En un estudio realizado a nivel internacional por Brunner et al. (2013), las estadísticas reflejaron un porcentaje promedio del 27,6% en el alumnado europeo que manifestó haber cometido al menos un episodio de autolesión en su vida.
Entre ellos, el 7,8% había ejecutado más de cinco acciones de este tipo. Los datos del estado español indicaron una posición muy similar a la media internacional (28,9% y 7,6%, respectivamente), hecho que indica una prevalencia significativa de estas conductas tan inquietantes en nuestros jóvenes.
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Autolesión No Suicida en el ámbito educativo y escolar
Los estudios realizados concluyen que este tipo de comportamientos suelen tener inicio entre los 13 y 14 años y, pese a la alarma que puede derivarse de su ocurrencia, rara vez se relacionan directamente con una ideación suicida clara. Aún así, cuando se observa una recurrencia en este tipo de acciones, el riesgo real de suicidio se convierte en un peligro más elevado. Ello se explica debido a que, tras un periodo de habituación al nivel de dolor que la autolesión conlleva al individuo, este tiende a realizar comportamientos que le reporten un mayor nivel de sensación de dolor, pudiendo llegar a inflingirse de esta manera la propia muerte (Straub, 2018).
Por todo ello, deviene sumamente fundamental su detección temprana puesto que este tipo de acciones usualmente son causadas por la experiencia de un malestar emocional intenso y se efectúan como un modo de aliviar dichas tensiones psicológicas. En estos casos, un papel relevante recae sobre la figura del educador académico de joven. Parece indispensable, por tanto, dotar a esta figura de unas pautas iniciales de actuación a fin de que el docente pueda abordar de manera adecuada tal compleja y delicada situación.
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Indicadores
Existen ciertos indicadores que pueden alertar al educador de la presencia de este tipo de comportamientos como por ejemplo: la observación de heridas corporales producidas por situaciones ambiguas o difícilmente explicables, vestimentas poco acordes a la época del año (uso de manga larga o cuello alto en verano), la posesión de objetos cortantes entre los efectos personales de los chicos o ser testigo de ausencias súbitas y recurrentes para ir al baño durante las clases.
Consejos para educadores
Estas son varias pautas a seguir por los educadores que traten con jóvenes que presenten Autolesión No Suicida.
1. No juzgar
Un primer punto básico reside en dejar de lado actitudes de incomprensión, rechazo o pánico cuando el adolescente accede a verbalizar la comisión de estas acciones. Para este último, el hecho de compartir su experiencia de malestar emocional ya deviene en sí mismo un proceso sumamente difícil por lo que la respuesta que se recomienda brindar como educadores debe ser de calma, apoyo, confianza y empatía ante sus inseguridades.
El objetivo de este tipo de trato debe ser que el alumno entienda que es valorado como persona (aunque no su comportamiento) y que perciba que las personas de su entorno se preocupan por él y su bienestar. Sin recurrir a la presión o exigencia, se recomienda motivar al joven para que busque o acceda a recibir ayuda profesional. En, aproximadamente, la mitad de los casos sobre los que se sustentan las encuestas de las investigaciones mencionadas se constata que los alumnos desean abandonar este tipo de conductas y que parecen receptivos a asistir a terapia.
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2. Saber escuchar
En segundo lugar, cabe abordar de forma directa con el adolescente los factores que están motivando dichas conductas, así como la frecuencia y gravedad de las mismas. Ello permite valorar la derivación a un profesional que pueda ofrecerle asistencia terapéutica individualizada y le ayude a adquirir estrategias psicológicas para gestionar sus emociones y su malestar de una forma adecuada y adaptativa.
Preguntas como: “¿Has pensado alguna vez en no continuar viviendo debido a algún problema que creas que no tiene solución?” o “¿Has pensado alguna vez algún plan concreto para llevarlo a cabo?” pueden ser de mucha ayuda para determinar el nivel de riesgo de la conducta real suicida, ya que usualmente en las autolesiones no suicidas la persona no se plantea de forma realista qué método va a seguir para poner en marcha dicho propósito.
3. No dejar que el ambiente lo refuerce
Otro aspecto relevante recae en no reforzar las conductas de autolesión del adolescente, por lo que el educador deberá mantener una postura discreta respecto de los compañeros de clase y pedirá al adolescente que mantenga las heridas tapadas sin darles una importancia excesiva. Esta medida previene el efecto del “contagio” de la conducta por imitación a otros chicos, potencialmente frecuente en grupos de edad adolescente. Sí conviene, sin embargo, consultar la problemática con el especialista en psicología del centro educativo para que pueda asesorarle sobre cómo enfocar el abordaje directo del tema ante el alumno.
4. Conocer las causas y controlarlas
Un cuarto elemento a considerar radica en el hecho de que son los problemas familiares, los conflictos en el grupo de amistades o las dificultades en el ámbito escolar los principales factores que se asocian a una mayor frecuencia de ejecución de estas conductas. A pesar de ello, se ha observado que una mayor probabilidad de riesgo de suicidio real se encuentra asociada a una autopercepción de soledad o aislamiento, ausencia de apoyo social y a la presencia de antecedentes psiquiátricos.
Ante la constatación de un riesgo elevado de suicidio cabe derivar al menor a realizar un seguimiento terapéutico en régimen de ingreso en un centro de salud mental. Por el contrario, en casos de conductas autolesivas no suicidas se podrá efectuar un seguimiento a nivel ambulatorio.
5. Aplicar las técnicas y los métodos adecuados
Finalmente, aunque el alumno en cuestión esté realizando un seguimiento terapéutico individual por su parte, cabe mencionar que existen una serie de orientaciones que pueden favorecer una remisión de la tendencia autolesiva. Así, los ejercicios de meditación y relajación, la realización de actividades de desconexión como el deporte o la música, el establecimiento de planes de acción alternativos a la conducta autolesiva o el trabajo cognitivo sobre posibles distorsiones a la hora de interpretar situaciones personales se incluyen como elementos eficaces en la intervención psicoeducativa con estos jóvenes.
A modo de conclusión
In-Albon et al. (2015) exponen una breve guía de actuación para educadores que sintetiza lo expuesto hasta ahora. En concreto, los autores indican como relevantes las siguientes pautas:
- Solicitar asistencia médica en caso de heridas recientes.
- Evitar reacciones de pánico, ya que en un principio el riesgo de suicidio real es bajo.
- Entender la conducta como método para aliviar el malestar emocional percibido en el corto plazo.
- Ofrecer apoyo, valorar a la persona evitando tanto los juicios críticos como las presiones para el abandono inmediato de la conducta autolesiva.
- Abordar de forma directa si el joven presenta ideación suicida real, indagando la frecuencia de las autolesiones y la existencia de un plan de actuación premeditado.
- Motivar al menor para buscar ayuda psicológica, así como consultar y pedir asesoramiento profesional como educador para abordar la situación de una manera adecuada.