La imagen se repite en muchos restaurantes: una mesa, unos padres charlando y unos hijos, ya tengan meses o sean adolescentes, sentados con la cabeza inclinada y la vista puesta en una pantalla; no interactúan con nadie, ni con los adultos ni con el resto de niños.
Aunque cada vez son más las voces y los estudios que abogan por prohibir el uso de pantallas en menores de 6 años, en la práctica son muchos los niños que en edades tempranas ya tienen una tablet o un móvil entre sus manos. Anna Ramis, pedagoga, maestra y madre es categórica: “Nunca, ni tan siquiera los adultos deberíamos comer con pantallas”, asegura a Psicología y Mente.
Pero la realidad es que, en muchas ocasiones, los móviles se convierten en un canguro digital: “Los padres compran su tranquilidad a un precio carísimo, sin ser conscientes de su efecto nocivo: como no es físico, como no es un sarpullido y a los niños no se les ponen los ojos en blanco, las consecuencias parecen inocuas y no lo son”, sentencia la pedagoga.
La comida, un momento para estrechar vínculos
El uso de pantallas a la hora de comer tiene una serie de consecuencias y una de ellas es la falta de comunicación y socialización. Según el psicólogo clínico y psicoanalista José Ramon Ubieto, la comida es un momento muy valioso “para favorecer la conversación sobre temas importantes que afectan a los hijos”, y añade que para conseguirlo “es necesario generar silencio y esto quiere decir apagar pantallas”.
Pero más allá de la falta de socialización, comer mirando una tablet puede generar otro tipo de problemas: “Dificultades de motricidad, de destreza para coger los instrumentos para comer, de consciencia de la saciedad y de reconocimiento del gusto, de discriminar aquello que les parece apetecible de lo que no”, señala Ramis. Y aun así, hay muchos padres que optan por dejar el móvil al pequeño con la excusa de que si no están distraídos no comen nada.
Según la pedagoga, cuando un niño no come hay que averiguar por qué. Es decir, si se trata de un problema de deglución, de apetito, de horario o de emociones: “Dar de comer implica ser una figura referente. Muchos niños no comen porque es la forma de expresar su malestar con esa persona”, explica. A la hora de las comidas es fundamental tener paciencia y, si es necesario buscar una distracción “es mejor un juguete, un cuento o canciones sobre la comida que una pantalla”, añade.
Consejos para reducir las pantallas
Para aquellos padres que quieran cambiar de hábitos, los expertos lanzan una serie de consejos. Para Ubieto, que también es autor del libro ‘Adolescencias del s.XXI’ (Editorial UOC), si se trata de niños muy pequeños (0 a 3 años), basta con la autoridad moral: “Es el primer recurso”, dice. Y si son mayores, añade, “hay que armarse de coraje” y no ceder ante su posible enfado: “Los padres tienen la buena intención de hacer felices a los hijos, pero hacerles felices no es no hacerles enfadar nunca. La felicidad no tiene que ver con eso”, añade.
Por su parte, el psicólogo Vicenç Arnaiz apuesta por crear un plan digital familiar que establezca quién, cuándo, cómo y de qué manera deben utilizarse las pantallas, un plan que englobe tanto a niños como adultos: “No tendría sentido prohibir a un niño acceder al móvil mientras su padre o su madre están continuamente consultando el teléfono o interrumpen el juego o la comida para atender el teléfono”, explica. Su recomendación es establecer unas normas para que los móviles no sean “la primera autoridad de la casa” y dejarlos en un sitio alejado del comedor, “donde no sea una tentación”.
El poder de la pantalla es inmenso y en este sentido, Ubieto, lanza una última reflexión: “Pensamos que nosotros miramos la pantalla, pero en realidad es ella la que nos mira a nosotros, la que atrae nuestra mirada”, concluye.
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