dura.
La diferencia entre una y otra no es solo de intensidad, sino de cómo nos afecta emocionalmente. Porque, claro, pedirnos un poco más está bien, pero exigirnos sin medida ni compasión termina desgastándonos. Y ahí es cuando todo se complica.
- Artículo relacionado: "Perfeccionismo disfuncional: causas, síntomas y tratamiento"
¿Cuándo empieza a ser un problema? Señales de una autoexigencia mal gestionada
Aunque puede pasar desapercibida durante mucho tiempo, hay señales claras que muestran que algo no va bien con la forma en la que nos exigimos. Algunas son evidentes, pero otras se camuflan como “ganas de superarse” o “responsabilidad”, cuando en realidad nos están haciendo daño.
- Pensamientos recurrentes del tipo “nunca es suficiente”. Por más que termines todo lo que tenías pendiente, sientes que podrías haber hecho más o mejor.
- Culpabilidad al descansar. Si te cuesta desconectar o descansar sin sentir que estás “perdiendo el tiempo”, algo no está equilibrado.
- Autocrítica constante. Te hablas con dureza ante cualquier fallo, incluso en situaciones que objetivamente no son graves.
- Dificultad para disfrutar del presente. Siempre estás pensando en lo siguiente que hay que hacer o en lo que podrías haber hecho mejor.
- Problemas físicos o emocionales. Cansancio persistente, ansiedad, insomnio o sensación de estar siempre con la cabeza en mil cosas.
- Procrastinación. Aunque suene contradictorio, algunas personas con alta autoexigencia posponen tareas por miedo a no hacerlas “perfectas”.
Y, ojo, no se trata solo de la cantidad de cosas que haces, sino de la forma en que las vives. A veces, hacer menos pero con más calma y menos presión ya es una mejora enorme.
Cómo mantener la autoexigencia en equilibrio (y dejar de pelear contigo todo el tiempo)
Cuando la exigencia interna empieza a irse de las manos, uno de los mayores retos es volver a una relación más sana con uno mismo. Y, sí, esto implica aprender a parar un poco la velocidad, revisar el tipo de mensajes que nos decimos a diario y hacer algunos cambios reales en nuestra forma de actuar. Aquí van algunas ideas que pueden ayudarte si sientes que la autoexigencia te tiene siempre al límite.
No te hables como si fueras tu peor enemigo
A veces ni siquiera somos conscientes, pero nos hablamos de forma muy dura. Nos exigimos como si nunca fuera suficiente, y eso termina desgastando. ¿Te dirías a ti lo que le dirías a un amigo que está pasando por un mal momento? Probablemente no. Empezar a cambiar ese tono interno por uno más amable no es debilidad, es empezar a darte el trato que mereces.
Un buen paso es observar cómo te hablas cuando algo no sale como esperabas. Si lo que escuchas en tu mente es más parecido a un regaño que a una ayuda, toca ajustar ese discurso. Porque, no, no es que tengas que “pensar positivo” a toda costa, sino de ser más justo o justa contigo.
Redefine tus objetivos
Muchas veces nos exigimos por cosas que ni siquiera hemos definido bien. Solo sentimos que “deberíamos” estar haciendo más, siendo mejores, logrando algo grande… pero sin saber exactamente qué es eso. Así es muy fácil quedarse atrapado en la frustración.
Dedica un momento a sentarte y escribir qué es lo que realmente quieres lograr, en qué áreas, y por qué eso es importante para ti. Luego, rompe esas metas grandes en pasos pequeños. No todo tiene que hacerse de inmediato ni a la perfección. Ir paso a paso te ayuda a avanzar sin agotarte ni castigarte en el proceso.
No confundas descansar con fallar
En un mundo que aplaude estar siempre ocupado, descansar se siente a veces como una traición a uno mismo. Pero, ojo, no eres una máquina. El cuerpo y la mente necesitan pausas reales. Dormir, desconectar, salir a caminar o simplemente no hacer nada no es tiempo perdido. Es recargar energía para sostener lo que haces sin romperte.
Revisa (y sí, miralo en serio) si estás valorando tu descanso tanto como tus logros. Porque si solo te das permiso para descansar cuando “te lo ganaste”, lo más probable es que nunca parezcas merecerlo.
Cuida el entorno que alimenta tu autoexigencia
La autoexigencia no aparece sola. Muchas veces tiene raíces en lo que escuchamos desde chicos, en lo que vimos en casa, en cómo nos premiaban cuando rendíamos bien, o en los mensajes que vemos todos los días en redes sociales. No podemos cambiar el pasado ni todo lo que vemos afuera, pero sí podemos elegir mejor qué tipo de contenido consumimos y qué personas tenemos cerca.
Alejarte de dinámicas en las que todo se mide por logros, comparación o perfección no solo te va a dar más aire, sino que te permitirá conectarte con una versión más real de ti. Con tus procesos, tus ritmos y tus decisiones.
Aprende a dejar cosas sin terminar (y no pasa nada)
Este punto puede doler un poco, pero es muy necesario: no todo lo que empiezas necesita llegar a su final. Algunas cosas cambian de prioridad, otras ya no te hacen bien, y hay proyectos que solo sirvieron para aprender algo en el camino. Seguir adelante solo “porque ya empezaste” puede ser una trampa. Saber parar también es una forma de madurez.
Empezar a practicar esto (aunque sea con cosas pequeñas) te ayuda a aflojar el miedo a “fallar” o a no cumplir con tus propias reglas. Y eso, poco a poco, baja la presión interna.
¿Qué quiero que te lleves con esto?
Que recuerdes que la autoexigencia bien gestionada puede ayudarte a crecer, a superarte, a sostenerte en momentos difíciles. Pero, que cuando se transforma en una lista interminable de “deberías”, comienza a jugar en contra. Te desconecta del disfrute, del descanso y de tu propio valor como persona.

Paloma Rey Cardona
Paloma Rey Cardona
Psicóloga General Sanitaria
Si sientes que todo lo que haces nunca es suficiente, si te cuesta parar o si el cansancio emocional te supera, es hora de revisar cómo estás exigiéndote. Porque, sí, se puede ser una persona comprometida, responsable y trabajadora sin estar todo el tiempo al límite.
La idea no es que siempre te conformes con menos, sino que aprendas a exigirte desde un lugar más sano, donde haya espacio para el error, para el descanso, y para una voz interna que, en lugar de castigarte, te acompañe.


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad