Corría el mes de julio de 1925. Hacía mucho calor en el pequeño pueblo de Dayton, en el estado de Tennessee, pero, aún así, la diminuta población estaba abarrotada. Sus cerca de 2.000 habitantes habituales habían sido desbordados con creces; por las calles, algunos avispados vendían limonada fría para combatir el calor, y un curioso chimpancé, ataviado como un caballero (con sombrero, frac y bastón), se paseaba por la villa. Algunos transeúntes se reunían para rezar en las esquinas. ¿Qué estaba sucediendo en Dayton, aquel caluroso 10 de julio de 1925?
La prensa lo había bautizado con el curioso nombre de “Juicio del mono”, y la expectación había reunido a una multitud de personas en el pequeño pueblo de Tennessee, ansiosas por conocer cómo acaba el espinoso asunto. Y es que el “Juicio del mono” iba a enfrentar a dos de las ideologías que, en aquellos años, luchaban ferozmente en Estados Unidos: por un lado, los fundamentalistas, partidarios del relato creacionista de la Biblia y, por otro, los partidarios de la teoría de la evolución de Charles Darwin.
Veamos el asunto con más detenimiento. Hoy explicamos qué es el “Juicio del mono”, del que se acaban de cumplir 100 años y que sentó las bases del futuro de la enseñanza en Estados Unidos.
El “Juicio del mono”: creacionistas versus partidarios de la evolución
Para comprender por qué se llegó hasta esa situación, debemos retroceder unos meses. El 21 de marzo de 1925 se aprobaba en Tennessee la denominada “Ley Butler”, que, literalmente, prohibía “enseñar cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del hombre según la Biblia, y enseñar, en cambio, que el hombre desciende de un orden inferior de animales”. Ello significaba, obviamente, borrar de un plumazo el evolucionismo de Darwin en las escuelas públicas.
La “Ley Butler” obedecía a una lucha que ya duraba muchas décadas. Especialmente desde la Primera Guerra Mundial, el enfrentamiento entre creacionistas y evolucionistas se había agravado, puesto que los primeros veían en las teorías de la evolución (y, por tanto, en la supervivencia del más fuerte) una excusa para las potencias mundiales para llevar a la humanidad a la guerra. Para los partidarios de la Biblia, la teoría de la evolución de Darwin no solo era un insulto a la palabra de Dios, sino que también marginaba a los más débiles y los ponía a merced de los poderosos.
Por todo ello, hacia 1920 diversos estados se planteaban la posibilidad de aprobar una ley que prohibiera la enseñanza de Darwin en las escuelas públicas. Una ley que, por cierto, violaba directamente la Constitución de Estados Unidos, en tanto que cercenaba la libertad de enseñanza y de expresión.
Tennessee fue, pues, el primer estado en dar el paso. La “Ley Butler” fue bautizada en honor de su promotor, John Washington Butler, un ferviente defensor de la Biblia y, por tanto, del relato bíblico de la creación. Butler admitió más tarde, en el juicio, que no había leído nunca nada acerca de la teoría de la evolución de Darwin y que desconocía lo que aquella sostenía. Sin embargo, propuso la ley porque no le pareció bien que los niños y niñas volvieran a casa de la escuela diciendo que lo que contaba la Biblia era una tontería. Ese fue su argumento.
¿Una farsa?
Dayton, Tennessee, era un pequeño pueblo de apenas 2.000 habitantes cuando la polémica sobre la "Ley Butler" estaba candente. Todos los periódicos se hacían eco de la situación; más aún teniendo en cuenta que la recién creada Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU) había advertido que la “Ley Butler” era anticonstitucional.
Fue precisamente esta novedosa institución (había surgido solo diez años antes, en 1915) la que tiró de los hilos para construir una especie de pantomima jurídica que permitiera poner en relieve que la ley de Tennessee era contraria a la Constitución de Estados Unidos. Así que sí; el famoso “Juicio del mono“ fue, en su base, una farsa. Con un objetivo loable (defender la libertad de enseñanza), pero una farsa al fin y al cabo.
El primer paso de la ACLU fue encontrar a un profesor y convencerlo de acudir al juicio, acusado de enseñar la teoría de Darwin en la escuela. John T. Scopes era entonces un jovencísimo docente de 24 años que se prestó para la pantomima. Así, a pesar de que era en realidad entrenador de fútbol americano (eso sí, a veces ejercía como suplente de profesor de ciencias), se le acusó formalmente de haber enseñado en clase la teoría de la evolución. La farsa estaba en marcha.
Dayton, Tennessee, 10 de julio de 1925
Para la pequeña localidad de Dayton el juicio era una oportunidad de oro para atraer a una multitud de curiosos y beneficiarse de su llegada. Con el “Juicio del mono”, se ponía a Dayton en el mapa. Aquel tórrido 10 de julio de 1925 todos los ojos estaban puestos en este pueblo de Tennessee.
En el banco acusador se encontraba el abogado fundamentalista William Jennings Bryan, implicado en diversas actividades pro-creacionistas que pretendían derribar la enseñanza de la teoría de la evolución. A su vez, como abogado defensor, Scopes tenía a Clarence Darrow, un férreo defensor de la libertad de enseñanza que se ofreció a ejercer su defensa de forma absolutamente gratuita.
Ambos eran los oradores más admirados de Estados Unidos, lo que inflamó todavía más las ansias de la gente de seguir de cerca el juicio. Ni que decir de los medios; más de 200 corresponsales se encontraban en Dayton aquel 10 de julio. Uno de ellos, Henry Louis Mencken, de The Baltimore Sun, se refirió al juicio como Scopes Monkey Trial, que se tradujo en español como el “Juicio del mono”, denominación que persistió para hablar del suceso.
La defensa y la ACLU, que pretendían con el juicio derribar el fundamentalismo en la enseñanza, tenían las manos bastante atadas, puesto que lo que se juzgaba aquel día no era si la “Ley Butler“ era constitucional o no, sino si Scopes había infringido la ley de Tennessee, que seguía vigente. Por tanto, poco se pudo hacer.
El juicio duró solo ocho días, una duración insólitamente breve. Más breve fue el tiempo que el jurado se tomó para decidir el veredicto: diez minutos. Tras este lapso de tiempo, se declaró a Scopes culpable y se le condenó a pagar una multa de 100 dólares (de 1925).
Y, a pesar de que el Tribunal Supremo (a donde llegó la causa) declaró nula la condena por temas técnicos, no se pudo conseguir lo que Darrow y la ACLU pretendían: demostrar que la “Ley Butler” era contraria a la Constitución. Esta ley se derogó, por cierto, en 1967, más de cuarenta años más tarde.
Darwin y su polémico “mono“
En realidad, la polémica estaba servida desde la publicación de El origen de las especies, de Charles Darwin, que vio la luz en 1859. Y, a pesar de que la teoría de la evolución sostenía que el ser humano y los primates provenían de un ancestro común, en los sectores fundamentalistas se interpretó que hombre y mujer venían del mono, algo que resultaba completamente risible y, lo que era peor, insultante.
Las críticas y las burlas se sucedieron durante todo el siglo XIX. El famoso “Anís del mono“, una conocidísima marca de anís española, plasmó en la etiqueta de sus botellas a un Darwin con cuerpo de mono que sostenía, feliz, una botella de anís. Las caricaturas y los chistes proliferaban en periódicos y revistas. Pero, mientras, en los círculos académicos el debate se volvía serio. Al llegar el siglo XX, la división ideológica era profunda.
El “Juicio del mono“ de 1925 sentó las bases para el cuestionamiento de la libertad de enseñanza y el eterno enfrentamiento entre religión y ciencia. De hecho, en la actualidad, todavía existen problemas en este sentido en muchas regiones de Estados Unidos. Al parecer, el “mono“ de Darwin todavía siembra polémica.


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad