El inicio de la marcha es un hito del desarrollo muy esperado por padres y madres. Aunque el rango típico de edad para que esto suceda dentro de lo que se considera normativo es muy amplio, son muchos los padres y madres que se angustian cuando no sucede alrededor del año de vida de la criatura.
Esto les lleva a visitar a profesionales y, además, en muchas ocasiones cargan con la culpa de pensar que han hecho algo mal. Si bien es cierto que es importante descartar posibles patologías y otras dificultades, es muy habitual que no haya ningún problema y que, simplemente, cada bebé tiene su propio ritmo de desarrollo.
Un reciente estudio ha revelado que la genética también juega un papel importante en el inicio de la marcha. Estos descubrimientos son realmente interesantes a muchos niveles y a lo largo de este artículo explicamos tanto los hallazgos de la investigación como sus implicaciones.
Los primeros pasos y el desarrollo infantil
Caminar es una de las muchas acciones que hemos automatizado y que, en nuestro día a día como adultos, ya no requieren de mucho esfuerzo para poder llevarlas a cabo en la mayoría de los casos. Sin embargo, el proceso para poder llegar a este punto es bien complejo.
Para un bebé, coordinar todos los movimientos necesarios es un trabajo corporal y cerebral árduo. Necesitan fuerza en las piernas, control del tronco, equilibrio y, por si fuera poco, la capacidad de planificar el movimiento. Se entiende por la edad de inicio de la marcha cuando el bebé logra dar sus primeros pasos sin apoyo.
Este hito del desarrollo se considera uno de los más importantes y se usa en las consultas de pediatría como un indicador del desarrollo neuromotor. El inicio de la marcha suele ocurrir entre los 8 y los 18 meses de edad. Es importante tener en cuenta que cada criatura tiene su propio ritmo.
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¿Cómo interviene la genética?
Durante mucho tiempo —y, de hecho, hoy en día sucede también con bastante frecuencia—, socialmente se pensaba que las diferencias de edad a la hora de iniciar la marcha dependían única y exclusivamente del entorno. Es decir, de factores como el tiempo que el bebé pasa en el suelo, de la estimulación que recibe, de la cultura, la alimentación o incluso la ropa.
Sin embargo, recientemente se ha publicado un metaanálisis en el que se ha estudiado cuánta fe esta variación podría explicarse mediante la genética. Para ello, realizaron un estudio de asociación del genoma completo con datos de 70.560 bebés de ascendencia europea.
Los resultados obtenidos fueron sorprendentes. Por un lado, se observó que alrededor de un 24% de las diferencias en el inicio de la marcha se explicaban mediante las diferencias genéticas detectadas en el ADN.
Por otro lado, vieron que no existe un gen que determine si una persona empieza a caminar antes o después, sino que esto depende de miles de genes y aspectos concretos. Y, en esta línea, encontraron también que hay 11 regiones del genoma con una asociación estadísticamente significativa.
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Más allá de los pasos, implicaciones para la salud y el cerebro
Otro de los importantes descubrimientos de este estudio fue que los factores genéticos que influyen en el momento del inicio de la marcha son los mismos que influyen en el desarrollo cerebral. Como consecuencia, la edad en la que los niños y las niñas dan sus primeros pasos parece estar relacionada también con aspectos de salud.
Los científicos observaron que existía una correlación negativa entre la edad de inicio de la marcha y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Esto quiere decir que los genes que tienden a retrasar un poco este momento se asocian con un menor riesgo de TDAH más adelante.
También se observó una correlación negativa con el índice de masa corporal (IMC). Es decir, esta misma predisposición genética se relaciona con un IMC menor más adelante (en la adultez).
Por último, se observó una correlación positiva con el número de pliegues de la corteza cerebral. Esto se traduce en más espacio para alojar neuronas y esto, a su vez, se relaciona con determinadas capacidades cognitivas.
Esta información debe interpretarse con cautela. El hecho de que una criatura empiece a caminar más tarde que otra no implica necesariamente que vaya a ser más delgada o menos propensa al TDAH de forma automática.
¿Cuál es el papel del ambiente?
Es importante recordar que aunque un rasgo determinado pueda ser heredado, esto no quiere decir que sea algo determinante. Lo único que esto significa es que, en promedio, una parte de las diferencias entre personas se pueden explicar mediante la genética.
No obstante, el entorno sigue jugando un papel crucial en el desarrollo porque aunque la genética puede predisponer a determinadas situaciones, el ambiente en el que nos desarrollamos es crucial para que eso que viene “facilitado” por la genética se dé o no.
¿Qué implica esto para las familias?
El primer mensaje que debemos tener claro a raíz de todo lo expuesto es que cada bebé tiene su propio ritmo de desarrollo y es tan normativo caminar a los 10 como a los 18. Los aspectos que intervienen en este proceso son múltiples y complejos, puesto que van desde la genética hasta el ambiente, tal y como hemos visto.
En el caso de que tu hijo o hija no camine y se esté acercando a esa edad es importante consultar con especialistas de pediatría para que hagan las valoraciones oportunas y descarten que realmente no hay ninguna condición que requiera de especial atención.
Es cierto que es importante ofrecer espacios de estimulación y para que puedan practicar. Sin embargo, en términos generales, ni caminar antes implica más inteligencia o salud necesariamente ni caminar después —dentro del rango típico— implica un peor desarrollo o dificultades en el futuro.


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