¿Cuántas veces has querido cambiar algo en tu vida, pero una vocecita interna te decía: “Tú no vales para eso” o “mejor no arriesgar que perder todo lo que has conseguido”?
Esa vocecita no eres tú. Es una creencia que aprendiste. Y lo bueno es que se puede cambiar. Aunque solemos tratar nuestras creencias como si fuesen verdades absolutas, en realidad solo son ideas o interpretaciones de la realidad, como las gafas con las que miramos el mundo.
El origen de una creencia
Imagina que en tu infancia llegaste a casa con los resultados de un control de cálculo y alguien te dijo: “Dedícate a otra cosa, que los números no son lo tuyo”. A partir de ese momento comenzaste a pensar que no se te daban bien las matemáticas, te ponías nervioso cuando te sacaban a la pizarra, te sentías inseguro al hacer cuentas y empezaste a evitar todo lo relacionado con los números.
Esa frase —dicha quizá sin mala intención— se convirtió en una etiqueta. Una idea que repetiste tantas veces en tu mente que acabó pareciéndote una verdad.
Sin embargo, si esa persona hubiera dicho: “No pasa nada, seguro que con práctica mejorarás”, tal vez hoy pensarías que los números no son un problema, sino un área más que puedes aprender. Y es que muchas de nuestras creencias nacen así: de un comentario, de una experiencia puntual o de una conclusión precipitada que damos como cierta… Y que empezamos a vivir como si fuera una ley universal.
Pese a ello, frases como “Si quiero que algo salga bien, tengo que hacerlo yo”, “Ya es tarde para reinventarme profesionalmente”, “Tengo que ser perfecta para que me quieran” o “No tengo tiempo para mí” juegan un papel fundamental en nuestras vidas. Condicionan nuestras decisiones, influyen en lo que nos permitimos —o no— desear, y acaban determinando lo que logramos.
Son muchos los estudios que demuestran el poder de nuestras creencias. Uno muy conocido es el de Rosenthal y Jacobson (1968), quienes dividieron a un grupo de niños con inteligencia similar en dos grupos aleatorios. A los maestros se les dijo que un grupo era “superdotado” y el otro, “lento para el aprendizaje”. Un año después, los niños supuestamente brillantes habían mejorado sus puntuaciones, mientras que los otros habían empeorado. ¿La diferencia? Las creencias de los adultos que los acompañaban.
Este experimento demuestra cómo las expectativas externas pueden moldear nuestro rendimiento, como en la famosa película My Fair Lady.
Ahora imagina qué puede hacer una creencia que llevas años repitiéndote a ti mismo: “Yo no valgo para esto”, “Siempre me equivoco”, “Nunca voy a cambiar”.
Cuando esas ideas se instalan, actúas desde ahí, sientes desde ahí y tomas decisiones desde ahí. Y acabas confirmando —sin querer— eso que te has estado repitiendo. Lo bueno es que, si esto funciona en sentido negativo, también puedes usarlo a tu favor.
¿Cómo reconocer una creencia que te está frenando?
Identificarlas no siempre es fácil, pues muchas actúan en segundo plano, como un susurro constante al que no das atención… pero no por ello dejan de estar ahí, condicionándote.
Algunas pistas para empezar a reconocerlas:
- ¿Qué pienso de mí cuando algo me sale mal?
- ¿Qué me digo para justificar que no haga eso que deseo?
- ¿Qué patrones se repiten en mi vida y podrían tener detrás una idea que no me cuestiono?
7 pasos para transformar una creencia limitante
Identificar una creencia limitante es un gran primer paso. A veces, solo con ponerle nombre, algo empieza a aflojarse dentro de ti.
Pero lo más poderoso viene después: decidir qué quieres creer en su lugar y entrenarlo hasta que se convierta en tu nueva forma de mirar el mundo.
Aquí te comparto un camino práctico para que lo hagas paso a paso:
Paso 1: Identifícala
Obsérvala con curiosidad. Pregúntate:
- ¿Qué pienso sobre mí cuando algo no me sale como esperaba?
- ¿Qué explicación me doy cuando no me atrevo a hacer algo?
- ¿Cuál es la causa de que me mantenga donde estoy, aunque no me guste?
- ¿Esta idea es realmente mía… o la aprendí de alguien?
Paso 2: Busca evidencias en contra
Abrirte a la posibilidad de que esa creencia no sea tan cierta como creías es clave. Para ello pregúntate:
- ¿Qué pruebas tengo de que no siempre es así?
- ¿Cuándo no se ha cumplido?
- ¿Conozco personas que piensan diferente?
- ¿Y si ellas tuvieran razón?
Paso 3: Toma conciencia del coste de mantenerla
Toda creencia limitante tiene un precio. Para explorarlo, pregúntate:
- ¿Cómo me hace sentir esta creencia?
- ¿Me da paz o me genera tensión?
- ¿Cómo me trato cuando la creo?
- ¿Qué cosas dejo de intentar por pensar así?
Paso 4: Imagina quién serías sin esa creencia
Cierra los ojos, respira y pregúntate:
- ¿Quién sería sin esta creencia?
- ¿Qué cambiaría en mi forma de sentir, pensar o actuar?
- ¿Qué decisiones tomaría desde ahí?
- ¿Qué tipo de vida estaría más cerca de vivir?
Paso 5: Explora la intención positiva
Toda creencia tuvo una función. Tal vez te protegía. Tal vez te hacía sentir parte. Pregúntate:
- ¿Qué intentaba cuidar o evitar esta creencia?
- ¿Qué necesidad estaba tratando de cubrir?
- ¿Qué me estaba dando, aunque fuera poco? Al verla así, puedes agradecerle lo que hizo por ti… y empezar a soltarla.
Paso 6: Busca una alternativa que te potencie
No se trata de forzarte a pensar en positivo, sino de encontrar una mirada que te abra a nuevas posibilidades. Prueba:
- ¿Qué otras formas hay de ver esto?
- ¿Qué pensaría alguien que confía en sí?
- ¿Qué le diría a una amiga si estuviera en mi lugar?
- ¿Qué quiero creer ahora para sentirme más libre y más capaz?
Paso 7: Practica con tu nueva creencia
Cambiar no es solo pensarlo distinto, es vivir desde ahí. Entrena tu nueva creencia. Pregúntate:
- ¿Qué haría hoy si creyera plenamente esto?
- ¿Qué hábitos necesito dejar atrás?
- ¿Qué acciones me acercan a esta nueva forma de verme? Y recuerda: si algo funciona, haz más de eso. Si no, cambia el enfoque. Actúa como si esa nueva creencia ya fuera cierta… y con el tiempo, lo será.
Cambiar tus creencias es cambiar tu mundo
Transformar una creencia no es magia, es un proceso. Pero cuando te das cuenta de que puedes mirar la vida con otros ojos, empiezas a cambiar tu mundo.
No necesitas tenerlo todo claro, ni hacerlo perfecto. Solo empezar a cuestionar lo que te limita y darte el permiso de creer algo distinto.
Cada nueva creencia que eliges sembrar es una posibilidad: de sentirte más libre, de atreverte un poco más, de cuidarte mejor, de vivir con más verdad.
Porque al final, no somos lo que nos han contado, sino lo que decidimos creer de aquí en adelante. ¿Qué puedes hacer hoy mismo para dar un paso desde esa nueva mirada?