El valor vigente del psicoanálisis en una época de inmediatez y evitación

Una reflexión sobre el encaje del psicoanálisis en la sociedad actual.

El valor vigente del psicoanálisis en una época de inmediatez y evitación
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En el escenario contemporáneo, donde las redes sociales dictan los ritmos, los algoritmos predicen los deseos y las promesas de “resultados inmediatos” se han convertido en norma, el psicoanálisis parece, a primera vista, un vestigio de otro tiempo. Mientras proliferan métodos breves, protocolos estandarizados y terapias centradas en soluciones rápidas, el análisis conserva un carácter exigente: requiere tiempo, paciencia, tolerancia a la incertidumbre y un compromiso sostenido con la propia verdad. Y, sin embargo, es precisamente por esas mismas razones que hoy, más que nunca, vale la pena.

Vivimos en una sociedad marcada por la impaciencia. Los avances tecnológicos han acortado los tiempos de espera y han elevado la expectativa de satisfacción instantánea: un mensaje debe responderse al instante, una compra llega en horas, una pregunta se resuelve con un clic. Este modelo de gratificación inmediata se ha filtrado a la vida psíquica y emocional.

En este contexto, las terapias que prometen alivio rápido y orientadas únicamente a la resolución sintomática han ganado terreno. No se trata de restarles valor, pues en ciertos momentos y problemáticas cumplen una función necesaria; sin embargo, cuando el objetivo se reduce a “hacer desaparecer el malestar” sin indagar sus raíces, se corre el riesgo de tratar sólo la superficie del problema.

La consecuencia es un sujeto cada vez menos dispuesto a soportar la incomodidad de sus conflictos, menos tolerante al vacío, y con una menor capacidad para interrogar el sentido de su propio malestar. Se instala así un patrón que podría describirse como una “enfermedad de los tiempos actuales”: el rechazo a la pausa, al proceso, y a la exploración de lo que duele.

El psicoanálisis, desde Freud hasta sus desarrollos contemporáneos, parte de una premisa contracultural: no se trata de eliminar el síntoma de inmediato, sino de entenderlo como una vía de acceso al inconsciente, como un mensaje cifrado que dice más de lo que aparenta.

Esta perspectiva choca con la lógica actual, en la que el síntoma se percibe como un error a corregir, una disfunción a reparar con la mayor rapidez posible. Para el psicoanálisis, en cambio, el síntoma es también una formación de compromiso: algo que, si bien genera sufrimiento, guarda una verdad sobre el deseo y la historia del sujeto.

Al ofrecer un espacio en el que se suspende la urgencia, el análisis permite que el paciente hable, asocie, divague y descubra relaciones entre experiencias pasadas y presentes. El tiempo del psicoanálisis no es el del mercado ni el de la productividad, sino el de la elaboración psíquica. En un mundo que premia la velocidad, el análisis se erige como un espacio donde detenerse no es pérdida de tiempo, sino condición para un cambio profundo. La prisa por “sentirse bien” puede derivar en un fenómeno paradójico: la mejora aparente que oculta una desconexión más profunda con uno mismo. Sin herramientas para pensar el origen de sus conflictos, la persona queda más expuesta a repetir patrones, a caer en vínculos destructivos o a sufrir crisis recurrentes.

El psicoanálisis propone algo radical: conocerse, incluso cuando ese conocimiento implique atravesar zonas dolorosas. Conocerse no para encajar en un ideal social o cumplir estándares de felicidad, sino para escuchar el propio deseo, con sus contradicciones y singularidades. En palabras de Lacan, el análisis no busca adaptar al sujeto a la realidad, sino que éste pueda “asumir las consecuencias de su deseo”. Ese proceso no es cómodo, pero sí liberador. Exige tolerar la incertidumbre y, sobre todo, asumir que no todo puede resolverse de inmediato.

El rechazo a la incomodidad en la cultura actual tiene un costo alto: se pierde la oportunidad de elaborar, de simbolizar y de transformar la experiencia. El psicoanálisis entiende que el malestar no es un enemigo a erradicar, sino un motor que empuja a la palabra y a la reflexión.

En sesión, el analista no “aconseja” ni ofrece soluciones prefabricadas; su función es sostener el espacio donde el paciente pueda escuchar lo que dice sin saberlo, encontrar sentido en lo que parecía caótico, y resignificar su historia. Esta disposición a habitar la incomodidad choca con un clima social que valora el confort inmediato. Sin embargo, solo atravesando ese malestar —y no eludiéndolo— se logra un conocimiento de sí mismo capaz de sostenerse en el tiempo. Allí radica la diferencia con terapias orientadas exclusivamente a la reducción rápida del síntoma: el psicoanálisis apuesta por un cambio estructural, no meramente funcional.

Otra dimensión que vuelve vigente al psicoanálisis es su insistencia en la responsabilidad subjetiva. En una época donde los discursos tienden a externalizar las causas de todo malestar —atribuyéndolas únicamente a factores externos, contextuales o biológicos—, el análisis invita a preguntarse: ¿qué lugar ocupo yo en lo que me sucede?

No se trata de culpabilizar, sino de reconocer la propia participación en las tramas de la vida psíquica. Esta pregunta abre un margen de libertad: si el sujeto comprende su implicación, también puede transformar su posición frente a los hechos. En este sentido, el psicoanálisis es, hoy, un trabajo a contracorriente. Mientras otros enfoques buscan adaptarse a la aceleración social, el análisis resiste esa presión. No promete resultados inmediatos, sino la posibilidad de una transformación más sólida, que requiere tiempo y compromiso.

Esa resistencia no es obstinación; es coherencia con la convicción de que lo inconsciente no se apresura. La elaboración psíquica no se deja forzar por calendarios, y forzarla sería mutilar su potencial. En un mundo que tiende a evitar el dolor, a suprimir el síntoma y a reemplazar la reflexión por la inmediatez, el psicoanálisis mantiene viva la posibilidad de un encuentro real con uno mismo. No se adapta a la lógica de consumo rápido porque entiende que la subjetividad no es un producto que pueda optimizarse con trucos de eficiencia.

Por el contrario, su propuesta —hablar, escuchar, elaborar— desafía la impaciencia contemporánea y recuerda que conocerse implica tiempo, incomodidad y deseo de verdad.

Lejos de ser un método obsoleto, el psicoanálisis ofrece un antídoto a la enfermedad de los tiempos actuales: la incapacidad de esperar, de tolerar el vacío, de pensar más allá de la inmediatez. En ese sentido, sigue siendo, quizás, el único camino terapéutico que apuesta decididamente por la subjetividad, y que no teme decirle al paciente que, para cambiar de verdad, habrá que detenerse… y escucharse.

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Ricardo Antonio Garcia Diaz. (2025, agosto 13). El valor vigente del psicoanálisis en una época de inmediatez y evitación. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/clinica/valor-psicoanalisis-en-epoca-de-inmediatez-evitacion

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