Camilia siempre está angustiada. Cuando su novia tarda un poco más de lo usual en responder sus mensajes, sea porque está con sus amigos, trabajando, con su familia o simplemente tomando su espacio personal, empieza a sentir un vacío.
Que ya no la quiere, que ya se aburrió de ella, que tal vez ya la agobió, se dice. Luego, cuando comparte con ella su inquietud, se da cuenta de que esos miedos estaban en su cabeza.
Esto no solo le pasa en el terreno de la pareja. También le ocurre, a veces, con sus amigos. Piensa constantemente, solo por alguna frase o silencio malinterpretado, que se han olvidado de ella o que están molestos. Y, en el trabajo, ¡ni de qué hablar! Ante cualquier silencio o gesto de su jefe que no logre entender, siente que su puesto está en peligro.
Camila es un nombre ficticio, pero esta historia representa a la de muchas personas en el mundo. A esto se le conoce como hipervigilancia emocional. Si te has sentido así alguna vez, te interesa seguir leyendo.
Hipervigilancia: ¿qué es?
La hipervigilancia es un estado en el que la mente y el cuerpo se mantienen en alerta como si algo malo fuera a pasar en cualquier momento. Es un mecanismo que el cerebro activa para protegerse, pero que, en muchas personas, se queda encendido incluso cuando no hay una amenaza real.
Desde la psicología, la hipervigilancia se entiende como un síntoma que puede aparecer en situaciones de estrés postraumático, ansiedad o tras experiencias difíciles.
En el plano emocional, significa interpretar gestos, pausas o palabras neutras como señales de rechazo o de peligro. Y, claro, vivir de esa manera no es solo súper agotador para quien se siente así, sino que también desgasta las relaciones con los demás.
¿De dónde surge?
Las razones pueden ser varias, pero las raíces siempre son profundas. Muchas veces la hipervigilancia se conecta con experiencias de la infancia en las que la seguridad no estaba garantizada; por ejemplo, cuidadores impredecibles o relaciones en las que la persona nunca sabía si iba a ser aceptada o rechazada. También puede originarse tras una relación marcada por traiciones o control, donde aprender a estar alerta parecía necesario para sobrevivir emocionalmente.
Desde un punto de vista clínico, también se asocia con el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) y con otros cuadros de ansiedad. El cuerpo se acostumbra a estar en “modo defensa” y ese estado se activa incluso en situaciones comunes.
Cómo identificarlo en la vida diaria
Si todo esto te llama la atención pero aún no sabes bien cómo identificarlo, estos son varios indicios que pueden ayudarte a reconocerlo:
- Analizar en exceso cada mensaje, gesto o pausa en la voz de otra persona.
- Necesitar constantes pruebas de cariño o validación para sentir tranquilidad.
- Reaccionar con ansiedad intensa si alguien tarda en responder o muestra un silencio prolongado.
- Problemas para confiar en los demás.
- Estar pendiente de los estados de ánimo ajenos, incluso antes de mirar los propios.
No significa que todos estos comportamientos aparezcan al mismo tiempo, pero, si se repiten con frecuencia, pueden estar señalando que hay un patrón de hipervigilancia emocional.
¿Qué implica hablar de hipervigilancia emocional?
Cuando usamos este término no hablamos de una simple atención al entorno, sino de una vigilancia constante que se enfoca en los gestos, silencios o detalles que podrían interpretarse como señales de peligro o abandono. Es como si la mente estuviera programada para buscar señales de que algo malo va a pasar, aunque los hechos no lo confirmen.
Este tipo de vigilancia consume energía, ya que mantiene al cuerpo en tensión y a la mente ocupada en “leer entre líneas” incluso cuando no hay nada que descifrar.
Cómo impacta la hipervigilancia en las relaciones y en la salud mental
Vivir en estado de alerta genera muchísimo cansancio. A nivel individual, puede provocar ansiedad, insomnio, irritabilidad y problemas de concentración. El cuerpo responde con tensión muscular, palpitaciones y una sensación de que nunca se puede descansar del todo.
En las relaciones, la hipervigilancia puede traducirse en discusiones frecuentes, malentendidos o en la necesidad de pedir explicaciones una y otra vez. Esto puede crear un ciclo donde la otra persona se siente presionada y quien vive la hipervigilancia se siente cada vez más inseguro.
Además, este patrón también limita la capacidad de disfrutar de los momentos de calma, porque siempre parece haber una amenaza en el aire.
Qué hacer si notas en ti señales de hipervigilancia
Lo primero es reconocer que vivir en alerta constante no es sostenible. Aunque parezca que esa sensación no se va nunca, hay estrategias que ayudan a reducirla y a vivir con más tranquilidad.
1. Reconoce cuándo aparece
Pon atención a los momentos en los que sientes que tu mente empieza a interpretar un gesto o un silencio como una amenaza. Nombrar lo que te pasa ayuda un montón para no dejarte llevar por la ansiedad.
2. Aprende a diferenciar hechos de interpretaciones
No es lo mismo que alguien no conteste un mensaje en tres horas a que esa persona quiera terminar la relación. Pregúntate: ¿qué evidencias reales tengo de lo que estoy pensando? Esta práctica ayuda a poner los pies en el presente.
3. Entrena técnicas de regulación física
La hipervigilancia no solo está en la mente, también se manifiesta en el cuerpo. Respirar hondo, tararear o simplemente estirarte son pequeñas acciones que ayudan al sistema nervioso a pasar de la alerta al descanso.
4. Establece conversaciones claras
Hablar abiertamente con las personas cercanas sobre cómo te sientes puede aliviar mucho. No se trata de pedir garantías constantes, sino de compartir lo que ocurre dentro de ti para que exista más comprensión mutua.
5. Trabaja en fortalecer tu autoconfianza
Cuanto más sólido es tu sentido de valor personal, menos espacio tienen los pensamientos de rechazo o abandono. Esto puede cultivarse con hábitos como escribir un diario, practicar gratitud o dedicar tiempo a actividades que disfrutes por tu cuenta..
6. Haz espacio para el movimiento
El cuerpo acumula la energía del estrés. Bailar, correr o simplemente caminar ayuda a liberar esa tensión y devuelve la sensación de control.
7. Considera apoyo profesional
La terapia psicológica, en especial las enfocadas en trauma y ansiedad, ofrece herramientas muy valiosas. Este cambio no es mágico, pero sí es un camino que, lentamente, permite soltar viejas heridas que alimentan la hipervigilancia.

Avance Psicólogos
Avance Psicólogos
Centro de Psicología en Madrid
Reflexionemos un poco
La hipervigilancia emocional no surge porque sí, sino que tiene raíces en experiencias que dejaron huella y que moldearon la forma en que una persona interpreta el mundo. Saber esto es importante. Sin embargo, reconocer que existe y de dónde viene no tiene que significar aferrarse a esa sensación.
Ponerle nombre, identificar sus efectos y animarse a buscar estrategias para regularla abre un camino hacia relaciones más tranquilas y hacia un bienestar interno que no dependa tanto de lo que otros hagan o dejen de hacer.
Y, sí, puede que el proceso sea desafiante y lleve su tiempo, pero también es una oportunidad para aprender a confiar más en uno mismo y en quienes nos rodean.


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