¿Qué pasa si le doy un teléfono a mi hija?

El uso excesivo de móviles en edades tempranas afecta a la salud emocional y el desarrollo cerebral.

¿Qué pasa si le doy un teléfono a mi hija?

¿A qué edad deberían los niños tener su primer móvil? El uso excesivo de pantallas en la infancia preocupa a expertos en salud mental, quienes advierten sobre su impacto en el desarrollo cerebral, la ansiedad y la falta de regulación emocional. Así, el debate social sobre las repercusiones del uso de dispositivos electrónicos en infancia y adolescencia es cada vez más común. Y necesario. De hecho, algunos países, como Australia, ya han propuesto medidas legislativas para prohibir el acceso a redes sociales a menores de 16 años.

Uno de los principales argumentos de quienes defienden el proyecto de ley es que se está perdiendo la niñez, una etapa muy importante para el desarrollo físico y mental de los seres humanos. Sin embargo, en un contexto global donde la tecnología y el internet forman parte de la vida cotidiana, resulta casi imposible aislar por completo a las nuevas generaciones de su uso.

El aparato por sí solo no es problemático; incluso tiene beneficios si se sabe regular. Así lo apuntan los expertos consultados. Pero el desafío real está en cómo se utiliza y a partir de qué edad, con el fin de que la tecnología pueda aportar sin comprometer la salud y el bienestar de los menores. Una realidad que, lamentablemente, preocupa cada vez más por el acceso a contenidos inadecuados y la sobreexposición a las pantallas.

Coloquialmente se habla de una “adicción” a los dispositivos, pero la comunidad científica ha problematizado este concepto. “Además de estigmatizar, no existen todavía herramientas de análisis que determinen un abuso en los mismos términos que cuando se habla de sustancias”, precisa a Psicología y Mente la doctora Nadia González, especialista en neurociencias e investigadora del Hospital Infantil de México Federico Gómez.

Los equipos de investigación prefieren llamarlo “uso problemático” y lo identifican cuando una persona está preocupada por no estar conectada a su dispositivo o cuando lo utiliza de forma compulsiva y pasa más de tres horas diarias usándolo. “Tengo un caso de un niño que olvidó su dispositivo en el avión y no lo pudo recuperar. Al cabo de varios días seguía muy exaltado, con algo de ansiedad. Una vez conectó con el aburrimiento, empezó a estar mucho más tranquilo y enfocado”, cuenta a esta revista la psicóloga infantil Mimi Rivas.

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la población global pasa entre cinco y diez horas navegando en internet desde algún dispositivo. Brasil, Colombia y México están en los primeros lugares, con porcentajes que superan las ocho horas.

Uno de cada tres usuarios de internet en todo el mundo es menor de 18 años, de acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). “Los teléfonos inteligentes están alimentando una ‘cultura del dormitorio’, y para muchos niños el acceso en línea es cada vez más personal, tiene un carácter más privado y está menos supervisado”, sostiene la organización en uno de sus informes.

A partir del 2000, los dispositivos tecnológicos modificaron los hábitos sociales de forma veloz. “Lo que se ha identificado es que estos cambios tienen una correlación con el aumento de enfermedades como la ansiedad y la depresión, los intentos de suicidio y otros trastornos psicológicos”, explica la doctora González.

Esta problemática se ha convertido en una emergencia de salud pública, asegura el psicólogo social Jonathan Haidt en su libro La generación ansiosa, en el que expone que esto ocurre por el uso extendido de smartphones.

El impacto de esta inmersión digital sin freno también ha desencadenado otras enfermedades como autismo, depresión y soledad. En sus consultas, la doctora González ha registrado que, durante la primera infancia, este uso excesivo está asociado a trastornos del espectro autista y del lenguaje. Por eso, se recomienda cada vez más su regulación según la etapa de desarrollo.

“En la infancia y la adolescencia, el cerebro no ha terminado de madurar y necesita ser estimulado con diversas actividades como leer, hacer deporte, jugar o interactuar con otras personas. Hasta los 2 o 3 años no debería haber contacto con ninguna pantalla. A partir de los 4, tendría que ser una o dos horas al día, contemplando el tiempo que utiliza estas herramientas en la escuela”, expresa la doctora González. “A esa edad hay que regular bien los ciclos de sueño y las diferentes rutinas para contribuir al crecimiento”.

Una de las situaciones que más le preocupa a esta investigadora es la falta de regulación emocional en los menores. “Cuando un niño llora, el adulto lo resuelve dándole la pantalla, en vez de empatizar con lo que le sucede. Ese menor jamás va a aprender a gestionar sus problemas emocionales”.

Algunas de las habilidades cognitivas se heredan, pero también se aprenden y, si no se enseñan, se pierden. Si bien los dispositivos facilitan ciertas acciones, no pueden sustituir la educación o la crianza. “Conectar emocionalmente con los menores, entender su mundo interno y desarrollar con ellos su inteligencia emocional les permite comprender mejor sus necesidades, límites y realidades”, añade la psicóloga Mimi Rivas.

En la adolescencia hay que ser muy conscientes del contenido al que acceden. Algunos especialistas recomiendan no tener móvil antes de los 14 años. “A esa edad ya tienen la madurez para gestionar ciertas cosas, pero hay que supervisar el uso que le dan y sus tiempos, porque el insomnio a esa edad puede desencadenar problemas de salud mental. Las rutinas del descanso y los hábitos saludables deben continuar y no dejarse de lado, pensando que ya no los necesitan”, insiste la doctora González.

La responsabilidad y educación para controlar el manejo de plataformas y dispositivos recae en quienes están criando, pero también en los gobiernos y las empresas dueñas de esta industria tecnológica. Todavía hoy no se sabe con claridad cómo están consumiendo los menores, y esto limita el análisis de una realidad problemática que avanza rápidamente y a la que no se le presta tanta atención, aun cuando las consecuencias son devastadoras para su salud.

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Laura Panqueva Otálora. (2025, marzo 7). ¿Qué pasa si le doy un teléfono a mi hija?. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/desarrollo/que-pasa-si-le-doy-un-telefono-a-mi-hija

Laura Panqueva Otálora es periodista especializada en temas de salud, género y derechos humanos. Ha sido directora de comunicación en Médicos Sin Fronteras México y antes en Colombia. Ha trabajado como reportera y editora en la agencia EFE. Actualmente colabora para revistas internacionales.

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