¿Cuántas veces has oído decir “No tienes que estar triste” o “Tienes que encontrar la felicidad”? Es muy probable que muchas veces, ya que nuestro contexto social está repleto de mensajes de este estilo. Todo ello es fruto de vivir en una cultura en la que, desde que nacemos, nos están diciendo que debemos evitar cualquier señal de sufrimiento tan rápido como podamos.
En este sentido, cuando vivimos pendientes de cualquier cosa que pueda afectar negativamente a nuestras experiencias, “bajo la piel”, como los pensamientos y las emociones, es cuando tomamos medidas para que no ocurran. Y, por tanto, es cuando muy probablemente surjan problemas que no deseamos.
Puede que esta manera de funcionar sea muy lógica. Es casi impensable imaginar que a alguien le guste sufrir. Sin embargo, cuando está muy establecida y es difícil de cambiar y va en contra de lo que más valoramos, las desventajas se empiezan a notar en muchos ámbitos, quedando nuestra vida supeditada a eliminar el sufrimiento a toda costa.
Esta es una forma muy común de regularnos emocionalmente y muchas personas quedan atrapadas, sin entender qué es lo que realmente está pasando ni por qué les resulta tan difícil gestionar su vida. En este artículo hablaremos sobre la regulación emocional y entenderemos cómo llegamos a quedarnos atrapados.
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Definiendo la regulación emocional
De manera general, podemos decir que la regulación emocional consiste en los comportamientos y habilidades que ponemos en marcha cuando queremos influir en las emociones que sentimos, cuándo las tenemos y en la manera en la que las experimentamos y expresamos.
Un aspecto también importante es el papel que tiene nuestro contexto y nuestras metas personales cuando elegimos las estrategias de regulación emocional. Así, una manera adaptativa de regular nuestras emociones es aquella que tiene en cuenta las demandas de nuestro entorno y nuestros objetivos importantes de vida.
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Un ejemplo vale más que mil palabras
Imagina que para ti es muy importante tu trabajo y tienes que realizar una presentación de un proyecto delante de muchas personas. Lo malo de todo ello es que te pones de los nervios cuando tienes que hablar en público.
Sin embargo, la mejor manera para enfrentarte a esta situación sería realizar la presentación aún cuando estás deseando salir huyendo y evitar esas sensaciones tan desagradables, teniendo en cuenta que tu trabajo es muy importante para ti y te hace sentir una persona realizada, mereciendo la pena pasarlo mal durante ese momento. La buena noticia es que, cuando has hecho esto en varias ocasiones, es posible que no te resulte tan difícil como al principio.
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Así es como quedamos atrapados…
Como hemos venido hablando hasta ahora, la manera de regular nuestras emociones nos resulta problemática cuando actuamos de acuerdo a esos mensajes tan extendidos socialmente que nos dicen “no deberías pensar o sentir esto o aquello”, estableciendo una manera imperante y “correcta” pero desadaptativa de gestionar nuestras emociones.
Es decir, comenzamos a evitar deliberadamente situaciones o experiencias internas (como las emociones) intentando suprimirlas y cambiando su forma y ocurrencia.
Así, esta manera de movernos en el mundo se convierte en un prerrequisito necesario para poder funcionar eficazmente y, en consecuencia, nuestra vida se va estrechando cada vez más, quedando atrapados y dejando de lado todo aquello que nos importa y más valoramos de nuestra vida.
¿Qué podemos hacer?
No hay una receta mágica que haga que nuestras emociones desaparezcan, pero sí podemos aprender a gestionarlas de manera adaptativa sin que éstas dominen nuestras vidas. Algunas pautas generales son las siguientes.
1. Sé consciente y comprende tus emociones
Es importante que sepas que las emociones son naturales. Identifica qué emoción estás experimentando en un momento determinado y qué situación o evento la genera. Date cuenta que, dadas ciertas circunstancias, es normal que nuestras emociones despierten: la ansiedad nos prepara y hace que actuemos en situaciones peligrosas, por lo que es normal y adaptativo sentirla ante un accidente de coche, por ejemplo.
2. Acéptalas tal y como son
Además de que las emociones tienen un sentido, también ocupan espacio y tiempo. Dada una situación particular, una emoción puede aparecer, incrementa su intensidad y, al cabo de un cierto tiempo, esa intensidad vuelve a disminuir sin que hagamos nada al respecto. Acepta que aparecen y no dejes de vivir tu vida por ellas.
3. Ten en cuenta tus direcciones vitales valiosas
No te olvides de lo más importante: las direcciones vitales que más valoras. Reflexiona si lo que estás haciendo con tus emociones te están impidiendo seguir esas direcciones, si han estrechado tu vida y has perdido el rumbo. Piensa qué es más importante para ti: si dejar de sentir una emoción desagradable o sentir satisfacción de actuar siguiendo tus direcciones valiosas.
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