"¿Por qué atraigo siempre el mismo tipo de personas?". Esta es una pregunta que muchas veces se hace la víctima que habita en nosotros, nuestro ego.
En primer lugar, fíjate con la palabra "siempre". ¿Es realmente verdad que esto ocurre "siempre", es decir, que todas tus relaciones son iguales? No, pero al ego le gusta exagerar o dramatizar. Forma parte del papel de víctima que tanto le gusta jugar.
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El rol de víctima puede ser parte del problema
Si analizamos nuestras vidas, la mayoría de personas sufren porque se identifican con la víctima. Sufren porque la pareja no hace lo que se supone que debería hacer; sufren porque no tienen el suficiente dinero para sentirse seguras; sufren porque el jefe les ha mandado hacer algo que no es su competencia; sufren porque se tiene miedo a hacer el ridículo al dar un discurso; sufren porque creen que su cuerpo no tiene la talla perfecta; sufren porque creen que son menos válidos sin saber dos idiomas...
En definitiva, sufren porque se han identificado con la víctima. Vuelvo a repetir: lo que duele no es la situación en sí sino el creernos víctimas de la situación, es decir, creernos más pequeños de lo que somos.
Desde el punto de vista de la víctima, el sufrimiento se atribuye a la circunstancia externa (la pareja, el dinero, el tiempo, o lo que sea) y no nos damos cuenta de que en realidad sufrimos porque nos hemos confundido con alguien que realmente no somos. Si crees que eres el ego (que es especialista en hacerse la víctima), sufrirás incluso aunque consigas lo que deseabas. ¿Cuánta gente conoces que, a pesar de que le haya cambiado la vida para mejor (un ascenso, el nacimiento de un hijo, la recuperación de la salud, o lo que sea), sigue sintiéndose víctima?
Otra cosa curiosa es que la víctima cree que si no se queja o sufre, no puede encontrar solución. La víctima cree que cumpliendo su papel (sufriendo) es como conseguirá sus deseos.
Lo aprendimos de pequeños. ¿Te acuerdas cuando, de niño, hacías la pataleta hasta que mamá o papá te hacían caso? A base de repetirlo mil veces, se nos quedó grabado que "hay que ser víctimas" o no nos saldremos con la nuestra. Nuestros padres también aprendieron de pequeños que "quien no llora no mama" y ahora, con nosotros, ceden su poder (caen en el papel de "salvador" o de "víctima") ante nuestros berrinches, perpetuando lo mismo que aprendieron de sus padres (tus abuelos).
El problema está en que "llorar" (o quejarse) porque las cosas no sean como a nuestro ego le gustaría que fueran no es una estrategia que realmente nos haga sentir bien (ni haga sentir bien a los demás). A medida que vas creciendo en consciencia y responsabilidad, dejas de usar el chantaje y dejas de actuar para agradar a los demás egos, y descubres otra manera de relacionarte con el mundo.
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La víctima en las relaciones
El papel de la víctima se ve claro en mil y una situaciones, y más en las relaciones íntimas. Cuando una persona espera que la otra haga algo diferente para así sentirse mejor, le está diciendo al Universo lo siguiente: "no soy responsable de mi vida, los demás tienen el poder de hacerme feliz; me considero menos que la otra persona, por favor, Universo, ayúdame".
¿Y cómo responde el Universo? Pues con justicia y sin favoritismos: te responde rompiendo tus expectativas, con lo cual, la otra persona (que es el Universo disfrazado), no hace lo que tú esperabas o deseabas. El Universo te está diciendo, a través de su respuesta: "Cree en ti, no busques fuera lo que sólo puedes encontrar dentro de ti; eres un ser completo porque eres Yo, el Universo manifestado a través de este cuerpo".
¿Entiendes por qué atraemos el mismo tipo de personas? Porque continuamente nos situamos en el papel de víctima. Atraemos a las personas correctas para romper nuestras creencias limitantes (creer que somos menos o que nos falta algo que sólo puede darlo la otra persona). Por lo tanto, la otra persona es una bendición disfrazada de perpetrador o salvador.
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¿Cómo salir del papel de víctima?
Cuando se activa la víctima en nosotros, en vez de huir o atacar a la otra persona, te sugiero que hagas dos cosas.
Pregúntate si sufres porque la otra persona no hace lo que se supone que debería hacer
Por ejemplo, te has enamorado de alguien y notas que se ha enfriado la comunicación, ya no busca la conversación igual que tú o como tú desearías. En ese momento, la víctima en ti, que en el fondo espera que la otra persona te diga "te deseo, te amo", sufre.
La pregunta que debes hacerte es: ¿sufro porque la otra persona no me habla o sufro porque cree que no soy completo y necesito a alguien a mi lado para sentirme bien? Tómate unos segundos para respirar y reflexionar esta pregunta. Te darás cuenta de que sufres porque te creíste incompleto/a.
Luego pregúntate "¿es cierto que no soy completo ahora?". Es decir, "¿Es absolutamente cierto que me falte algo ahora?". Y fíjate que menciona "ahora" en la pregunta. No me interesa lo que creas (o pienses) desde tu ego (con toda la historieta montada de cómo deberían ser la cosas).
Me interesa que te mires, observes y sientas en el momento presente y respondas: "sin identificarme con el drama del ego, ¿falta algo en mí ahora para sentirme lleno y feliz?". Y detente un momento para respirar y que la respuesta venga de tu corazón, no de tu cabeza.
Te darás cuenta de que ahora no te falta nada. Sólo cuando te apartas del momento presente sufres, es decir, cuando traes a la memoria el pasado o imaginas un futuro diferente a la realidad actual.
Ábrete a sentir profundamente la víctima que habita en ti
En vez de cerrarte a lo que sientes tratando de convencer al otro o acusando al otro, mira hacia dentro y ábrete a conocer la víctima que se ha activado dentro de ti. Debes retirarte a un lugar tranquilo, donde puedas estar solo y sin distracciones y sentarte contigo. Deja que la víctima te hable y escúchala.
Dale voz (expresión) a tu víctima y averigua su historia. Si lo haces, te darás cuenta de cómo está diseñado ese papel. Te darás cuenta de que se comporta como un niño de 3 años que se siente herido, abandonado o rechazado.
Date permiso para sentir ese dolor sin querer cambiarlo. Si abres tu corazón a esas heridas que evitabas sentir, esas heridas, con tu consciencia o presencia se van transformando, y al final encuentras la libertad y el gozo.
Al profundizar en lo que antes evitabas sentir, te encuentras a ti expandido, más integrado, más completo. Y entonces te das cuenta de que tú no eres la víctima sino aquello a lo que nada puede añadírsele y de lo que nada se puede sustraer.
Tú eres la consciencia que no cambia, que nadie puede herir ni puede herir a nadie. En ese momento de conexión con tu verdadera identidad, dejarás de creer que eres una víctima. En ese momento de iluminación interna, te darás cuenta de que todo lo que ocurre en tu vida es perfecto, y sentirás agradecimiento hacia todas las personas te hicieron sentir mal.
Si descubres tu auténtica naturaleza, dejarás atrás años de condicionamiento cultural que nos han inculcado desde pequeños. Igual que de pequeño te deshiciste de la creencia "Papá Noel existe y lo sabe todo" y no fue necesaria ninguna meditación para desprogramar tu mente, cuando conectes con la verdad (que eres y siempre has sido), desaparecerá la fantasía de que eres una víctima.
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